Indeterminación en DRY

Este artículo pretende ser un resumen más o menos preciso de lo que Izquierda Hispánica viene defendiendo desde que el “Movimiento 15M” comenzó hace ya más de un mes. Sin haber conseguido influir efectivamente en la vida política española – conclusión que se evidencia con las elecciones que el PP ha ganado presumiblemente sin que tampoco haya habido altas cotas de abstención, no más que en otros procesos electorales- las concentraciones se han disuelto, y con ellas la “recuperación” de los espacios públicos que DRY enarboló como santo y seña. Las conversaciones más o menos interesantes que unos ciudadanos cualesquiera mantengan en el parque de su barrio no son para nada un acontecimiento político, al menos no si las pautas de esas conversaciones están marcadas por los fundamentos del sistema político que pretenden cambiar, es decir, son cosa “lógica y normal”, como son las presentes. Disolverse en asambleas de barrio es disolverse. Aunque a los que lleven ahora las riendas les parezca estar “creando” una nueva forma de entender –desatendiendo- la política la democracia real sigue sus cauces, y la protesta de jóvenes a los que se les permite ”indignarse” (sin que se les acuse de escándalo público) públicamente no hace más que legitimarla ¿Pues acaso podrían hacer lo mismo en otro sistema? Nosotros pensamos que ya no suponen ningún peligro precisamente porque las ideas que han regido el curso de los acontecimientos emanan del mismo. Dos son los puntos que principalmente han causado más daño al movimiento: el individualismo asambleario fundamentalista democrático y el internacionalismo indeterminado anti-fonteras.

La jerarquía es sustancial a todo sistema político. Una cosa es la forma con la que se regenera aquélla y otra disociar el procedimiento democrático de toda determinación real, política, quedándose simplemente con las partes genéricas que lo integran: los humanos, que nunca llegan a existir, porque siempre están corruptos, jerarquizados. Pero es que el sistema democrático se compone de varias jerarquías, que llamamos partitocráticas, las cuales no ponen sus miras en la conservación del planeta, sino de ellas mismas y con ellas del Estado. Pues son ellas las constituyentes del gobierno y no “el pueblo “ en general. Creer que con su indignación la “conciencia civil” de los gobernantes despertará es el idealismo más pánfilo posible. Renunciar a cualquier tipo de jerarquía que plante cara a las instituciones actuales es renunciar a cualquier lucha política. Y peor aún es pensar que puede sustituirse la decisión de un líder con el consenso popular, más cuando ese consenso no tiene potestad más allá de su misma asamblea y esta no cuenta con las divisiones suficientes como para imponerla. En resolución: no se puede renunciar a conformar una estructura política sólida que discrimine capas, instituciones, clases, etc. de la “sociedad civil”, es decir, que vea algo más que individuos. Sobre todo hay que tener en cuenta que la sociedad política se divide antes que nada en dos partes: gobernantes y gobernados. Si todos somos gobernantes, no hay gobierno. Los fantasmas del anarquismo son las sábanas del liberalismo.

«Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVI se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre en el sistema colonial, en las más avasalladoras de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizadora de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica.» (Marx, El Capital, FCE, México 1996, I, 638-639.)

Los Estados son al capitalismo lo que las jerarquías a la democracia. Unos se imponen a otros haciéndolos plegarse a sus intereses. Y es que lo que llamamos economía capitalista es una red de Estados que han llegado a nivel determinado de desarrollo, que compiten entre sí, aliándose y declarándose la guerra por motivos estratégicos o históricos (o ambos). Las jerarquías –militares, religiosas, económicas, etc.- de las que hablábamos y con las que necesariamente tiene que hacerse cualquier movimiento revolucionario están asentadas en un territorio apropiado secularmente por unas naciones, enfrentadas unas a otras, las cuales ya no podrán regirse democráticamente –como hacen las jerarquías-.

Es curioso que no se den cuenta de la evidencia que supone que haya sido precisamente en los “PIGS” donde las revueltas han alcanzado sus cotas más significativas. Desde las coordenadas simplistas en las que la mayoría de ciudadanos están inmersos no es posible si quiera darse cuenta de la razón por la que ellos mismos se mueven; la depredación a la que están sometidos los países de la Europa periférica.

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