Entrevista a Pablo Huerga Melcón. Segunda parte

En esta entrada presentamos la segunda parte de la amplia entrevista que Pablo Huerga Melcón concedió a la Asociación Izquierda Hispánica. Aprovechamos de nuevo para agradecer públicamente su disposición y colaboración.

En tu artículo sobre la noción de filosofía de Manuel Sacristán  señalas que el marxismo triunfó como crítica del capitalismo aunque ha fracasado como modelo político. ¿Consideras esta situación como válida a día de hoy?  Y sobre todo ¿Cómo puede ser posible, si es que puede, un modelo político inspirado bajo los principios del marxismo?

Sí, efectivamente el análisis marxista del capitalismo sigue siendo perfectamente válido, es más, al margen de las distintas ortodoxias o dogmáticas que se le siguen atribuyendo al marxismo y al margen de la estructura de propuestas concretas en el ámbito político. El trabajo de Marx en El Capital es un trabajo impresionante de análisis gnoseológico, de análisis del funcionamiento de la economía en su época, amparado en la información que tenía de la economía real, como la que le proporcionaba Engels, por ejemplo. La lectura de El Capital sigue siendo una lectura necesaria para entender el funcionamiento económico actual.

De todas maneras, lo que me preocupaba del análisis marxista que ejercía Manuel Sacristán era precisamente su insistencia en la negación del estado, en la necesidad de hacerlo desaparecer, después de considerarlo la fuente de todos los males. De hecho, por esa misma razón abogaba Manuel Sacristán por la eliminación de la Filosofía de Secundaria. Creo que ese enfoque era completamente equivocado, como se puede comprobar actualmente. Seguramente, ese tipo de planteamientos amparados en el marxismo no hacen más que indefinir la lucha política, sin prestar atención al tema principal, esto es, que sólo en el Estado se garantiza la libertad de las personas.

Y a qué se debe a tu juicio el principal error de los estados que se conformaron políticamente bajo los principios del marxismo.

El error fundamental es que no fueron capaces de sobreponerse a la presión del capitalismo. En todo caso, es muy arriesgado emitir un juicio acerca de los errores del comunismo. Como dice Rousseau en El Contrato Social, no hay modelos políticos perfectos, el arte de la política consiste en hacer modelos políticos lo más duraderos posibles, porque todos ellos están sujetos a degeneración. El comunismo real, no el teórico o incluso divagante, de los cosmopolitistas, el comunismo de los estados tuvo que construirse en el marco de una dialéctica de estados que fue tremendamente dura. La URSS terminó con el nazismo, eso no se puede olvidar, derrotó a los fascistas, mientras que en la misma victoria contra Alemania se le cuela un nuevo fascismo mucho más amenazante y descontrolado, con el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Nadie duda hoy que sus aliados hubieran visto con buenos ojos una URSS derrotada por Hitler. De pronto la URSS se vio envuelta en una nueva guerra que tuvo que librar en el contexto de una destrucción total, en medio de un país devastado por la guerra y totalmente agotado por el enorme sacrificio hecho. Qué más le podemos pedir a la URSS.

En todo caso, el comunismo del siglo XX ha sido un primer intento de organizar conscientemente un Estado bajo principios morales, e imprimió una forma de organización de la existencia política que ha sido ampliamente apropiada por cualquier Estado moderno. Existen muchos aspectos establecidos por los países comunistas que han quedado incorporados al modo de organización de cualquier Estado moderno: la planificación, la redistribución de la riqueza, la intervención estatal en todos los ámbitos de la economía, el uso de los medios de comunicación de masas, el interés por el control del pensamiento y el adoctrinamiento ideológico. Digamos que muchos de los métodos han sido fundamentales en la construcción de los estados modernos, sin embargo, estos métodos se usan, por supuesto, con otros fines, como cualquiera puede adivinar actualmente. Digo que siendo el primer intento a gran escala no era fácil que alcanzara un mayor éxito. Es obvio que sobre esos errores se construirán nuevos proyectos revolucionarios. También la URSS tomó como referencia la revolución francesa, que había tenido lugar hacía más de cien años. Los procesos históricos no están al alcance de las vidas personales. Hoy todos desearíamos que se pusiera en marcha de nuevo la revolución comunista contra el capital, contra el fascismo financiero actual, pero es necesario que las condiciones subjetivas alcancen una madurez que hoy por hoy no tienen (por lo menos en Grecia, o España, porque en América Latina nace de nuevo la esperanza). Y lo que es indudable es que el comunismo soviético fue capaz de conseguir cosas hoy casi inconcebibles, y ha puesto de manifiesto la enorme potencia que se genera cuando se organiza racionalmente la producción a todas las escalas. Y esta lección será imborrable, pese a todo. Cuando los pueblos quieran realmente alcanzar la libertad, alcanzar los ideales que cualquier persona moral hoy puede imaginar, sólo tendrán el camino de la conculcación de las fuerzas sociales en la forma del Estado. Es imposible que el voluntariado, o la iniciativa privada sean capaces de hacer realidad esos ideales. La única manera de que todos los pueblos participen objetivamente en la construcción del mundo, es a través de los Estados. La actual degeneración de las democracias requiere una reforma del Estado, una refundación. Eso es inevitable, antes o después.

