Izquierda Hispánica ante el Imperialismo

Tocamos esta vez un tema espinoso y polémico, pero la verdad está en la lucha.

Desde que Stalin muere en 1953 y sus sucesores tutelan el Imperio Soviético hasta su decadencia, Estados Unidos toma el timón a nivel mundial. Desde entonces el número de naciones políticas en el mundo se ha multiplicado. Los motivos son obvios: Estados Unidos obra como un Imperio «pacifista», y en cierto sentido parasitario. Sus maneras consisten en enfrentar entre sí a los demás Estados del mundo para, una vez debilitados, echarles una mano al cuello. Pero su objetivo no es convertir en ciudadanos estadounidenses a todos los habitantes del planeta. Mientras el Imperio Soviético, y antes el Español y el Romano (para Izquierda Hispánica, los tres más claros ejemplos clásicos, junto con algún otro –el Imperio de Alejandro Magno por ejemplo-, de Imperialismo Generador, esto es, aquellos Imperios que, además de ejercer su influencia sobre otros Estados y territorios, elevan el nivel de vida de los dominados hasta hacerlo parejo con la metrópolis; frente al Imperialismo Depredador, aquel Imperialismo que no eleva el nivel de los gobernados a la Metrópoli, sino que lo mantiene e incluso, según qué casos, lo empeora, como es el caso de los Imperialismos Holandés, Británico y Alemán del Tercer Reich, como ejemplos clásicos), buscaban unificar en torno a unas mismas leyes, una misma lengua y un mismo comercio a todos sus ciudadanos, e incluso rebasar esos límites (el «por el Imperio hacia dios» de los españoles, o el comunismo de los soviéticos), los Estados Unidos, aún teniendo rasgos generadores como los antedichos, no mantiene esa política a nivel universal, teniendo rasgos depredadores como prueba su apoyo y mantenimiento de Estados tiránicos y dictatoriales (las distintas dictaduras iberoamericanas durante el siglo XX, algunos regímenes tiránicos africanos o, por supuesto, el régimen despótico de Arabia Saudí, cuna y caja fuerte del islamismo internacional). Estos rasgos depredadores separan pueblos dentro de cada una de las plataformas continentales más que unirlos.

Pero los tiempos están cambiando, aunque como la canción de Neil Young, despacito, despacito. Desde Izquierda Hispánica, ya no nos limitamos a salir «En defensa de la Nación Española», lo cual no es sino nadar a mariposa para morir ahogado en la orilla, sino que, sin dejar de defender la unidad de España, apostamos por una visión global del asunto, aupándonos en las recientes aperturas de miras de algunos presidentes iberoamericanos, con el fin de montar de nuevo y paso a paso un Imperio Generador hecho y derecho. Es evidente que es un error forzar las cosas, pero también lo es dejar escapar la oportunidad.

Como sabemos que la palabra Imperio tiene fuertes connotaciones peyorativas, trataremos de explicar esto con el mayor de los cuidados. Así pues, por el momento, es necesario hacer una defensa afirmativa del Imperialismo Generador Socialista (ya estamos aquí proponiendo un modelo de Imperialismo, que tuvo su primer ejemplo en la URSS y que tiene ahora otros, como la República Popular China o, en menor grado, la República Bolivariana de Venezuela), que nos libre de la cantidad ingente de mitos en contra de la idea de Imperio que se han extendido como el cólera:

1º Puede haber un Imperialismo Generador Socialista.

Aglutinar naciones políticas variopintas en torno a unas instituciones comunes (políticas, económicas, administrativas, culturales, militares, idiomáticas) puede hacerse en un Imperialismo Generador Socialista.

Marx atribuyó componentes generadores al Imperialismo (cosa que Lenin no hizo, como se prueba en su libro, de influencia controvertida, «El Imperialismo: Fase Superior del Capitalismo»). Marx reconoce en la labor imperial de los Estados capitalistas coloniales del siglo XIX (y estos eran, mayormente, depredadores) vestigios civilizatorios. Según Marx, los Estados burgueses elevan las fuerzas productivas allí a donde van y por extensión ponen las bases de la construcción futura del socialismo. No en vano, para algo veía revoluciones proletarias en Francia o en Inglaterra: para que esas revoluciones se extendiesen también a territorios coloniales, pero sin despedazar la estructura imperial, sino para mantenerla unida, eso sí, en el socialismo que él y Engels propugnaban.

