Sobre el bombazo político de la semana, y quizás del verano, en España: el presidente Mariano Rajoy supuestamente cobró sobresueldos ilegales mientras fue ministro en el Gobierno de José María Aznar entre 1997 y 1999, según ha desvelado hoy el diario El Mundo.
Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, siempre ha querido ser el gran periodista español que emulase a Carl Bernstein y Bob Woodward, los periodistas de investigación estadounidenses que destaparon el escándalo Watergate en 1972, que llevaron a juicio a muchos colaboradores cercanos del presidente Richard Nixon, y a este a dimitir de su cargo, por escuchas ilegales por parte del Gobierno a la Convención Nacional del Partido Demócrata en Washington DC y el posterior borrado de pruebas. Bernstein y Woodward se convirtieron en héroes de la prensa internacional, pero no cabe duda que de investigación pura y dura jamás se nutre el periodismo. Woodward, según el escritor británico Adrian Havill (en su libro «La verdad profunda: las vidas de Bob Woodward y Carl Bersntein»), antes de ser «periodista de investigación» fue agente de la CIA, tenía muy buenas relaciones con «sociedades secretas» de la prestigiosa e influyente Univesidad de Yale y, durante el gobierno de Nixon, gozó de la más estrecha colaboración de las diversas agencias de inteligencia estadounidense para destapar casos ad hoc de corrupción o de espionaje político interno, colaborando con él su antigua agencia y también el FBI. Todas estas relaciones trataron de ser tapadas inventando el seudónimo «Garganta Profunda» (que inspiró el título de una importante película porno de la década de 1970), para ocultar las diversas fuentes que informaron a Woodward y Bernstein sobre estas escuchas. Para muchos estadounidenses la acción de Woodward y Bernstein evitó que el Imperio Realmente Existente derivara a una dictadura republicana (quizás para Pedro J. también). Para otros, fue el propio Estado y sus mecanismos institucionales de autocorrección, y en virtud de la necesidad de su eutaxia, la que echó al gabinente Nixon de la Casa Blanca, orientando a la Unión en una política interna y externa, realmente, continuísta de Nixon hasta el punto que el siguiente presidente, Gerald Ford, republicano, perdonó a Nixon de sus delitos y pecados, y el siguiente, el demócrata Jimmy Carter, tan populista como Nixon pero desde la «izquierda» yanki, siguió orientando al Imperio en su acercamiento a China frente a la Unión Soviética hasta la crisis de la embajada de Estados Unidos en Irán, lo que le costó la presidencia y el regreso de los republicanos, con Ronald Reagan, al poder en 1981. Esta historia, que sirve para enmarcar ciertos paralelismos históricos como referencia, no como calco y copia aquí en España, demuestra ante todo que, a pesar de las crisis políticas de envergadura mediática, realmente estas no son tal, hasta el punto de que los republicanos siguieron casi ininterrumpidamente en el poder de 1972 a 1977 y de 1981 a 1992, ya que al llegar los demócratas al poder con Carter su panfilismo populista casi lleva a la Unión a un brete sin precedentes Irán mediante.
Pero estas dialécticas entre capas y ramas del poder político a Pedro J., y su sabueso más sagaz Eduardo Inda (el periodista que en buena medida ha destapado los sobresueldos del PP) les trae sin cuidado. Y siempre fue así. En el año 1994, durante unos cursos de verano del Escorial realizados por la Universidad Complutense de Madrid (el rector era Gustavo Villapalos), en una reunión con diversos políticos y periodistas, la ponencia de Pedro J. llevaba el título significativo de «La función de la prensa como contrapoder». Y para él El Mundo siempre ha sido eso, más allá de teorías políticas posteriores sobre la idea de contrapoder realizadas desde el llamado «marxismo autónomo», influidas por filósofos como Michael Hardt, Toni Negri o John Holloway («cambiar el mundo sin tomar el poder»), que no son otra cosa sino una justificación teórica de la acción de los poderes políticos del vector ascendente del Estado (la llamada «sociedad civil»), llamados desde hace décadas «movimientos sociales», que muchos ven como la «nueva vanguardia revolucionaria» del siglo XXI. Para Pedro J., y en esto aventaja a los teóricos izquierdistas del contrapoder más ingenuos, todo contrapoder efectivo ha de estar conectado con el poder político efectivo de manera directa. Y El Mundo como periódico, como institución de contrapoder efectivo perteneciente al holding empresarial y editorial Unidad Editorial (al que pertenece el diario deportivo Marca, el periódico más leído de España, que estuvo dirigido por Eduardo Inda del 2007 al 2011), sabe perfectamente que una jugada como la realizada ayer, donde se publicaban nuevos papeles de la llamada «contabilidad B» del Partido Popular, registrada por el ex-tesorero del PP hoy en prisión Luis Bárcenas, es un ejercicio más de contrapoder efectivo (no necesariamente de «izquierdas», aunque sí «democrático» o al menos democratista), en tanto inculpan el cobro de sobresueldos al mismo presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, cuando fue ministro de José María Aznar entre 1997 y 1999, cobrando hasta 42.000 euros anuales vulnerando la Ley de Incompatibilidades de 1995. También salen implicados ex-ministros como Rodrigo Rato (ex-gestro de Bankia, antes Caja Madrid), Francisco Álvarez Cascos (hoy en el partido regionalista Foro Asturias), Javier Arenas (ex-ministro de Trabajo) y Jaime Mayor Oreja (ex-ministro de Interior, hoy europarlamentario).
