La semana pasada nos sorprendían unas declaraciones a la BBC de un inversor británico. Alessio Rastani, que así se llama el polémico personaje, advertía al mundo sobre el inminente colapso del Euro. Del mismo modo, su veredicto sobre quién manda, levantaba una gran polvareda mediática: Goldman Sachs y no los gobiernos dirigen el mundo, sentenciaba Rastani.
Hace 159 años Marx lanzaba un mensaje similar en la forma, aunque mucho más elaborado en el contenido. En sus escritos Marx retrata con total nitidez los manejos políticos de la aristocracia financiera –fracción de la burguesía francesa- en la determinación de la política de su país. Marx no habla del mercado a modo de institución abstracta y despersonalizada, sino que incluso se atreve a ponerle apellido al Mr. X de los banqueros: Laffitte. En la confrontación teórica de La lucha de Clases en Francia o el 18 Brumario de Luis Bonaparte, con otras obras como la Contribución a la Crítica de la Economía Política o El Capital, se observa a Marx ejercitando la distinción entre finis operantis y finis operis. De cuño escolástico la distinción ha tenido su continuación en autores de la importancia de K.Popper y A. Giddens. La idea es diferenciar lo que los sujetos buscan y hacen a través de planes que se materializan en la acción social –finis operantis-, de las consecuencias objetivas que se derivan de la interacción social –finis operis– . El Marx de la economía política indaga en los mecanismos impersonales y objetivos del mercado, en sus leyes, explicando su desarrollo con independencia de la voluntad de tal o cual burgués concreto (finis operis). Pero Marx tampoco olvida que ese mercado no es una realidad extramundana, sida dada in media res de la lucha de clases y grupos sociales, que tienen por tanto unos planes y proyectos para defender sus intereses (finis operantis).
Con frecuencia comentaristas de toda laya polemizan sobre el alcance y justicia de las medidas de ajuste económico adoptadas en casi todos los países capitalistas desarrollados, pero más o menos coinciden en que buscan reforzar la confianza de los mercados. Sesudos especialistas y políticos de la partitocracia dominante nos hablan de favorecer la inversión, de la importancia del sometimiento a la disciplina presupuestaria y demás tecnicismos. El mercado aparece única y exclusivamente desde el finis operis, pero casi nunca o de un modo muy difuso, desde el finis operantis. He aquí el gran triunfo ideológico de nuestro sistema económico: difuminar cuando no ocultar con descaro el finis operantis de los grupos y clases sociales en el finis operis del Mr. X del mercado. En la URSS era más sencillo darle nombre y apellidos a los responsables de los éxitos y fracasos en la economía: los dirigentes y planificadores del Partido Comunista eran gente de carne y hueso, el mercado no. Por eso las palabras de Rastani han sentado tan mal. Por un lado saca a relucir las limitaciones del poder político para controlar a los grandes financieros. Por el otro, el inversor británico le pone nombre al mercado. Los que siempre ganan, con crisis y sin ella, tienen rostro humano.
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