Es demasiado frívolo atribuir a la URSS, y más teniendo en cuenta la enorme habilidad diplomática de que hizo gala durante toda su historia, posturas filosóficas tan simples como la de que sus dirigentes o sus teóricos, supusieran que encarnaban el fin de la lucha de clases. Estos esquematismos no tienen ningún sentido. Tampoco creo que pensaran que se trataba de una sociedad perfecta, sino todo lo contrario. Hasta los disidentes más señalados reconocen ahora que no tenían interés en que se hundiera la URSS, y no pensaban en que debiera desaparecer, sino en mejorar la organización política. Otra cosa es que la disidencia fuera un factor instrumental al servicio del imperialismo capitalista. Y eso es algo indiscutible. No es posible conseguir una sintonía perfecta entre los intereses de los individuos y los intereses generales. Un estado será más eutáxico en la medida en que sea capaz de integrar los fines personales en los planes generales de una sociedad, pero esta integración nunca se alcanza completamente. Los estados marxistas como cualquier otra sociedad política no son ajenos al conflicto constitutivo entre los planes personales y generales. La cuestión entonces no es hacer una sociedad perfecta, como un fin de la historia, sino un estado lo más duradero posible. Pero eso no depende sólo de su organización interna, sino de la presión que sobre él ejerce el resto de los Estados.

Y entonces cómo interpretamos la caída de la URSS como país emblemático del estado inspirado en los principios del marxismo.

La URSS sufrió la derrota de la guerra fría. Su situación económica en el período final era particularmente positiva, como se puede ver en el libro de Serguei Karamurza, el libro blanco de la URSS. Es una derrota en la que está actuando la lucha entre los Estados. El imperio americano, los países europeos y, seguramente también, errores de organización política, hicieron posible la imagen lamentable de un Gorbachov reducido a la nada, bajando del avión que le traía de sus vacaciones, como dirigente de un país inexistente. La guerra de Afganistán, la implacable presión de EEUU que libraba una batalla sin cuartel contra el comunismo en todos los frentes, en América Latina, en África, en Asia y por supuesto, particularmente, en la URSS, son factores clave. Por otra parte, es cierto también que el modelo político del imperialismo soviético corresponde a lo que suele entenderse como “imperio generador”. Durante la época soviética se fueron conformando verdaderos estados modernos en territorios donde cien años antes se vivía exactamente como en el Neolítico, y eso es también fundamental entenderlo. De la URSS nacieron estados modernos, urbanos, bien organizados y sorprendentemente estables, en general, salvo conflictos aislados, algunos terribles, como el de Chechenia.

Si esto es así entonces los estados capitalistas parecen haber demostrado una mayor capacidad de adaptación, de superar crisis, críticas, enfrentamientos con el bloque comunista…

Sí, así es, pero los Estados capitalistas han estado sujetos a grandes transformaciones y refundaciones. Además tampoco se puede decir de muchos de ellos que tengan un gran recorrido histórico y, lo que es más importante, tampoco se puede decir que sean Estados plenamente capitalistas. Han sufrido, sobre todo el en siglo XX, grandes transformaciones internas incorporando en su seno políticas socialistas que han permitido frenar las fuerzas revolucionarias que habían demostrado ya en Rusia de lo que eran capaces. Esto no es un capitalismo acorde a su ideal sino uno mitigado o conformado, mediante postulados keynesianos o como se quieran denominar. Y esto es así entre otros factores por la propia existencia de la URSS. De hecho, la caída de la URSS ha supuesto una refundación de los estados capitalistas. Ahora el capitalismo adquiere una nueva dimensión. No tiene miramientos y actúa con fuerza renovada contra los Estados. De hecho, lo que está ocurriendo es que el capitalismo ataca a los Estados con el fin de desmantelar lo poco que queda del legado revolucionario del siglo XX. No es suficiente con derrotar el bloque soviético, es necesario ahora hacer leña del árbol caído y pasar factura. Acabar con todo aquello que en cierto modo nació bajo el amparo de aquella situación geopolítica. A los Estados no comunistas la caída de la URSS no les trae ninguna ventaja. Solamente desaparece aquello que de alguna manera amparaba un tipo de políticas estatales de carácter socialista que mantenían un orden y estabilidad suficiente para moderar los movimientos políticos de izquierda y derecha. Tiene mayor capacidad de adaptación el imperio que venció, los demás, estamos a remolque, y de hecho ahora vienen contra nosotros. Lo poco que conservamos del racionalismo político socialista es ahora un buen negocio para empresas multinacionales que gracias a la actitud patética de los dirigentes políticos moderados de los estados satélites del imperio anglosajón, van a apropiárselo y desmantelarlo. España es un caso característico, pero no el único.

