El pasado 25 de abril se cumplieron 40 años de la “Revolución de los Claveles”. El gobierno post y prosalazarista de Caetano fue derrocado. No obstante, dada la gran relevancia política y pasadas ya cuatro décadas de este acontecimiento histórico, y viendo la situación en la que se encuentra actualmente Portugal y otros países como España, es necesario analizar a grandes rasgos cuáles fueron las lecciones que se pueden extraer para intentar arrojar algo de luz al presente panorama político.
Un poco de historia
El 25 de abril de 1974, una parte significativa del ejército portugués (Movimiento de la Fuerzas Armadas, MFA) lanza una ofensiva para derrocar al gobierno salazarista de Marcelo Caetano. El MFA estaba integrado por militares con orientaciones políticas de izquierda y, en concreto, procedentes del Partido Comunista Portugués y de otros partidos de corte socialista, aunque también por secciones de partidos demócratas conservadores.
Es bien sabido que la dictadura de Salazar había aislado a Portugal. Las guerras coloniales con Guinea-Bissau, Mozambique y Angola y los excesivos gastos militares habían lanzado a la calle a la población pidiendo el fin de la guerra y una transformación radical de la economía y las instituciones políticas. Lo que en un principio surgió como un movimiento militar, ahora emergía como una renovada lucha social que se extendía a los centros de trabajo y otras instituciones sociales. Aunque en un principio esta eclosión tomó la forma de la llamada “Revolución de los Claveles”, posteriormente estas luchas entraron en contradicción con las juntas militares e incluso con el propio Partido Comunista de Portugal que no aprobó en varias ocasiones las consignas de estos movimientos sociales y huelguísticos. Así las cosas, los trabajadores comienzan a enfrentarse al Partido Comunista y al Estado en esta etapa del “proceso revolucionario”, esperando infructuosamente que sean ciertas fracciones del ejército las que puedan dar salida a esta crisis.
En marzo de 1975, el MFA anuncia la famosa y errada transición al socialismo, pero es que en abril de este mismo año las elecciones constituyentes dan la victoria a la socialdemocracia proeuropea, muy cercana a la socialdemocracia alemana del SPD. Estados Unidos empezaba a frotarse las manos y la “transición democrática” estaba en marcha. Una vez desarmados los movimientos sociales, políticos y militares revolucionarios, se aprobó la Constitución democrática de 1976. A partir de aquí, ya se sabe, la apertura hacia Europa, la entrada en 1986 en la Comunidad Económica Europea y lo que vino después…
¿Qué sucedió? Un principio básico del marxismo leninismo no se estaba cumpliendo: la coordinación de las luchas económicas, sociales, políticas e ideológicas. La descoordinación entre los movimientos sociales y los políticos impedían una salida revolucionaria a la situación. La lacra de tantos años de salazarismo había dejado una huella indeleble en buena parte del territorio portugués: entre el norte y el sur existían grandes diferencias no sólo meramente ideológicas y económicas, sino también en términos de tradiciones culturales, sociales y experiencias comunitarias que sobresalían en forma de grandes iniciativas innovadoras en el sur, y que eran prácticamente imposibles en el norte, donde la tradición cooperativista estaba cercenada y en el mejor de los casos poco arraigada.
Todos estos sucesos, a su vez, estaban condicionados por el contexto internacional de máxima tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética y la avanzadilla de la socialdemocracia europea, financiada y amparada por Estados Unidos, que tenía por objetivo impedir una victoria afín a los intereses soviéticos que se extendiera como la pólvora por Europa, empezando por España y Grecia, países donde las salidas a las dictaduras debían ser para “Occidente” obligadas transiciones “democráticas”.
Además de la presión internacional y de otros aspectos antes comentados, las contradicciones ideológicas en el seno de los movimientos sociales y políticos, con grandes filtraciones de ideologías socialdemócratas y la búsqueda de un “nuevo socialismo” alternativo al comunista soviético sin ningún tipo de liderazgo político e ideológico, fueron el principio del fin de las conquistas sociales y económicas en Portugal que parecieron asomarse a partir del 25 de abril de 1974.
Sobre la situación revolucionaria
Pues bien, estos grandes acontecimientos de hace 40 años y todo lo que sobrevino después nos obligan a prestar atención y a volver la mirada a planteamientos teóricos sobre lo que significa una situación revolucionaria, un proceso revolucionario o, en palabras llanas, lo que significa el hecho de que una revolución tenga éxito (o mayor probabilidad de éxito). Sin entrar en detalle sobre todo lo dicho por los teóricos del marxismo y el materialismo (Marx, Engels, Lenin, Gramsci, etc.) siempre es aleccionador traer a colación lo que Lenin, y en líneas generales todo el marxismo leninismo, enseñó al respecto.
