La guerra civil que asola Siria desde hace más de dos años, se ha vuelto a situar estas semanas en el centro de la actualidad informativa. El uso de armas químicas, del que se acusa al régimen de Bashar al-Asad, había provocado que los Estados Unidos comenzaran a recabar apoyos para intervenir militarmente en el país. Sin embargo Rusia, principal valedor del régimen sirio, ha reaccionado con suma celeridad. Si las armas químicas son el problema, Putin tiene la solución. Un plan de control y desarme de todo el arsenal químico de Siria. Parece que la medida tiene el beneplácito de Bashar al-Asad, y aleja el fantasma de una intervención norteamericana inmediata. Por ahora…
Lo que ocurre en Siria forma parte de un proceso de cambio más general y profundo, que iniciado a finales de 2010 en Túnez, ha sacudido otros países como Egipto, Libia o Yemen. Hablamos de las primaveras árabes. A pesar de las diferencias y singularidades de cada uno de los países, podemos encontrar un denominador común entre ellos. Las primaveras árabes suponen el fin del proyecto político que tras el fin del colonialismo europeo en África, alumbrara Gamal Abdel Nasser. Sus notas dominantes eran el panarabismo, o intento de reunificación estatal de las naciones del Magreb y Oriente Próximo, un socialismo con peculiaridades árabes y una política de no alineación con las superpotencias del momento. Este proyecto de modernidad de rasgos caudillistas, nacía enfrentado con las monarquías tradicionales y el islamismo más radical. Además de Nasser, Saddam Hussein en Irak y Muamar el Gadafi en Libia, se convirtieron en sus líderes más mediáticos. Precisamente el presidente Bashar al-Asad de Siria pertenece al Partido Baath Árabe Socialista, que es la misma formación política que gobernaba Irak hasta el derrocamiento de Hussein. Aún es demasiado pronto para dilucidar el resultado de las primaveras árabes. La inestabilidad en la región y el carácter abierto de los procesos, desaconsejan los juicios definitivos. Lo que si parece claro es que el intento de introducir reformas democráticas ha favorecido sobre todo a las fuerzas, que con el apoyo de las nada democráticas monarquías del golfo, aspiran a una reislamización de la región en su variante suní. Aunque repetimos, a la luz de lo ocurrido en Egipto, es difícil saber a dónde conducirá finalmente el proceso de cambio.
En Siria la situación se repite. Estallido de protestas en la que se acumulan problemas internos de todo tipo (crisis económica, de legitimidad, religiosos), represión inicial, reformas del régimen que ya no contentan a la oposición y guerra civil. Además de por los problema humanitarios que toda guerra conlleva (desplazamientos, muertos, heridos), el conflicto gana en visibilidad por su trascendencia internacional. Estados Unidos, la Unión Europea, Turquía y las monarquías del golfo pérsico (suníes) apoyan a los rebeldes. Rusia, China, Irán y la milicia libanesa de Hezbolá (chiíes) son los principales valedores de Bashar al-Asad. La caída del presidente sirio sería un mal negocio, especialmente para los rusos. Rusia posee una basal naval en la ciudad de Tartus y vende equipo militar al régimen de Damasco. Por otro lado, está el problema de las reservas de gas de Oriente Próximo. Los rusos ya controlan buena parte del gas que procede del espacio centroasiático, distribuido a Europa mediante los gaseoductos North y South Stream. La continuidad de regímenes amigos en Irán, Siria y Líbano favorecería los intereses de Moscú y su diplomacia del gas.
En cambio, una reislamización de las sociedades de Oriente Próximo con unos Estados árabes “tribalizados”, enzarzados en conflictos de baja intensidad entre suníes y chiíes no es un mal escenario para los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. Las repúblicas centroasiáticas, productoras de gas y aliadas de Moscú, son países de mayoría musulmana. En Rusia y China también viven importantes minorías de esta religión. Una desestabilización del Oriente Próximo podría debilitar el control que Rusia y China ejercen en la llamada área pivote. Esta táctica ya le dio buenos resultados durante la Guerra Fría, aunque también tuviera sus efectos secundarios: un incremento del terrorismo yihadista de efecto búmeran.
¿Cuál es la posición de los países iberoamericanos en este conflicto imperial? La posición de España, a pesar de haber mantenido anteriormente buenas relaciones con Bashar el Asad, es de subordinación a los intereses geoestratégicos de los norteamericanos. Por otro lado, tenemos los países hispanos de América. Para ellos el conflicto en Siria tiene una importancia secundaria. Los países iberoamericanos no necesitan de los recursos económicos /naturales de aquella región, y por lejanía tienen dificultad para ejercer influencias significativas. Hasta el momento México y Brasil se mantienen a la expectativa, mientras que el Eje Bolivariano (Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua) se ha posicionado junto a sus aliados, Rusia e Irán. Lo único que puede sacarse en claro si seguimos el principio de los enemigos de mis enemigos son mis amigos, es que un debilitamiento de la posición norteamericana en Oriente Próximo y un triunfo de Rusia, supondría indirectamente el reforzamiento del Eje Bolivariano.
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