En una conferencia tuya, Marx ante los restos del siglo XXI, señalas que habría que replantear el compromiso con el comunismo respetando o afirmando el papel de la libertad del individuo, los planes y programas del individuo dentro del marco de los fines de una sociedad.

Dentro de la crítica marxista existe un aspecto interesante para nosotros actualmente y es el asunto del Estado. El Estado del siglo de XIX se veía como un monstruo, un Leviatán que había que derribar. Alguien en su día me criticó por sacar a colación una cita de Marx en el Programa de Gotta en relación con la educación, cuando señala que la educación pública estaba al servicio de la burguesía, porque estaba concebida para integrar a los individuos dentro del estado. Y esta cita me parece interesante porque nos indica que la situación ha cambiado completamente. El comunismo ahora mismo más que una lucha contra el Estado tiene que ser una lucha a favor del Estado, porque es el único instrumento que tienen los individuos para garantizar su libertad y su autonomía o soberanía. En la situación actual, el peligro de desmembramiento del Estado o que quede a merced de intereses de grandes multinacionales, que por otra parte pertenecen y sirven a los intereses de otros Estados ejerciendo a través de ellas el poder transnacional, para los pueblos significa el fin de la libertad, y el advenimiento de un neofascismo transnacional.

Sin las instituciones objetivas que vertebran el estado y garantizan mi libertad, ¿qué tipo de individuo se construye? Pues algo parecido al concepto de individuo flotante y la democracia aquí es un auténtico camelo. El comunismo ahora tiene que orientarse a la conservación del estado en la búsqueda de la justicia social que es el fin del comunismo. Y esto no puede quedar al criterio de la buena voluntad de las estructuras de poder, sino plasmado en instituciones objetivas, en el estado que garantiza la libertad del individuo, más allá de los intereses de empresas y particulares.

A lo largo de las sucesivas “generaciones de la izquierda”,  utilizando la terminología establecida por Gustavo Bueno en su libro, El mito de la izquierda, la cuestión del Estado ha sido sin duda el problema central. Uno de los ideales repetidamente proyectado es el de la disolución del Estado. El Estado se entiende como un entramado institucional al servicio de las clases dominantes. La idea de que el fin de las sucesivas revoluciones habría de dar como resultado la desaparición del Estado ha sido esgrimida una y otra vez. Las discusiones no se han centrado, generalmente, en la cuestión del fin, sino de los medios para alcanzarlo. Sin embargo, una y otra vez, las sucesivas izquierdas han acabado reorientándose en la conformación del Estado o en su refundación, -por otra parte, esto es lo que, según la tesis de Bueno, las convierte en izquierdas políticas. En este sentido, salvo la generación correspondiente con el movimiento anarquista, todas las demás, tanto la izquierda napoleónica, como la liberal, la social-democrática, la comunista soviética, o la china, han alcanzado, antes o después, el poder político, y han puesto en marcha sus programas. Estos programas se han basado, sistemáticamente, en el reforzamiento del Estado con el fin de realizar, en todos los casos, proyectos de igualación y redistribución de la riqueza, eliminación de privilegios y reorganización del sistema productivo para contribuir, a su vez, a la consolidación del propio entramado institucional de los Estados.

