Otra vuelta al indigenismo

Las arbitrariedades culturales no pueden ser tomadas independientemente unas de otras: el sistema de arbitrariedades culturales perpetúa y reproduce la formación social definida por/como cultura legítima. La cultura legítima es el conjunto de saberes, concepciones ideológicas y, en general, hábitos sociales de una clase dominante, que afirma su legitimidad hegemónica y actúa en consecuencia, utilizando instituciones creadas previamente.

Pero la relación pedagógica no puede reducirse al ámbito de las interacciones específicamente escolásticas, por las cuales las nuevas generaciones entran en contacto con sus predecesores, cuyas experiencias y valores históricos necesarios absorben para madurar una personalidad propia, histórica y culturalmente superior. Esta relación existe en toda sociedad en su conjunto y para cada individuo con respecto a los demás, entre las clases intelectuales y las no intelectuales, entre los gobernantes y los gobernados, entre las élites y los seguidores, entre los dirigentes y los dirigidos, entre las vanguardias y los cuerpos de los ejércitos. Toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica y se verifica, no sólo en el interior de un país, entre las diferentes fuerzas que lo componen, sino en todo el campo internacional y mundial, entre grupos de civilización nacionales y continentales.

Gramsci, A.: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, p.31-32

Cuando intentamos posicionarnos en asuntos referentes al indigenismo, normalmente tomamos uno de tres caminos:

  • Decretar la legitimidad de la cultura dominada: como veremos, tal decreto o bien no es honesto, o bien es inútil
  • Intentar liberar a las clases dominadas dándoles los medios de apropiarse de la cultura legítima
  • Anular por ilegítimos todos los usos y costumbres de los dominados, obligándoles a adoptar lo que en la cultura dominante se entendería como adecuado para cierta clase o status: políticamente, es inútil y la coerción generará inevitablemente resistencias; por otro lado, gran parte de los elementos idiosincráticos indígenas no deberían usarse como una excusa para ejercer la fuerza e imponer la hegemonía.

¿Hacer suya la herencia cultural legada o rehabilitar la cultura dominada?


El grupo indígena parece obligado a recordar incesantemente el no-valor de sus costumbres y trabajos . Grupos afines a la arbitrariedad dominante (en el caso que nos ocupa, los criollos) como es obvio, tienen menos necesidad de afirmar y justificar su legitimidad y la legitimidad de sus costumbres; al igual que en otras situaciones de discriminación, la alusión a las opciones “libres”, a la libre elección, de los no-blancos dominados son constantes; con más razón, si tenemos en cuenta las políticas neoliberales que asolaron y asolan Iberoamérica. Se alude, escondiendo los determinismos de índole cultural y social, a una libre elección basada en el gusto, y en el peor de los casos – y también el más común – a una cuestión referida a la naturaleza biológica, que esconde y naturaliza los mecanismos de dominación y, en caso de que aparezcan y salgan a la superficie, los justifica y legitima.

Aunque las relaciones implicadas son diferentes, hablando de criollos e indígenas o hablando de adolescentes dirigidos al peonaje, sí me gustaría aludir al trabajo de Paul Willis en Aprendiendo a trabajar, ya que ambas relaciones guardan una similitud en tanto que el rechazo hacia lo que se ha denominado “cultura legítima”. Este rechazo les relega indefinidamente en una situación de sumisión; por otro lado, el rechazo, dejando a un lado las representaciones de los sujetos, desde un punto de vista emic, no es más que una racionalizacion de la exclusión y una perpetuación de esas mismas condiciones a través de la autoexclusión aparentemente voluntaria. Al igual que todo grupo en una situación de dominación (entiéndase, desfavorable), romper la autoexclusión es una posibilidad clara de rebelión contra la situación de discriminación racial y sexual de los hombres y mujeres indígenas de Iberoamérica.
La cultura dominante tiende, más que a transmitir la información constitutiva de ésta, a transmitir el hecho de su absoluta legitimidad, y el hecho de la legitimidad de la exclusión de las pedagogías, en el sentido de Gramsci, dominadas. No obstante, no es en las instituciones educativas o familiares donde más directamente se da la desvalorización del saber y saber hacer de las clases dominadas: es el mecanismo de mercado, el mercado de bienes materiales y simbólicos, aquel cuyos medios de producción son un monopolio de las clases dominantes.
Parafraseando a Bourdieu, la situación original de clase es la panorámica sin la que ninguna panorámica es posible; las personas no-blancas, las personas que no son criollas, deben poder acceder a un análisis crítico de su situación, sin denostarla ni idealizarla. La acción pedagógica criolla reproduce la arbitrariedad cultural que inculca, y reproduce también las relaciones de fuerza que fundamentan su poder de imposición; el riesgo de caer en el relativismo se minimiza una vez somos conscientes de que las clases sometidas podrían reproducir el sistema de arbitrariedades característicos de esa formación social, si acaso decidiesen disfrazar de condiciones ideales, admirables, su inaceptable situación de discriminación, y que esto implicaría, irremediablemente, reproducir las relaciones de fuerza que colocan y mantienen a los criollos en una posición dominante.

 

GRAMSCI, Antonio. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Buenos Aires: Nueva visión, 1971
PIERRE, Bourdieu; CLAUDE, Passeron Jean. La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. Editorial LAIA. SA Barcelona, España, 1995.
WILLIS, Paul; WILLIS, Paul E. Aprendiendo a trabajar. Ediciones AKAL, 1988.

Artículos relacionados:

  • No se han encontrado artículos relacionados.

0 Respuestas a “Otra vuelta al indigenismo”


Actualmente los comentarios están cerrados.