Artículo de Daniel Cerezo Duarte sobre la Unión Europea.
Con la recuperación económica del eje franco-alemán el BCE, que preside el francés Trichet, ha decidido subir los tipos de interés un 0’25%, quedando al 1’25%. Estas medidas son gravemente perjudiciales para España, Portugal, Grecia e Irlanda pues significan un dique en la ya de por sí baja inversión. Cada día vemos con mayor claridad qué intereses priman en Europa. Preguntado por las consecuencias de la subida en dichas naciones, Trichet ha respondido que «el BCE toma decisiones para todos y cada uno de los ciudadanos europeos, no para países concretos», para contradecirse luego: «son varios(subrayar varios) los países que, en términos de inflación, se beneficiarán de esta subida de tipos de interés”.
Es inquietante observar como nuestros intereses se pisotean una y otra vez en esta extraña unión sin que un sólo medio se digne a defenderlos. La apreciación del euro mermará todavía más la exportación española, que tiene que competir con los precios, no así la francesa y alemana,pues además de tener asegurado el monopolio industrial europeo sus exportaciones tienen otras determinantes, pues la alta tecnología sólo se produce en altas cantidades en ciertas naciones y por tanto es más difícil encontrar competencia.
Los grandes perdedores de esta situación son los hipotecados, muchos de ellos verán caer sus viviendas a manos de los bancos. Otro ejemplo de la dialéctica de clases encadenada en la dialéctica de Estados.
Importantes analistas preveen que esta sea la primera de una serie de subidas, Trichet se pronunció de este modo: «No hemos decidido que esta sea no la primera de una serie de subidas, pero haremos lo que tengamos que hacer para contener la inflación».
Nos sorprende que se atreva a decir que el BCE busca el equilibrio del “conjunto de la zona euro”, nos sorprende y nos aterra. Desde Izquierda Hispánica queremos recordar las palabras que el nazi Rudolf Fischer escribía en la revista alemana “Signal” en 1941:
Identidad entre los intereses alemanes y europeos
En el transcurso de esta argumentación hemos dicho algunas veces «Europa» y nos hemos referido a Alemania. Aquí está implícita la afirmación de que los intereses del Reich y del Continente coinciden en gran parte. Esto, tenemos que probarlo, pero adviértase que si lo logramos, habremos demostrado al mismo tiempo que Alemania defiende los intereses de Europa cuando combate por los suyos. Esta argumentación, de hecho, no es difícil.
Pongamos en primer término el argumento principal que se esgrime en todas partes donde se discute la aspiración directiva germana: ¿Qué ocurre con la libertad de los pueblos? En esta pregunta reconocemos inmediatamente la argucia con la cual los ingleses han podido sustraer tan bien la libertad de Europa a las miradas de los europeos. Cierto que, antes de responder, debemos dilucidar si la libertad del continente precede a la libertad de los pueblos o si un pueblo o un par de países deben beneficiarse a expensas de los otros de la anarquía del Continente o, si para eliminar esa anarquía y en interés de una representación común de las conveniencias europeas hacia el exterior, debe aceptar cada Estado una cierta merma de su autoridad.
Teóricamente, hay que reconocer en seguida la alta justificación moral de la consideración hacia los otros; en la práctica, la cosa se presenta casi siempre con otro aspecto. De todos modos, los pueblos de Europa se han concertado ya una vez, en favor de una organización que debía representar, no ya los intereses de los pueblos europeos, sino los de los pueblos en general, para aceptar ciertas reducciones en su ilimitada soberanía. Esta organización fue la Liga de Ginebra. Su fin principal, teóricamente, no era en realidad la representación común de los intereses europeos, sino más bien una protección de los derechos individuales de los pueblos. Y, además, el inglés se situó en medio de esta organización protectora de la anarquía europea como la araña en el centro de su red.
Lo mismo ocurrió en todas las conferencias económicas de los amargos tiempos de la posguerra, mientras todos los Estados de Europa padecían bajo la crisis económica y había que alimentar a gigantescos ejércitos de parados a expensas del standard general de vida. ¿Hubo entonces algo parecido a una voluntad organizada de los Estados europeos para abrir nuevos espacios de vida a sus masas desnutridas? De ningún modo. Y, si hubiera existido, hubiese tenido que dirigirse contra Inglaterra, que también esta vez, como siempre, impedía un mejoramiento en la situación económica de Europa haciendo caso omiso de una orientación consciente de los ejércitos de parados hacia los territorios británicos de escasa densidad de población.
Un ejemplo significativo revela cuán distante se hallaba Inglaterra de la voluntad formal de ayudar a situar sobre una base sana la arruinada economía europea: los ingleses se han quejado constantemente de los buenos precios que Alemania paga por los productos agrícolas de los campesinos de Europa oriental; en Inglaterra se quería libertad para los precios británicos. ¿Qué precios son éstos? Están calculados con arreglo al coste de vida de los negros y culis de las plantaciones de trigo y algodón de las plantaciones británicas. ¿Quién otro que Alemania(subrayar), el mayor consumidor numéricamente y que es otra vez el mayor productor para la aplastante mayoría de los Estados continentales, puede garantizar a la larga en el Continente un nivel de precios adecuados frente al sistema inglés (pongamos norteamericano)?
Con estos ejemplos no debiera ser difícil familiarizarse con la idea de un sacrificio en pro de la comunidad de los pueblos europeos; pero en la práctica de la «Sociedad de Naciones» se ha probado suficientemente que no se logra mediante discusiones garantizar enérgicamente los intereses comunes. Pero puede imaginarse que asuma también la dirección un Estado que por su situación y magnitud esté íntimamente vinculado con los intereses de todos los Estados europeos y sea bastante fuerte, aislado si es necesario, para soportar la carga de la defensa de los intereses colectivos.
Así se plantea en forma completamente distinta la pregunta de qué libertad de los pueblos subsiste aún. Por consiguiente, no se debe empezar con ella, sino con la libertad de Europa.
El actual escenario del mundo es instructivo para la aspiración a la libertad europea, pues Inglaterra sitia ahora, sin excepción, a todos los pueblos de Europa, incluso a los que se dejaron enviar a la lucha en el Continente, en holocausto de la Gran Bretaña.
Pero, ¿puede llamarse libre a una parte del mundo, mientras esté al arbitrio de una pequeña isla situada frente a sus costas, someter el Continente al bloqueo por el hambre? No. Por ello debe lucharse en pro de esta libertad.
¿Existe una defensa colectiva contra el peligro común? –¡No!
Pero, entonces ¿quién soporta el peso de esta lucha y es la única que tiene la probabilidad de conquistar, al fin, la libertad para Europa? –¡Creemos que Alemania!
Compárese la retórica nazi con la actual retórica europeísta. ¿Coinciencia o continuidad política?
0 Respuestas a “Intereses “europeos””