En esta línea, el comunismo soviético marcó la pauta y determinó sin duda el destino histórico del mundo durante el siglo XX y, particularmente, el destino de Europa. La URSS fue, cualquiera puede verlo con echar un vistazo sin prejuicios a su vibrante historia, un modelo político para Europa (no en vano Trotski soñó con establecer la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas Europeas). Los llamados estados del bienestar nacidos después de la II Guerra Mundial adquirieron el aspecto de un capitalismo embridado por la fuerza económica y política de los Estados; al tiempo que regulaban el trasiego capitalista internacional bajo “férreas” leyes políticas. Cuando estos estados se orientaron hacia la regulación de los servicios públicos, los ciudadanos alcanzaron unas condiciones de existencia nunca antes imaginables, dando por ciertas aquellas premoniciones ingenuas que Trotski dejó escritas en el prólogo a su obra Literatura y revolución. El comunismo soviético amparaba y legitimaba políticas estatales de amplio calado socialista que actuaban promocionando sistemáticamente a la sociedad en una especie de flujo ascendente en el que iban quedando libres los estratos más bajos de la sociedad, mientras aumentaba la clase media. Al tener bien mantenidos los sistemas de promoción social públicos e igualitarios (lo que se ha llamado “el ascensor social”), el sistema de promoción social seguía alimentando el mejoramiento de la sociedad. Es recomendable, en este sentido, la lectura de la impresionante novela de Anatoli Ribakov, Arena pesada, donde se describe este sistema de promoción a través de la escuela en la URSS. La rebelión de las masas, tal como predijo Ortega, dio como resultado estos modelos políticos en donde se afirmaban figuras como la del funcionario público, empresas públicas, bienes públicos. Instituciones que, sin duda, nunca hubieran sido posibles si hubieran dependido de la llamada “iniciativa privada” a secas.

Sin embargo, este proceso de promoción social fue capturado por la sociedad de consumo y la amplia oferta de bienes y servicios al alcance de los bolsillos de esta enorme masa de clase media que rellenaba casi todo el espectro social. El consumo, la vorágine del poder de los medios de comunicación de masas, y la constante batalla contra el comunismo iban en una misma dirección. La consecución de la guerra fría supuso el fin de la URSS y de ese orden internacional que se amparaba en ella, un orden en el que los criterios socialistas se imponían a la presión del capitalismo desregulado. La caída de la URSS ha dado lugar a la era de la globalización. Ahora, las corporaciones multinacionales han tomado la delantera a muchos estados, otros son estrangulados hasta la extenuación por su enorme poder, mientras que, con otros, colaboran porque coinciden en los proyectos políticos e ideológicos. De ese modo, los antiguos estados del bienestar, como España, ofrecen, como lo hizo la URSS con su caída “gestionada” por el FMI, unas expectativas de negocio fabulosas, no solamente por las riquezas sociales acumuladas, sino también por las aspiraciones vitales de sus habitantes, potenciales consumidores. Los movimientos de izquierdas se han volcado ahora en la defensa del llamado sector público y en la defensa de criterios de racionalidad productiva y social que son indiscutibles. Y hay que decir que su acción es coincidente con lo que siempre ha sido la izquierda en ejercicio, aunque, quizá, no lo sea tanto en su representación.

Ahora bien, la izquierda tiene ante sí una tarea prometeica, nuevamente, en España. Porque, contra lo que se suele decir, sólo hay una manera de ser de izquierdas. Las diferentes generaciones de que hablamos, sólo difieren en las circunstancias en las que se manifiesta la acción política de izquierdas, pero no lo que es. Hay dos principios que rigen la política de izquierdas: el racionalismo holizador, y el socialismo. Según Gustavo Bueno, el racionalismo holizador se puso en marcha ya desde los inicios de la izquierda política: la Revolución Francesa; porque en ella se estableció precisamente la Declaración de los Derechos del Hombre. El racionalismo de la izquierda, que es lo que hace a la política de izquierdas siempre revolucionaria, supone llevar a la sociedad a un punto tal de análisis que en ella no queden más que sus partes átomas, es decir los componentes últimos de la sociedad política, independientemente de cualquier determinación positiva: los seres humanos, al margen de raza, sexo, condición social, comunidad autónoma, etc. En España, la holización racionalista supone la reorganización radical y revolucionaria de la sociedad sobre la base de que todos los españoles, independientemente de sus determinaciones particulares, son iguales en derechos, y deberes, sin perjuicio de vivir en Gualtares de Órbigo, o en Toledo.  El otro principio, el socialismo, supone tomar en consideración esa situación originaria y constitutiva de la sociedad española, para aplicar en política el principio socialista clásico: “a cada uno según sus necesidades y de cada uno según sus capacidades”. Partiendo precisamente de esa indeterminación originaria, es evidente que quien vive en Gualtares de Órbigo no tendrá nunca, objetivamente, los mismos derechos que quien vive en Tarragona, por lo tanto, el estado, como entramado institucional, comenzará a regular las condiciones para que esas diferencias objetivas se maticen todo lo posible. Esa será la lucha y también el horizonte de incertidumbre e indeterminación para cualquier acción política de izquierdas. Este tipo de horizonte es el que a algunos les ha llevado a imaginarse siempre la realización del socialismo como una utopía, pero al margen de finales, sí es una agenda objetiva de trabajo político que permite establecer un programa y un proyecto de izquierdas en España. Ninguno de los partidos políticos actuales llamados de izquierdas asume estas dos ideas básicas de la doctrina política de la izquierda: el racionalismo y el socialismo. Al margen del marco de la democracia actual, el destino de España se juega en que los partidos que actualmente se llaman de izquierdas renuncien a sus propias miserias, a sus mitos y sus prejuicios, y afronten la tarea ilustrada y liberal de modernizar España sobre la base de esa igualdad originaria y abstracta, no como un punto de partida, sino como el punto de llegada, el punto de fuga hacia el que orientar sistemáticamente toda acción política.