La diferencia entre un Imperio y una Nación Política cualquiera es evidente. El Imperio Universal, sea generador o depredador, intenta comprender al total de los individuos, mientras que la Nación Política se queda con los nacidos en un determinado territorio. De esta manera vemos a los jeques árabes manifestando que el petróleo que les brota es suyo porque Alá les ha premiado tras tanto rezo (para los musulmanes toda la Tierra es una Mezquita, por lo que la extensión Imperialista del Islam, sea de manera depredadora –a la saudí- o generadora –a la omeya-, es una obligación, que sin embargo jamás se llamaría a sí misma imperial salvo en el histórico caso otomano). Lógicamente, un Imperialismo Generador Socialista no lo sería en sentido comunista (sociedad sin clases), ya que el horizonte comunista, en Marx, tiene componentes anarquistas que rechazamos por utópicos. Pero, por otro lado, un Imperio Generador Socialista, como lo fue la URSS, tiende a ser socialista por definición, porque al intentar gobernar el máximo de espacio posible puede repartir panes y peces. Panes y peces que, a la manera de las taifas medievales, tocan donde tocan y con los medios precarios que se pueden.

Aquí vendría a colación el famoso diálogo de la película cómica británica de los Monty Python de «La vida de Brian»:

(Reg) «Bueno, pero aparte del alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?»

(Militante del Frente Judaico Popular) «Nos han dado la paz»

(Reg) «¿La PAZ? Que te folle un pez»

El Imperio Español es un ejemplo muy gráfico de Imperio Generador, algo que podría chocar a muchos hoy día. Lo cierto es que España, sin negar los abusos y las atrocidades, realizó más obras generadoras que depredadoras: construyó ciudades, dio a los indios la condición de hombres otorgándoles alma y poniendo las bases del Derecho Internacional, construyó carreteras, fundó grandes ciudades, Universidades, imprentas (Descartes estudió a escolásticos españoles como Suárez gracias a libros impresos en México), evangelizó el continente y le dio un idioma hoy hablado por casi 500 millones de seres humanos. Y esto sólo fue posible por una razón: porque España no era sólo buena parte de la Península Ibérica, sino que, hasta Cádiz y la primera mitad del siglo XIX, la España realmente existente era la España de ambos hemisferios. El ayer Imperio está hoy dividido en varias naciones políticas y, si no nos unimos, quizás mañana sean muchas más, puesto que Iberoamérica es un auténtico banco de pruebas de diversos imperialismos, entre ellos el estadounidense, que se ocupa de convertir en enemigos étnicos y de guerra a habitantes de barriadas marginales cuyos antepasados compartían unas mismas instituciones en el Imperio Español.

El Imperio Soviético y el polvorín posterior a su conversión en múltiples naciones es otro ejemplo, más actual si cabe, que vuelve a demostrar el carácter socialista genérico de los Imperios Generadores y por el contrario, el particularismo del nacionalismo étnico e indigenista. La URSS sólo fue fuerte, y sólo pudo expandir la Revolución mientras estuvo unida y mientras actuó de forma imperial y generadora. Debido a sus contradicciones institucionales (por ejemplo, el reconocimiento del «derecho de autodeterminación», que criticaremos con posterioridad, entre otros) la URSS terminó cayendo. Pero la URSS no nació de la nada, sino que surgió de las cenizas de un Estado imperial, la Rusia de los zares, el cual nunca fue ni una entelequia ni simplemente una estructura política despótica.

Lo cierto es que sólo partiendo de las cenizas del Imperio Español (las naciones políticas hispánicas realmente existentes) y de varias de las instituciones comunes conservadas hasta el presente a todas las naciones surgidas del naufragio de éste Imperio (el idioma español, el catolicismo sociológico, incluso las instituciones culturales, literarias e ideológicas plasmadas en textos diversos que claman por la unidad iberoamericana), además de varias organizaciones como UNASUR, el ALBA o el MERCOSUR (o incluso una OEA vuelta del revés, frente a la depredación capitalista anglosajona), se puede edificar una Iberoamérica unida, cuyo cometido universal no puede ser otro que el socialismo y la paz.

2º Este Imperialismo Generador Socialista ha de ser Hispánico, que es lo mismo que decir Iberoamericano en las condiciones del presente.