Incluso si planteáramos la cuestión desde coordenadas estrictamente marxistas-leninistas no se dan actualmente ni las condiciones mínimas necesarias de lo que Lenin denominó “situación revolucionaria”, que en lo esencial y salvo algunos matices, pueden ser aplicables a cualquier periodo histórico. Y es que, además, aunque se dieran estas condiciones, ello no implicaría necesariamente una revolución, porque las “condiciones subjetivas”, como el marxismo-leninismo las denominaba, podrían no cumplirse: organización, vanguardia política, coordinación de los diferentes ámbitos de lucha (ideológica, económica, política, etc.).
En el trabajo “La Bancarrota de la II Internacional”, escrito por Lenin en 1915, se resume muy bien los criterios generales (objetivos) que anuncian una situación revolucionaria:
“A un marxista no le cabe duda de que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria; además, no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.
Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria. Esta situación se dio en 1905 en Rusia y en todas las épocas revolucionarias en Occidente; pero también existió en la década del 60 del siglo pasado en Alemania, en 1859-1861 y en 1879-1880 en Rusia, (la Revolución de los Claveles, añadimos nosotros) a pesar de lo cual no hubo revolución en esos casos. ¿Por qué? Porque no toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan sólo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria de llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, “caerá” si no se le “hace caer”.
Conclusiones para la acción política
Hoy día, y aplicado a España, es prácticamente imposible que haya una revolución a corto plazo con las acciones y medidas que apuntamos porque no estamos ni en dicha “situación revolucionaria”. Es decir, ya no es que sea más o menos cuestionable que se dé la famosa condición “los de arriba no pueden y los de abajo no quieren seguir en la misma situación”, sino que una de las condiciones de Lenin, y esto hay que recordarlo, es que la lucha de clases ha de haber alcanzado un grado de desarrollo muy avanzado, con una intensificación de las fuerzas sociales revolucionarias y, además, con un grado de opresión y desigualdad socioeconómica muy elevado. También es cierto y siendo más rigurosos es que sólo podremos llamar a una situación revolucionaria como tal cuando ha llegado a ser una situación revolucionaria efectiva, es decir, cuando se ha producido una revolución. En caso contrario, sería una situación revolucionaria aparente. Ya en sus “Cartas sobre Táctica”, Lenin describió el rasgo fundamental de toda revolución: “El paso del poder del Estado de manos de una a manos de otra clase es el primer rasgo, el principal, el fundamental de la revolución, tanto en el significado rigurosamente científico, como en el político-práctico de este concepto”.
Por otro lado, tampoco quiero decir con esto que el marxismo-leninismo tenga la luz absoluta sobre la “verdad revolucionaria”, ni mucho menos. Pero creo que alguien que se precie de ser materialista, principalmente en política, ha de incorporar a sus explicaciones de forma crítica la enorme cantidad de análisis y argumentos que esgrimieron, Marx, Engels, Lenin, Gramsci y tantos otros sobre los procesos revolucionarios, la estrategia, la táctica, etc. Por supuesto, partiendo siempre de la realidad concreta en la que estamos inmersos con sus categorías socioeconómicas y políticas actuales. Sólo así, podremos dar soluciones concretas a las famosas y sugerentes primera y tercera Tesis sobre Feuerbach de Marx.
Desde estas coordenadas, un periodo no revolucionario o aparentemente revolucionario (resumo las etapas básicas: periodo no revolucionario, situación revolucionaria, revolución, nacimiento del nuevo sistema, desarrollo y consolidación… y posible muerte y transformación en otro sistema) no hay que observarlo como un hecho positivo de forma empírica, sin más, sino como una etapa (y ensayo) que forma parte, o puede formar parte, de tendencias que habrá que ir configurando y conformando a través de la crítica ideológica, económica, social y política y, por supuesto, de la acción de grupos a través de instituciones.
En este sentido, y para concluir, pienso que no hay que tener miedo a hacer análisis que no sean meramente empíricos. Este es el problema del empirismo político, es decir, simplemente quedarnos con “esto es imposible en el corto plazo”, “es utópico”, etc. Ser materialista en política, no creo que sea simplemente constatar hechos positivos, sino también desenmascarar la realidad para buscar posibles rutas políticas, otros caminos posibles, que aunque a corto plazo no sean transitables, si que lo que puedan ser cada vez más con el paso del tiempo. El materialista práctico, político, revolucionario, debe actuar pacientemente y con constancia a través de grupos sociales y políticos en sus múltiples formas. El presente es infecto no es algo acabado y cerrado, y por eso mismo son posibles las revoluciones sociales y políticas.
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