Los partidos de izquierda tendrían que renunciar a la aceptación tácita de privilegios personales, y sociales. Tendrían que aceptar con convicción la igualdad fundamental de todos los españoles, por lo que necesariamente tendrán que establecer como horizonte político un modelo republicano, donde ningún privilegio personal pueda consolidarse de manera hereditaria. Deberá eliminarse, por supuesto, cualquier situación de privilegio nobiliario. Tendrán que renunciar a la defensa de privilegios regionales o autonómicos y reorientar la organización del Estado en términos administrativos, no escatológicos, abandonando la nostalgia o la creencia en esencias metafísicas. Porque las autonomías son fundamentalmente entidades administrativas. Todo lo demás que las define como diferentes son solamente conjuntos de instituciones de mayor o menor importancia étnica que cabe conservar en el marco de la igualdad política constitutiva del Estado. A su vez, en la medida en que discursos idealistas y metafísicos sobre identidades culturales se asienten sobre la preexistencia de rasgos étnicos diferentes, será necesario renunciar a ellos, o contribuir a través del sistema educativo en disociar rasgos étnicos, de identidades culturales míticas. No existe la identidad cultural, porque tampoco existe nada llamado cultura, la cultura no es más que el conjunto de entramados institucionales que organizan la vida de los seres humanos desde sus inicios. Deberán supeditar cualquier privilegio personal al imperativo de la igualdad holizadora del estado.

La redistribución de la riqueza, la igualdad en cuanto al acceso a los bienes y servicios, la igualdad de oportunidades, y la promoción de la excelencia profesional individual son las condiciones objetivas básicas que deben regular cualquier política de izquierdas. Así entendido, los diversos partidos políticos españoles de izquierda deberían renunciar a sus siglas e integrarse en este ideal común socialista, y dar la batalla como frente común contra el idealismo pequeñoburgués de la izquierda nacionalista, contra el idealismo fanático de la derecha nacionalista, contra el liberalismo radical de la derecha que se define precisamente por su batalla objetiva contra el racionalismo y el socialismo. Será de derechas toda política orientada a la conservación de privilegios, a la conservación de diferencias autonómicas, raciales, de género, o de cualquier otra índole. Cualquier concesión a estos privilegios supone, como ya ha ocurrido durante todos estos años, una claudicación por parte de la izquierda española.

De hecho, si las sucesivas generaciones de la izquierda acabaron reforzando el Estado, es porque el socialismo de Estado es la única manera de organizar racionalmente, con justicia y libertad, las sociedades. Sin embargo, tiempos de hierro se acercan por el horizonte cuando, junto a un liberalismo radical en lo económico, se refuerzan las leyes represivas y los instrumentos de coerción social, tal y como se está experimentando en España. El modelo social que lucha por nacer es un engendro ya aplicado con éxito en Rusia, y seguidamente experimentado en aquellos países que bajo el euro han perdido ya de hecho su soberanía y su libertad. Creo, por tanto, que la lucha política debe centrarse en el ámbito del alcance de nuestras operaciones políticas, es decir en el estado al que pertenecemos (Europa no está a nuestro alcance, nadie vota en Europa. Europa es una entelequia dirigida por oligarcas), porque el altruismo como estrategia, cuando se dirige a la Humanidad, sin parámetro político alguno, disuelve su potencial en un horizonte indefinido.

Cuál sería la tesis central o lo más destacado de tu libro sobre la educación El fin de la educación. Ensayo de una teoría materialista de la educación.