El Imperialismo Generador Socialista es Hispánico, porque hispánico fue el primer imperio planetario realmente existente en la Historia. De la misma forma que en el Materialismo Filosófico se distingue un socialismo genérico (sinónimo de universalismo, de anti-individualismo) y un socialismo específico (una forma, relacionada con el socialismo genérico, en que se expresa el socialismo, es decir, un socialismo socioeconómico como proyecto político concreto), se puede diferenciar entre una Hispanidad genérica y una Hispanidad específica. Se entendería la Hispanidad genérica como la unidad de pueblos que comparten una identidad común, una historia común e, incluso, la necesidad de articular un proyecto de futuro común, con unos rasgos radicales fundamentales: el pasado del Imperio Español como articulador, el idioma español (e incluso el portugués sumado al español) y la religión católica (si bien sin negar el fenómeno católico religioso en sí, sí destacando la importancia de un catolicismo sociológico, cultural, que ha influido de manera determinante incluso en grandes revolucionarios iberoamericanos a lo largo de los tres últimos siglos, aún siendo estos personajes no religiosos e incluso ateos). Y se entendería como Hispanidad específica aquella forma concreta en la que se organizaría esa unidad, ese proyecto común. Hasta ahora las hispanidades específicas que se han propuesto han sido en sentido religioso católico e incluso en sentido reaccionario, de vuelta al Antiguo Régimen (esto es, al Imperio Español). Izquierda Hispánica rechaza ambas por completo, por irrealizables o por absurdas. De hecho, las propuestas hispánicas antes citadas, como rechazo repulsivo, han tenido como consecuencia la articulación de diversos proyectos, desde la sumisión total a otros imperios ajenos al español (el británico, el francés y el estadounidense de manera especial), a la articulación del regreso reaccionario a situaciones precolombinas (plasmadas en la ideología indigenista y su defensa de la Pachamama), así como al latinoamericanismo, una suerte de nacionalismo continental que, en realidad, dejaría a Iberoamérica, una vez más, confinada en sus propias fronteras.

Frente a todo esto, frente al nacionalismo latinoamericano, Izquierda Hispánica defiende el Internacionalismo Iberoamericano, lo que es sinónimo de la Hispanidad específica que defendemos: la Hispanidad Revolucionaria y Socialista. Una Hispanidad (intercontinental, frente a un latinoamericanismo continental) que no trate de volver a tiempos pasados, sino impulsarse al futuro desde lo realmente existente, dejado por el pretérito. Una Hispanidad Revolucionaria y Socialista que no se cierre a las fronteras naturales, y artificiales, americanas, sino que mire a los hermanos españoles, andorranos y portugueses en Europa, a los timoreses y filipinos asiáticos, y a los hermanos angoleños, mozambiqueños, ecuatoguineanos, guineanos (Bissau), caboverdianos, saharauis y santotomenses de África, continente en el que existe un África Hispánica, un África Iberoamericana que debe caminar en nuestra misma senda socialista y revolucionaria.

En este sentido, y a pesar de sus errores (que podrían conducirle a la debacle social de su propio proyecto político, y a retrasar la lucha varias décadas más), el presidente venezolano Hugo Chávez es el único que defiende, hoy, esta unidad, si bien no como a Izquierda Hispánica le gustaría, pero sí dándose cuenta de su importancia. Es probable que los errores de Chávez (que trataremos en otro artículo) sean, en importancia, tan sustanciales como los cometidos por su inspirador, el libertador liberal de origen español Simón Bolivar. Criticado por Marx, Bolivar, seguramente inconscientemente, dejó que manos depredadoras anglofrancesas entraran en la Patria Grande. A veces, los grandes hombres de la Historia también cometen grandes errores. Pero tanto Bolivar como Chávez han tenido grandes aciertos.

