Breviario sobre dialéctica capitalista: monopolio y competencia

Escribo estas anotaciones al hilo de varios artículos que he leído estos días en los periódicos relacionados con ganancias empresariales extraordinarias, “legales o ilegales”: el incremento de beneficios del Banco Santander y BBVA en el primer semestre de 2013, y en general los enormes beneficios de las grandes empresas españolas en este largo periodo de crisis; así como, los expedientes abiertos a las petroleras por parte de la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) por pactar precios o la sanción en Estados Unidos a JP Morgan por “manipular” el precio de la energía.

Más allá de analizar en concreto cada uno de estos casos, y que en absoluto es el objeto de este artículo, sí que me han servido en su conjunto como punto de referencia y recordatorio para llamar la atención de por qué en una situación de crisis económica de larga duración las empresas grandes siguen aumentando beneficios: resultado de la eliminación de la competencia y, a su vez, para competir en mejores condiciones en el futuro.

Una de los temas más controvertidos en el capitalismo es cómo explicar el proceso de acumulación del capital. Marx ya vislumbró que la tendencia del capitalismo, principalmente en tiempos de penumbra, era de concentración y centralización del capital (aumentos de tamaño, fusiones, absorciones, etc). Pero es que esta tendencia es fruto de la propia competencia de los capitales, en lucha a muerte por el mercado, donde los más débiles dejan paso a los más fuertes, y más en épocas de crisis.

Pero es que esta concentración y centralización no hay que verla como un estado de estancamiento al que ha llegado irremisiblemente el capitalismo, como muchos marxistas del siglo XX quisieron sostener. Desde Hilferding y Lenin, la tesis del capitalismo monopolista vinculada con el imperialismo depredador eliminaba del discurso marxista oficial cualquier atisbo de vinculación del aumento del tamaño empresarial, fuera cual fuera su origen, con la competencia empresarial. En este sentido, se llegaba en muchos casos a negar la ley del valor trabajo que el propio Marx forjó como válida siempre en un contexto de competencia entre capitales, tal y como nos recuerda y enseña Ronaldo Astarita en sus análisis sobre el monopolio.

Así, la tesis dominante era que esencialmente los precios eran pactados, fruto de fuerzas extraeconómicas, comandadas y decididas, principalmente, por las grandes corporaciones. Los precios se diseñaban al margen de la competencia en el mercado. El capitalismo de competencia, si existía, era visto más bien como un vestigio o residuo del pasado, que en el mejor de los casos coexistía con un capitalismo monopolista predominante. De este modo, la competencia en última instancia se justificaba desde la óptica político-militar: la lucha entre Estados es la que abría paso al capital victorioso, fundamentalmente para abrir nuevos mercados, exportar capitales o explotar los recursos naturales y materias primas de los “países objetivo”.

Por otro lado, en la llamada “competencia imperfecta” de la escuela “neoclásica”, donde los precios de mercado están “dirigidos” por algunas empresas, se reduce dicha competencia en el mejor de los casos a la diferenciación del producto, la publicidad, localización de la empresa, etc. Partiendo de esta parcialidad en los análisis y abstracción de numerosos elementos clave, la dinámica procesual competitiva en precios está bloqueada y, por tanto, la reducción de costes. Ni en la “competencia perfecta”, de la que no deja de ser la “competencia imperfecta” una distorsión, las empresas compiten, análogamente a la música de las esferas de los pitagóricos, que en su perfecta armonía es inaudible.

En la actualidad, aunque nos atiborren de noticias como las que he indicado (y las he puesto a modo de ejemplo), la disminución de los costes de transporte, el auge de las telecomunicaciones, la existencia de empresas transnacionales, la internacionalización del capital financiero y la propia concentración y centralización del capital como medio para prepararse ante nueva competencia, demuestran a la larga que la competencia entre capitales y su impacto en los precios es inherente al capitalismo, y que va de la mano, como la historia ha demostrado, de la guerra cuando es necesaria y de otras intervenciones políticas.

Pues bien, como conclusión, la concentración, la cooperación, el monopolio, las alianzas, los beneficios extraordinarios por colusiones y pactos de precios, etc., no son más que momentos necesarios de un proceso de competencia entre capitales por la búsqueda incesante de ganancia. Que es el verdadero fundamento del proceso de acumulación del capital y del desarrollo de las fuerzas productivas, con sus estancamientos, crisis, auges y límites impuestos por las relaciones sociales de producción. El origen del excedente se obtiene por vía económica y por vía política y militar, de forma conjugada o correlativa. Y estos aspectos económicos, junto a los políticos, ideológicos y culturales, hay que tenerlos muy en cuenta en cualquier análisis de dialéctica de clases y Estados.

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