Lo primero que tengo que decirte es que este libro se planteaba no tanto la idea de una sola finalidad en la educación, sino el problema de su continuidad en el contexto de la destrucción de los Estados. Es el primer ensayo, y único hasta ahora, de una teoría materialista de la educación en el marco de la escuela del materialismo filosófico de Gustavo Bueno.
La tesis central es la idea de que la educación está orientada a la formación del individuo como persona, a la integración de los planes individuales en los fines generales de un sociedad. Para que surgiera una institución semejante, fueron necesarias determinadas innovaciones que transformaron las escuelas de escribas y artesanos, en escuelas públicas donde todo el mundo aprendía a leer y a escribir. Cambios históricos como lo que ha solido llamarse el “paso del mito al logos” tienen que ver, como señala Detiènne, con la innovación de la escritura. Las nuevas sociedades que fijan por escrito sus leyes sólo pueden hacerlo por la introducción de una innovación tecnológica revolucionaria, el alfabeto fenicio, y una nueva institución (que tiene sus antecedentes en las escuelas de escribas egipcias o babilónicas), las escuelas que enseñan a escribir y a leer a cualquiera. La potencial universalidad de esta enseñanza está recogida en el hecho de que el alfabeto fenicio simplificaba la técnica de la escritura de manera radical, con respecto a las formas de escritura anteriores. Así pues, el origen de la escuela como tal está unido a las transformaciones que se producen en el contexto de la innovación técnica de la escritura y su articulación en las nuevas formas políticas que llamamos polis, la fijación de las leyes por escrito y la necesidad de que todo el mundo pudiera leerlas. Estas leyes solían grabarse en muros de piedra a la entrada de las ciudades, etc. Y a este respecto realizo una investigación de los orígenes de la escuela pública y su despliegue histórico.

Perdona, pero este aspecto me parece importante ya que señalas expresamente que la educación como tal es una institución pública, inserta en la organización de un estado, y esta es su diferencia respecto a otros procesos como la mera instrucción o el aprendizaje que tendrían un carácter más etológico o reservado para grupos particulares, sin que a eso se le pueda denominar estrictamente educación.
Esa es la cuestión: Una cosa son las formas de aprendizaje más o menos generales propias de animales, etc. Otra, incluso, las escuelas tradicionales de escribas, que refuerzan los gremios y se mantienen completamente al margen de la sociedad en general. La escuela tiene con respecto a esas otras situaciones un parentesco genético, por supuesto, pero es otra cosa. La escuela como tal nace cuando comienza a ofrecer una enseñanza a cualquiera, por lo que lo que enseña debe ser asequible y debe ser muy necesario: por ejemplo, leer las leyes y participar en la vida política. No en vano Jaeger atribuye a los griegos la invención de la Paideia. La educación pública está orientada a toda la sociedad no a grupos privilegiados. Hay pruebas que nos indican que la escuela era una institución muy extendida en toda Grecia y que permitió entre otras cosas la extensión del helenismo. Por ejemplo en el norte de África se han encontrado pruebas de una enorme presencia de escuelas primarias en el siglo III antes de Cristo. Se han hallado papiros, manuscritos, tablillas, donde se recogen actividades de los propios estudiantes. Se ve que era una actividad muy extendida. (Esto lo estudió un filólogo asturiano, José Luis Galé, hace ya algunos años en un precioso libro.) Hay datos históricos aportados por Plutarco, Pausanias, etc. que hacen alusión a situaciones de la época, curiosidades y acontecimientos, por ejemplo, en la isla de Quíos, un atleta que después de perder en Olimpia vuelve a Quíos, se vuelve loco y derriba un edificio que resulta ser una escuela y fallecen  allí ciento y pico niños. Estas situaciones nos indican que la escuela es una institución importante e inserta en la sociedad de la época. Cuando los persas invaden Atenas y se evacúa la ciudad, los reciben en la ciudad de Trecena. Los mismos ciudadanos de Trecena costean la escuela para los niños atenienses. Hay una serie de datos sorprendentes de la época clásica que indican que la institución escolar estaba enormemente extendida. Debería leerse el libro de Marrou sobre la escuela en la antigüedad. La escuela era una institución mucho más extendida de lo que estamos acostumbrados a suponer en el prejuicio de pensar que la escuela empieza con la escolástica, en la época Medieval. Esto oculta casi dos mil años de existencia de una institución ya estructurada y un patrón que ahora nosotros también estamos siguiendo. Lo mismo ocurrió en época romana. Por ejemplo en las Instituciones de retórica de Quintiliano se pregunta por si los niños deben asistir a la escuela pública o permanecer en casa y Quintiliano argumenta que es necesario que acudan a la escuela pública, por argumentos de socialización, etc. Un debate actual.

