Apología del político y del partido

Todos somos políticos. Todos vivimos en la polís, en la ciudad, en la re-publica. Sin embargo en estos tiempos de crisis, de zozobra, tiempos de indignación, se ha vuelto un lugar común la descalificación y desvalorización del político y de los partidos políticos. Desde el común ciudadano, pasando por los periodistas, tertulianos y hasta los mismos políticos que se hacen cargo y reconocen el “malestar ciudadano”. Las últimas encuestas del CIS vienen reflejando como la clase política y los partidos constituyen una de las principales preocupaciones y malestar para los ciudadanos.

Sin embargo desde IH no queremos sumarnos acríticamente a esta ola de indignación con los políticos y los partidos políticos. Es más somos beligerantes con la desvalorización del político y los partidos políticos. Pues como decimos, todos somos políticos. Los problemas de la polis, de una sociedad estatal, históricamente conformada son problemas comunes a todos. Sólo un idiota, que etimológicamente significaría aquel individuo que se ocupa de lo suyo, de su interés particular (remitimos a nuestro artículo acerca de la distinción entre lo público y lo privado) se puede permitir, por su posición social privilegiada mantenerse alejado de la política.

Dice Aristóteles en su Política pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios. La naturaleza arrastra pues instintivamente a todos los hombres a la asociación política

IH se posiciona así contra aquellas descalificaciones de trazo grueso dirigidas a la clase política y a los partidos que no discriminan entre políticos e ideologías políticas, entre agentes políticos causales y origen de responsabilidad frente a terceros. De otro modo, nos pronunciamos contra toda crítica a los políticos y los partidos políticos que no sea ella misma política, ejercida desde coordenadas también políticas, mejor o peor representadas. Rechazamos en definitiva aquellas críticas, acaso bienintencionadas pero que tienen como resultado objetivo la promoción, defensa y elogio del analfabetismo político. Y aquí no podemos dejar de citar el texto de Bertolt Brecht:

El peor analfabeto es el analfabeto político

El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.

No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.

No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

Otro tanto decimos a propósito del partido político. Desde IH reivindicamos el partidismo y la organización a través de los partidos como forma de práctica política de grupos organizados dentro del Estado. No es este el lugar para tratar del partido en sentido específico, su estructura o reglamento interno, de este o aquel partido. Hablamos de la defensa del partido, y del político, en sentido genérico, como forma de práctica política de grupos organizados dentro del Estado. Así sin perjuicio de reconocer que el partido no agota el campo de la participación política sí nos pronunciamos en contra del “apartidismo” acrítico, es decir, que no clasifica ni discrimina. Y lo mismo que la crítica indiscriminada al político puede conducir a la promoción del idiota, al analfabetismo político, el descrédito del partido conduce en último término al descrédito de la organización necesaria para acción política en el seno de un Estado; se trata de una crítica disolvente en último término del mismo Estado, a través del elogio a la espontaneidad y la supuesta virtud de asociaciones y movimientos surgidos en el seno de la “sociedad civil” que al margen del Estado tendría la facultad taumatúrgica de resolver los problemas creados por políticos y partidos.

No podemos dejar de señalar entonces como un error la definición del 15M cuando se reivindica como movimiento espontáneo asambleario de transformación social. Un movimiento espontáneo, quizás movilizado a golpe de tuit, y sin perjuicio de sus buenas intenciones, sólo puede lograr a la larga éxitos espontáneos por muy pertinentes que sean sus reivindicaciones, pues una transformación social, y no entramos en qué se entiende con esto, pues se pueden entender muchas cosas distintas siendo así que un anarco-capitalista también busca una transformación social, lo mismo que un demócrata-cristiano o u maoísta, no se logra a través de movimientos espontáneos, sino que requiere de constancia, organización, táctica y estrategia, disciplina y objetivos planificados a corto y largo alcance dentro de un Estado.

Finalizamos recurriendo a nuestros clásicos que lo han dicho mejor que nosotros.

La simple democracia, la vulgar democracia burguesa, se toma por socialismo y es “registrado” como tal. Todo es, al parecer, “apartidista”; todo parece fundirse en un solo movimiento “liberador” (que, en realidad, libera a toda la sociedad burguesa)

La idea del apartidismo no puede dejar de alcanzar, en tales condiciones, ciertas victorias pasajeras. El apartidismo no puede dejar de convertirse en una consigna de moda, pues la moda se arrastra desvalida a la zaga de los acontecimientos y una organización apartidista aparece precisamente como el fenómeno más “habitual” en la superficie de la vida política; democratismo apartidista, movimiento huelguístico apartidista, revolucionarismo apartidista.

El apartidismo es una idea burguesa. El espíritu de partido es una idea socialista. Esta tesis es aplicable, en general, a toda sociedad burguesa. Desde luego, hay que saber aplicar esta verdad general a los distintos problemas y casos particulares.

Para los socialistas participar en organizaciones apartidistas es sólo admisible como excepción. Y los propios fines de esta participación, su carácter, sus condiciones, etc., deben subordinarse por entero a la tarea fundamental: preparar y organizar al proletariado socialista para la dirección consciente de la revolución socialista.

Lenin, El partido socialista y el revolucionarismo sin partido

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