Pero ¿es suficiente esto como para derribar al actual Gobierno? ¿Es suficiente que Pedro J. publique hoy esto en El Mundo mientras ayer se acercó a la Audiencia Nacional a presentar parte de esta información al juez instructor del caso Bárcenas? ¿Qué es suficiente hoy para derribar un Gobierno?
No sabemos lo que puede pasar realmente, el porvenir siempre es incógnita. No obstante, hay líneas del mismo que se puede atisbar desde el pretérito y el presente. Y lo que está claro es que la tendencia política en España, con una crisis política económica intensa, en la que la corrupción delictiva (sobresueldos de Rajoy, contabilidad del Partido Popular, EREs andaluces del PSOE, caso Gürtel, caso Nöos que implica directamente a la Monarquía, caso Pallerols en Cataluña) y la «no delictiva» (proceso de secesión de Cataluña, legalización de Bildu y Amaiur como partidos en las instituciones), desde arriba como desde abajo (repunte de la economía sumergida, repunte de los crímenes horrendos en España), es, según encuestas, el de una pérdida de respaldo electoral al PP aún ganando elecciones, un estancamiento no se sabe hasta cuándo del PSOE, un aumento de simpatías hacia Izquierda Unida y UPyD, y un crecer de grupos de «contrapoder izquierdista» como el Frente Cívico de Julio Anguita. Pero todo esto, que puede simular una situación «prerrevolucionaria» en España, no tiene por qué llevar a ningún cambio sustancial desde el presente. Podría perfectamente Rajoy negar la imputación del duo Bárcenas- Pedro J., apoyándose en sus propios medios más afines (periódicos como La Razón o ABC) y, apoyándose en cierto crecimiento de la economía nacional y su consecuente bajada del paro, más una necesaria para él victoria de Ángela Merkel en las elecciones alemanas de septiembre, permitirle seguir en el poder en España en esta legislatura e incluso ganar la siguiente.
No deja de ser esto una hipótesis futurible. Pero habida cuenta de la necesidad entre muchos españoles de tener antes comida en la mesa que honradez, es posible que perdonen este pecadillo a Rajoy, no pase nada y las ansias de Pedro J. de ser el Woodward español (Pedro J. también tiene sus apoyos políticos de peso, quizás también de gente de los servicios secretos aliados suyos -los que le dan información sobre el 11M-, pero desde luego pesos pesados del PP que van contra la línea de Rajoy, como Esperanza Aguirre o el ex-presidente Aznar, ambos representantes de la línea más liberal del PP frente a la democristiana de Rajoy), no se vean colmadas. Lo que no signifique que no deje de perseguir esa misma notoriedad y el paso a las enciclopedias como un periodista salvaguarda de la democracia española y de la moral comunitaria. Por ello, nosotros no tenemos muchas esperanzas en que este hecho vaya a significar el revulsivo democrático y democratista que muchos esperan. A lo sumo, podría solo ser una serpiente veraniega más, hasta la próxima. En todo caso, las sospechas sobre Rajoy siguen aumentando, lo cual no le beneficia, pero tampoco lo hace a sus adversarios y enemigos políticos. Quizás sí, y solo, a diversos agitadores sociales del «contrapoder izquierdista» y al neofeudalismo catalanista y vasquista, todos ellos perfectos morales. El resto, se limita a hacer «oposición». Veremos qué ocurre.
En respuesta a la pregunta del titular: No pasara nada.
En España nadie dimite. El sindicato UGT está siendo investigado por desviar el dinero destinado a la formación de parados a pagar viajes, banquetes de sus dirigentes, bolsos falsificados, repartir el dinero entre sus miembros,… (y hablamos de miles de millones de euros).
La policía registra durante 14 horas la sede nacional del partido en el gobierno por uno de los muchos casos de corrupción. Sus dirigentes están bajo la sospecha de haber recibido dinero negro.
El anterior gobierno es sospechoso de colaborar con organización terrorista por reventar una operación policial que habría desmantelado la rama de financiación de ETA.
Una infanta está implicada en un caso de corrupción (el fiscal se opone a su imputación).
Etc…
Y no pasa nada. España no es Alemania, país en el que dimite un ministro por plagiar una tesis doctoral.