Como decíamos antes, esta institución escolar es completamente diferente a la que existía en Mesopotamia ya que aquí tenían más la función de formación de artesanos, en el sentido de un gremio cerrado y especializado, un gremio de escribas, que necesitan un largo aprendizaje para manejar un gran cantidad de signos que resulta totalmente inaccesible para la inmensa mayoría de la población. Aquí hablamos de una institución completamente diferente, de especialistas. En la escuela, en cambio, hablamos de un institución con capacidad para dirigirse al conjunto de la sociedad. Dice Aristófanes por ejemplo, en año 411 antes de Cristo, que es imposible encontrar en Atenas una persona que no sepa leer. La institución del ostracismo era imposible de imaginar sin una extensión de la escuela, de la escritura y lectura ya que había que escribir en el óstracon el nombre de la persona que se quería expulsar de la ciudad.

Aquí sitúo el origen de la escuela. No solo porque esté a cargo del Estado sino porque se orienta al conjunto de la sociedad en el seno del Estado. Y si, en el origen, la escuela está vinculada con la innovación del alfabeto fenicio, las innovaciones tecnológicas posteriores no harán más que ir conformando nuevas transformaciones históricas en la escuela: la imprenta, la máquina de escribir, los ordenadores, Internet.

Pero claro, la otra tesis del libro es la idea de la formación de la persona entendida como componente de un Estado. Aquí el libro ofrece una historia dialéctica, conflictiva, dirigida por las transformaciones que han tenido lugar en las sociedades. Entendemos esas transformaciones como crisis de la idea de persona, como cambios de época que modulan también la idea de persona y la propia institución escolar. En esta parte del libro se hace un recorrido por lo que he considerado las siete figuras de persona en torno a las cuales va a girar la formación de las escuelas. Si la escuela en la época clásica formaba para ser un buen ciudadano de la polis (zoon politikón), en la época romana se impondrá el modelo estoico del zoon koinonikón. En la Edad Media la educación irá ligada a los monasterios, Iglesias, y estará impregnada por una idea de persona de tipo cristiano. En el siglo XVI, el Imperio español supone una ruptura con la tradición medieval, cristiano-romana y aparece un nueva figura que yo en mi libro reflejo con la idea del caballero andante, del Quijote. Es una idea que hasta cierto punto conforma lo que fue la presencia de los españoles en América; los conquistadores no iban con esa avidez de oro que se les atribuye, por la Leyenda Negra, iban también imbuidos de ideales caballerescos medievales que quedaron reflejados en muchas de las gestas extraordinarias que surgieron de la Conquista. Resulta increíble por ejemplo la historia de Cabeza de Vaca, al que llaman el Ulises español, que tiene que sobrevivir entre los indios de Norteamérica, en Florida, viaja andando desde Florida hasta México hasta encontrarse con los españoles, después de ocho años. Los recogen los hombres de Cortés en México ya cerca del Pacífico y piensan que son indios que hablan español. Cabeza de Vaca vuelve a España y escribe un libro donde cuenta esa historia. Después descubre las cataratas de Iguazú y será uno de los defensores de los indígenas. Podíamos hablar también de la conquista del Perú por Pizarro. Los ejemplos son numerosos. La enorme literatura que los propios protagonistas nos dejaron son una muestra inequívoca de que no se trataba de seres indoctos o bestiales como muchas veces se ha supuesto. Es necesario recuperar y releer toda esa impresionante literatura en español.

La cuestión es que aquí hay una figura histórica que además se confirma por la dialéctica con el protestantismo, que es precisamente la nueva figura de persona que se va a imponer, en medio de la lucha contra el imperio español. La figura de la persona que impone el protestantismo es la que corresponde con el nacimiento de la burguesía, tal y como la define Max Weber en su conocido libro La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Y en el seno de este nuevo espacio abierto por la burguesía con el protestantismo surge dialécticamente una nueva figura de persona: el proletariado, incubado en el seno de esa sociedad, de ese modo de producción. Esta figura nueva va ha originar también una tensión y conflicto; es el movimiento obrero que a través de la URSS y el bloque socialista conforma una alternativa al bloque capitalista y que culmina con la caída de la URSS. Llamo a esta figura de la persona “el nuevo Prometeo”, que representa en cierto modo el mundo construido durante los dos últimos siglos. La caída de la URSS deja paso a la nueva figura de la persona que emerge y conforma nuestro presente histórico, un presente caracterizado por la globalización. La propuesta que hago en el libro, es casi una prospectiva: Yo propongo que la nueva figura de la persona que está surgiendo es lo que llamamos el individuo consumidor, que es precisamente la negación de la idea de persona, ya que supone la disolución del individuo frente a una multitud de planes y programas que le impiden seguir una trayectoria vital y personal coherente. Esa situación le convierte en un individuo flotante respecto a cualquier trayectoria, precisamente por la pluralidad de alternativas disponibles. Todo se convierte en actos de consumo: para necesidades básicas, para ocio, etc., el consumo como manifestación de la vida personal (sería como una concreción empírica del ocasionalismo de Malebranche).

