En su seminal obra «¿Qué hacer?«, Lenin plantea los problemas que a inicios del siglo XX, antes de la Revolución Rusa de 1905, el movimiento socialdemócrata ruso, del que iría poco a poco surgiendo el comunimo, tienen a la hora de articular una alternativa política revolucionaria real definida frente al poder zarista imperante y al régimen económico semifeudal de industrialización tardía del Imperio ruso. Lenin señalaba en esta obra maestra de la teoría y la táctica políticas que el acercamiento a las masas obreras y campesinas rusas tenía que realizarse teniendo antes que haber superado un periodo infantil de formación del partido de vanguardia que dirigiría la revolución hacia la toma del poder del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado. Para ello, era necesario tener la teoría revolucionaria adecuada, pues sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. Un movimiento cuya teoría fuerza tenía que permitir la absorción de las demandas de las masas rusas para, en ellas y a ellas, apoyarse para la toma del poder. Esta estrategia política fue tomada por otros revolucionarios como Mao Tse Tung, e incluso por revolucionarios de signo antitético a Lenin, como podía ser el fascista Benito Mussolini.
Para Lenin era necesario superar el espontaneísmo, la falta de organización real y la cobertura y justificación que esta anarquía organizativa tenía en la llamada «libertad de crítica«, todo ello unido al, para él, perjudicial tradeunionismo y al economismo (o economicismo). Para Lenin, la idea de muchos eseristas, mencheviques y socialistas-revolucionarios de ganarse a las masas solo realizando críticas económicas y enarbolando demandas económicas, no podía llevar sino al fracaso revolucionario, a la nada política y al recrudecimiento del poder zarista. El economismo, unido al terrorismo, llevaba a que ninguna alternativa política real con un proyecto definido frente al Estado como conjunto complejo de instituciones que en un territorio determinado configura las relaciones políticas entre las capas y ramas del poder de una sociedad determinada pudiese formarse con seguridad. Para ello, Lenin en el «¿Qué hacer?» postula la necesidad de acabar con el periodo teórico formativo con garantías de éxito, asimilar el marxismo sin dogmatismo que no lo permita avanzar y sin revisionismo que lo haga «avanzar» a ideologías izquierdistas o derechistas dentro del ámbito del poder burgués. Mao tomaría el mismo camino, como puede apreciarse en su «Libro Rojo«. La fortificación coherente del marxismo, siguiendo a Lenin, sería el marxismo-leninismo, frente al izquierdismo infantil, al revisionismo de derecha (a la derecha del marxismo-leninismo), al terrorismo procedimental anárquico o al populismo ruso. El tiempo acabó dando la razón a Lenin y también a Mao. Es necesario siempre, si se quiere hacer algo serio en política revolucionaria, leer y estudiar a los triunfadores (Lenin, Stalin, Mao), pues su vía fue la que funcionó y llevó al éxito político. El grupo de vanguardia más preparado, cohesionado y con una teoría política definida frente al Estado es el que siempre triunfa en los procesos políticos más agitados, aun cuando estos grupos no inicien esos procesos y puedan parecer, en determinados puntos de los mismos, como grupos marginales.
En la España de hoy, año 2012, a punto del rescate total de nuestra economía, sindicatos socialdemócratas, izquierdas indefinidas, pero también mineros, funcionarios, bomberos, soldados, policías, parados y más trabajadores españoles, salen día sí y día también a la calle pidiendo acabar con la sangría económica que sufre España, e incluso llamando a la toma de La Moncloa y del Congreso de los Diputados y el Senado. Lamentablemente, y aunque ello suponga un clima político sin precedentes en España en los últimos 35 años, no hay vanguardia revolucionaria, no hay un proyecto definido políticamente frente al Estado, aunque ideas fuerza que Izquierda Hispánica siempre ha defendido (salida del euro, acercamiento a Iberoamérica, supresión de las Comunidades Autónomas), empiezan a ser manejadas por muchos grupos políticos a «izquierda» o «derecha». Sin embargo, como antes de 1905, priman las demandas económicas, los análisis de economistas críticos (como Alberto Garzón, Vicenç Navarro, &c.), y el debate económico en prensa, radios, televisión e internet es el que prima. Incluso los puntos iniciales de arranque de debate de formación del Frente Cívico de Julio Anguita son totalmente encuadrables en el economismo. La conclusión es clara: sin una vanguardia que acabe con la anarquía teórica en las protestas, que supere esta deriva economista en las demandas sociales y que unifique estas demandas con un proyecto de nación española concreto que desborde las categorías económicas, las protestas actuales no llevarán a ningún sitio, como ocurrió en Grecia. Ya lo decía Lenin: «Haced de la causa de la nación la causa del pueblo, y la causa del pueblo será la causa de la nación«. Si esto no ocurre, la «toma del Congreso de los Diputados» por un puñado de bomberos y policías con sueldos reducidos, no será más que la reproducción en otras escalas de las «tomas de aulas y salones de grados» en universidades que hacen muchas asociaciones de estudiantes de ideología gramsciano-toninegrista que pretende «cambiar el mundo sin tomar el poder». Pues si a Gramsci le quitas Lenin, lo que te queda es John Holloway.
Lo grave de la situación no es que estemos como estemos (podemos estar peor incluso). Lo grave realmente es que las movilizaciones en la calle no suponen ni que vaya a haber una revolución real, ni que vaya a cambiar nada, ni siquiera que se esté forzando realmente al Gobierno (o a los que lo sucedan) a que minimicen el camino a la servidumbre de España a Alemania en que nos están abocando. Para Izquierda Hispánica, el camino leninista-iberoamericanista es el único que puede devolver a la nación española su dignidad. Pero para ello todavía queda tener una teoría revolucionaria. Algo que Izquierda Hispánica tiene más desarrollado a día de hoy que ningún otro grupo político «crítico», grande o marginal, que haya en España. Pues la crítica leninista al economismo y al espontaneísmo se reduce, en buena medida, a la fórmula del Che Guevara sobre el socialismo: éste no puede ser un mero método de reparto. Y por eso, las críticas al economismo deben ayudar a su superación de cara a una verdadera alternativa revolucionaria. «¿Qué hacer?«: acabar con el periodo economicista-democratista actual.
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