Para llegar a esta unidad hispánica socialista no basta sólo con que en América se abandone una cierta fobia a España, originada por la propaganda de la Leyenda Negra. Al fin y al cabo, la conquista española de América tuvo apoyo interno muy numeroso, debido a los abusos de Estados depredadores precolombinos; la ingente cantidad de intelectuales deprimidos afrancesados suramericanos que se concentran en las penurias de los periodos de la conquista imperial, olvidando las consecuencias que con tanta gracia explicaba en el punto anterior el gag de los Monty Pitón, es una prueba de ésto. Como por ejemplo, un autor de cabecera de las izquierdas indefinidas latinoamericanistas actuales, el poeta y escritor uruguayo Eduardo Galeano y sus sobrevaloradas (y en el fondo idealistas y no materialistas) venas abiertas de América Latina, libro en el cual se minimizan los intereses particulares que defendían los «conquistados». Si tan buenos fueran los antiguos gobernantes aztecas, por ejemplo, ¿cómo se comprendería que estos, y otras tribus limítrofes con los aztecas que les servían de carnaza sacrificial, se dieran de mandobles literalmente por ayudar a Hernán Cortés para derrocar al tirano Moctezuma?. La dominación española trajo el fin de los sacrificios humanos y del canibalismo, y repetimos, sin negar los abusos posteriores.

Pero, en España, decíamos, es necesario abandonar el europeísmo democratísimo que aleja a España, de manera racista americanófoba en algunos casos, de sus hermanos históricos. Y esto no sólo lo realiza el PSOE de Zapatero, también lo hace el Partido Popular en España. Por un lado, defienden la nación española (al menos su modelo específico de España, el constitucionalista de 1978), mientras que por el otro, y a instancias de la Casa Blanca, del Bündestag o del amigo Sarkozy, fomentan la separación con los países iberoamericanos. Ya no sólo eso, sino incluso pueden estar a favor de la balcanización de naciones políticas como Bolivia. En el fondo, ingenuamente, no practican sino el clásico servilismo a la nación estadounidense del mismo tono que Uribe el presidente colombiano. Jose María Aznar nos recuerda al antiguo presidente yugoslavo, el general Tito. Tito recibía con las manos abiertas los dólares norteamericanos a cambio de mantenerse distante del Imperio Soviético. Las consecuencias son conocidas por todos. Cuando Milosevic quiso enfrentarse a EEUU, sin tener ya al Imperio Soviético apoyándole, el resultado fue como el de una colisión de un Seat Seiscientos con un acorazado.

De esta manera, desde Izquierda Hispánica queremos reflejar que tanto el nacionalismo latinoamericano (con su frente venezolano-bolivariano como guía actual, con el permiso, en principio, de Lula) como el nacionalismo español-europeísta (por no hablar ya de los nefastos y reaccionarios neofeudalismos vasco, catalán o gallego, entre otros), suponen obstáculos a la unidad iberoamericana tal y como Izquierda Hispánica la formula, beneficiando así, aunque no se piense así desde algunos feudos intelectuales, a los planes y programas de la Casa Blanca, entre otros centros de poder político depredador (como el Eje París-Berlín). Nuestro objetivo no es enfrentarnos imprudentemente a los Estados Unidos de América, sino al menos, animar a nuestros líderes políticos a que piensen que si impiden la conformación de una Hispanidad Unida, Revolucionaria y Socialista en un Imperio Generador, lo hacen por mala fe (aunque así no lo crean), y no por homenaje a los mayas y los incas. Además, ¿por qué no, en vez de enfrentarse al Imperio directamente, se le da la vuelta del revés desde dentro, aprovechando el tirón hispano?

3º El Imperialismo Generador Socialista Iberoamericano ha de ser Materialista.

El Materialismo Filosófico es la gran herramienta analítica del presente. Su obra no es sólo española, sino iberoamericana y, por tanto, universal. En el fondo de la ideología antiimperialista reside esta idea filosófico-política concreta: la de un culto a la independencia del individuo que olvida, vaya usted a saber si adrede o sin querer, los asuntos comunes. Las 257 naciones que hay en el mundo no están solas y aisladas, por mucho que se encaprichen en su propia conciencia de ser. Si redujéramos esto al absurdo, podría ocurrir que en un futuro apocalíptico todavía no registrado por ninguna película de ciencia ficción, hubiera en el planeta una nación por cada habitante (cada nación como cada Mónada de Leibniz).