Lo que propongo como hipótesis es que la nueva situación está caracterizada por lo que Bueno llamaba el individuo flotante, un modelo de persona que es la negación de la propia idea de persona, porque los planes y proyectos personales no  se estructuran según una planificación coherente y biográfica, sino que se disuelven en los avatares de las modas en todas sus dimensiones, reorientándolos a cada momento conforme a multitud de planes y programas en constante cambio. Y, en este sentido, y aquí quería llegar, esto supondría el fin de la educación, en la medida en que la educación está orientada a la integración de los fines personales en los planes generales del Estado, y no como se suele decir de forma vulgar, al “sometimiento del individuo”, un enfoque muy reduccionista. La educación, la educación pública, trata de estructurar, conformar, los fines personales en función de los planes y programas generales según la época histórica. Lo que sucede ahora es que en la medida en que desaparecen los estados, que son los que establecen en último término esos planes generales, en la medida en que el estado no realiza esta función, la función y finalidad de la escuela pública degenera y desaparece, no sólo por la privatización coyuntural, sino por la propia descomposición de los estados. Y en este sentido hablo del fin de la educación. La ley de Wert está en sintonía con este desmantelamiento objetivo de la escuela.

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4 Respuestas a “Entrevista a Pablo Huerga Melcón. Segunda parte”


  • Hola
    Coincido con la valoración positiva de la entrevista. Efectivamente no deja de resultar del máximo interés que viniendo de la tradición comunista, señale la importancia del Estado como sujeto político y revolucionario de primer orden y la necesidad de replantear su papel y función. Y más cuando todos sabemos cómo hoy en día y en concreto en España siguen funcionando esquematismos internacionalistas que no son más que cosmopolitismo pequeño-consumidores o una incomprensión profunda de lo que señala Pablo Huerga sobre el papel del Estado.
    Recomiendo por otra parte la lectura de su libro sobre la educación, resumido brevemente en la entrevista, pues a mi juicio va más allá del tema particular de la educación apuntando la dialéctica histórica entre la persona y los fines generales de la sociedad y su transformación a lo largo del tiempo y en función de transformaciones sociales, tecnológicas, políticas… Muy recomendable.

  • Tengo un gran aprecio por las publicaciones sobre historia y filosofía de la ciencia del prof.Huerga Melcón,y coincido también con los lineamientos de este artículo, ahora bien eso no me impide criticarle cuando «desbarra» sobre el periodo soviético de Stalin;algunos de sus artículos los podría haber escrito cualquier ultraderechista ó neocom de ABC,La Razón ó intereconomía,por ejemplo éste artículo insidioso que publicó en 2011 sobre Katyn.

    http://mas.lne.es/cartasdeloslectores/carta/5888/katyn-pretextos-para-recordar-laso-prieto.html

    salud.

  • Aún tomando en cuenta esos matices que anota granados, estimo que Huerga e IH, aún con términos distintos, sostenemos ideas similares, que pueden llevarnos a colaborar para realizar más cosas en el futuro. La idea de que el Estado es un sujeto revolucionario en sí, y que sólo a través de él puede realizarse toda persona, la compartimos en IH. Y la orientación necesaria que España ha de tener hacia Hispanoamérica es, en el marco de un socialismo específico, la única vía digna que a los trabajadores españoles, desde Gerona hasta Tenerife, desde La Coruña hasta Mahón, desde San Sebastián hasta Melilla, le queda para dejar de ser una masa de millones de individuos flotantes manejados por políticos serviles a «Europa», al mundo anglosajón, a lo políticamente correcto y a la corrupción delictiva y no delictiva propia de toda sociedad en descomposición como la nuestra.

    Me gusta lo que dice Pablo Huerga y me gusta como lo dice. Eso es, por ahora, lo que puedo decir al respecto.

    Gracias, una vez más, por comentar.

    Salud.

  • Un análisis bastante interesante y ponderado del prof.Huerga Melcón;su visión de la antigua URSS es francamente positiva pero es curioso que no aparezca citado para nada Stalin- el verdadero constructor de la URSS junto con Lenin- y se cite a Trotski cuyo papel en los años 20 y 30 fue más bien desastroso y pernicioso para la propia Urss y aún estoy siendo generoso.

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