Pues nada, de nuevo a la palestra el delirio y el esperpento. Parece ser que en el Senado español, una institución que no se sabe muy bien para qué sirve, han puesto precio a la incomunicación: 350.000 euros anuales. La traducción del catalán, el gallego y el euskera a la lengua de la Hispanidad ha provocado situaciones variopintas con gran movimiento de pinganillos. Ante esta situación tragicómica surge la necesidad de un Estado central y unicameral.
12.000 euros por sesión, unos 350.000 euros en 2011 de presupuesto. Ahí es nada, los senadores se ponían los pinganillos cuando surgían las voces de algunos personajes de ciertos partidos que no las entendían ni el taquígrafo, por no decir, ni su padre. Si Cicerón levantara la cabeza.
Las sonrisas hipócritas de unos y de otros (ver a Leire Pajín, no se la pierdan) ante semejante espectáculo ponían en evidencia que el Senado no es más que un circo donde saltinbamquis, funambulistas y payasos de toda ralea separatista y neofeudal dan rienda suelta a sus delirios, con suculentas nóminas y dietas por cierto. Un gran «contraejemplo» para nuestro país y para el mundo.
Ya no es sólo el coste económico, el antieconomista vendido a los pseudopolíticos y sofistas diría: «cuantos más costes de transacción mejor, pongamos medios tecnológicos y traductores para resolverlo y listos«. El problema es la deriva política de un país como España donde los lugartenientes de las poliarquías han conquistado también el Senado, por no decir lo que queda del Estado «descentrado«. Pero bueno, como diría Lenin, cuanto peor mejor, así el Senado tiende a su propia destrucción, pero actualmente ¿cuál es la alternativa?
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