En el papel revolucionario que al conjunto de los iberoamericanos (tanto en América como en Europa, tanto en Asia y Oceanía como en África) asigna Izquierda Hispánica, el Materialismo Filosófico tiene mucho que decir. Y es que el regressus de las condiciones objetivas actuales hacia nuestros postulados, exige un progressus hacia la revolución. Una revolución que, desde nuestro sistema filosófico, sólo es posible gracias al Ego Trascendental. El Ego Trascendental juega un rol muy importante en el Materialismo Filosófico. Pongamos una cita de «Ensayos Materialistas», una de las obras de referencia de Gustavo Bueno:

«Así también, y en un sentido reduplicativo (porque aquí el cierre categorial sería por sí mismo vacío), la Idea de Materia procedente del Mundo (Mi) debe ir acompañada , en cuanto idea crítica, del esquema epistemológico de su construcción, de la actividad misma constructora: esta actividad pertenece al propio contexto de la Idea de Materia, y la designamos aquí por “E” – inicial de “Ego” o “Conciencia filosófica”, no tanto “Ego psicológico”, como también “Ego trascendental”. El “Ego”, por lo demás, tampoco puede ser entendido aquí -si no queremos caer en una hipóstasis metafísica- como una entidad distinta de las materialidades dadas en el Mundo. El Ego trascendental no es un “sujeto”, que recibe los estímulos del Mundo objetivo; ese sujeto no existe como sustancia, fuera del mundo; porque el Ego trascendental» es la misma práctica o ejercicio (de índole histórico-social) en la cual el Mundo se constituye como objeto. Si utilizamos la coordinación, que más delante discutiremos, entre los Géneros de Materia, M1, M2, M3, y la noción de “clase” (en el sentido de la lógica de clases), podríamos expresar lo anterior diciendo que el Ego trascendental, en extensión, no es una entidad distinta de la reunión de esos mismos tres Géneros de Materialidad, aunque no se aporte otro motivo sino porque el Ego lógico mismo es quien pone esa reunión. En ningún caso, pues el Ego como parte del mundo puede entenderse a la manera como decimos que un árbol es parte de un bosque.» Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Madrid, Taurus, 1972, p. 65.

En otra parte de estos mismos Ensayos…, Bueno afirma que el Ego Trascendental, en el Materialismo Filosófico, es considerado como un «fenómeno», frente a su consideración como una «sustancia» en otros sistemas filosóficos más idealistas. Si la conciencia filosófica es sinónima de Materialismo Filosófico, y si esa conciencia se desarrolla plenamente, según los Ensayos… en el socialismo específico materialista, el Ego Trascendental juega un papel fundamental en la destrucción de Mi (la Materia Ontológico-Especial), mediante el regressus a M (la Materia Ontológico-General) y el posterior progressus a la Materia Ontológico-Especial. Se trata de un proceso revolucionario claro, en el que el Ego Trascendental, como fenómeno material dado en el Mundo, hace que los sujetos operatorios sean parte implicada importante en ese cambio revolucionario. La constitución de cualquier Imperio, sea depredador o generador, también necesita el concurso de este Ego Trascendental (trascendental porque trasciende a todos los sujetos operatorios, no siendo individual). Por lo tanto, un Imperialismo Generador Socialista necesita de la participación de las masas coordinadas con los miembros del poder político (que pueden surgir de esas mismas masas), y esa coordinación es posible mediante la conservación de los cuerpos de esos mismos sujetos que, en cualquier lugar de la pirámide social, comparten debido a su corporeidad (necesaria para el surgimiento de la racionalidad) el fenómeno del Ego Trascendental. Esta conservación de los cuerpos en la medida de lo posible y necesario resulta de una crítica de Gustavo Bueno a los excesos soviéticos, y también da pie a una teoría revolucionaria propia: la de Izquierda Hispánica.

Pensándolo bien, esto es esencial el cualquier sistema político avanzado, y más en uno socialista (se nos ocurre, a bote pronto, la ideología Juche como ideología que afirma ésto, si bien con un lenguaje más pobre e ingenuo, al mismo tiempo que con demasiados componentes metafísicos, lo que no ha impedido la eutaxia del régimen norcoreano).

Así pues, el Ego Trascendental, común a todas las personas, incluidos nosotros los iberoamericanos, nos permite llevar a cabo, si es posible y si es deseable (y deseado) el necesario cambio revolucionario que deje de tenernos separados y nos convierta en lo que necesariamente debemos ser: un Imperio Generador Socialista, Iberoamericano (Hispánico) y Materialista. Este, y no otros, podría llamarse realmente, con justicia y con criterio, el Socialismo del Siglo XXI.

Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.

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