España y las izquierdas I: ¿Quién teme a España?

Nuestra tesis aquí es que a España (y por extensión también a Hispanoamérica) se la teme por ser el centro de tres haces de instituciones muy vigorosas, capaces de aunar voluntades en un bloque, resistir y hasta subvertir el orden que otras potencias han sentenciado para el mundo. Nos referimos a la lengua española, a la religión católica y a la izquierda política.

Es sentencia clarividente del filósofo materialista Gustavo Bueno que el imperio español cayó hace ya doscientos años, como todos los imperios han caído y caerán; pero no fue aniquilado. Todavía subsisten sus escombros y ruinas, como los de otros imperios ya fenecidos, y sobre ellos se ha de erigir necesariamente cualquier proyecto político realista.

Pero acaso una mirada atenta podría descubrir que actualmente asistimos al proceso de su aniquilación, que sin embargo, como todos los procesos históricos largos, resulta difícil de detectar, pues suceden a otro ritmo que el de las vidas individuales.

Los medios, enemigos y mecanismos de acción son muchos y sutiles: la penetración del inglés y de las sectas protestantes tanto en España como en Hispanoamérica, aunque en esta última con más fuerza, el fomento de separatismos en las naciones políticas hispanas, con España como víctima destacada, el auge de un indigenismo mal entendido y la aparición de nuevas figuras de la leyenda negra, la subordinación de España al eje franco-alemán y las políticas que desde hace décadas parecen tender a debilitarla y neutralizarla como potencia competidora: desde el desmantelamiento de la industria en aras de la integración europea, a la degeneración del sistema educativo (tesis esta última sobre la que se debatió en la reunión pública de Izquierda Hispánica de enero de 2011).

Pero podríamos preguntarnos quiénes temen al bloque hispánico y por qué. Porque tal proceso de aniquilación que emprenden, aunque no centralizadamente, agentes gringos, franceses, alemanes o británicos, sin desdeñar a los elemenos disolventes internos, delata que se percibe a este bloque como una amenaza.

Una tesis sugestiva del materialismo filosófico (y que constituye parte de su vuelta del revés de Marx) es la de que el mecanismo de la lucha de Estados e imperios es común al de la lucha de clases clásica. Los Estados e imperios también luchan a muerte por apropiarse del territorio, los recursos y los medios de producción. Con la nota de que a diferencia de la clase del proletariado que Marx postulaba los Estados e imperios ya poseen la unidad y consistencia que, recordemos, el manifiesto comunista reclamaba para aquélla. Sin omitir que esta dialéctica de Estados tiene prevalencia lógica sobre la de clases por cuanto la hace posible: ya que ¿qué lucha de clases podría haber sin territorio y medios de los que el Estado previamente se apropia? ¿No son precisamente los grandes imperios los que han llegado a subvertir y transformar el orden político y social?

La Historia Universal es pues la lucha de los Imperios Universales y sigue siéndolo.

Pero no son solamente causas infraestructurales las que avivan esta contienda pues la superestructura no es una mera emanación de la infraestructura, a la que quedara subordinada, sino que ambas repercuten entre sí y se engranan en los procesos reales. Están conjugadas, según tesis también fundamental del materialismo filosófico.

Nuestra tesis aquí es que a España (y por extensión también a Hispanoamérica) se la teme por ser el centro de tres haces de instituciones muy vigorosas, capaces de aunar voluntades en un bloque, resistir y hasta subvertir el orden que otras potencias han sentenciado para el mundo. Nos referimos a la lengua española, a la religión católica y a la izquierda política.

Pocas pruebas se necesitarán para demostrar la veracidad de la tesis en cuanto a las dos primeras, pues es de sobra conocido. Más novedosa pero no menos verdadera es la afirmación de que España es un foco fértil de las generaciones de izquierda, un país donde tanto en el pasado como en el presente fructifican, se arraigan y se proyectan. Supuesto esto ¿cómo no iban a temer a España?

Las pruebas históricas y fundamentos teóricos de esta afirmación, que España es temible por ser un centro y foco de la izquierda, las presentaremos en el próximo artículo.

Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo

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5 Respuestas a “España y las izquierdas I: ¿Quién teme a España?”


  • David:

    Interesante el texto recomendado de Elliot. A poco que nos fijemos, viene a concluir cosas muy similares a las expuestas más abajo; aunque él no cita en ningún momento ni al Quijote ni a Cervantes -tampoco éste cita nunca a las Indias-. También detecta Elliot la fecha simbólica de la muerte en torno al XVII. Aquí, la triste figura, es la triste historia de España:

    «La triste historia de España de mediados y finales del siglo XVII es la historia de un pueblo y una clase dirigente que fracasaron en el intento de borrar a tiempo sus ilusiones imperiales.»

    Añadiremos otra pequeña coincidencia: «Al contemplar el curso de la historia de España desde los tiempos de Carlos V y al recordar las extraordinarias hazañas de este pueblo excepcionalmente ingenioso, todavía podemos oír el eco burlón de aquellas palabras de Justo Lipsio: «Vencido por vosotros, os ha vencido, a su vez, el Nuevo Mundo».»

    Hazañas extraordinarias… de ingeniosos hidalgos e ingeniosos caballeros (se supone que también hidalgas y caballeras; para que aquella ex-Bibiana no me acuse de violencia de género ni génera).

  • David:

    Sólo para que conste, decir que no soy yo el que cuestiona una supuesta ineptitud de los católicos para administrar el mundo. Con gusto, en cuanto pueda, leeré el texto que propones de Elliot; el cual probablemente será una excepción entre otros «hispanistas» transpirenaicos. Muchas veces se oye que desde fuera se ven mejor las cosas que desde dentro, pero por alguna razón, en el caso de «España», no siempre, casi nunca, es cierto. «España», más que una nación política, o un estado milenario, es un problema filosófico; tan denso y profundo que es casi imposible acercarse a él… no digamos interpretarlo. Ortega diria: «¡Dios mío! ¿Qué es España…?». Jamás se ha oído decir: «¡Dios mío! ¿Qué es Suiza…?»; porque preguntarse por Suiza, no merece ninguna evocación a Dios; muy distinto al caso de España.

    Si aceptamos, como supongo aceptamos todos los que lleguen hasta aquí, que el Imperio Hispánico, Universal y católico es de carácter generador -sólo hay que ver la cantidad de repúblicas que salieron de su seno, las cuales estaban más que preparadas para convertirse en naciones políticas mucho antes de que el concepto de nación política existiera, mucho antes de la holización en «ciudadanos», del «progressus» hasta ella y del «regressus» hasta esa nación política, mucho antes de la Revolución; y que si no fue así es porque se sentían igual de españoles que en la metropoli… un sentimiento mutuo- sería absurdo afirmar que esto estuviera presidido por la ineptitud. Son precisamente los voceros depredadores, aquellos cuyos modelos de imperio, entre otras cosas, no permiten la mezcla, sino el exterminio -no vaya a ser que su sangre pura se enturbie-, los que, no pocas veces dejándose llevar por leyendas negras diversas, ingenua o intencionadamente, vienen a acusar al modelo español de «ortograma inepto». Son sus ojos, no los míos.

    Otra cosa es las eventuales interpretaciones catastróficas que pueden hacerse sobre la España imperial. Vuestro maestro, en su extraordinario análisis del Quijote, lo apunta creo que acertadamente:

    «Y si el bachiller Sansón Carrasco dijo a Don Quijote que era «el honor y espejo de la nación española», es fácil entender lo que quería decir. Pues, ¿qué es lo que reflejaba este espejo? Un caballero de esperpento, que acomete empresas delirantes y ridículas de las cuales sale continuamente derrotado. ¿No es este el reflejo de la nación española…?»

    Sin duda, los transpirenaicos o los lumbreras secesionistas domésticos, hispanistas o no, tomarán o habrán tomado estas palabras como un marco genial y oculto de la Leyenda Negra, en cualquiera de sus fases, contra España. Los piratas carroñeros, que no se olvide se alimentaban en su infancia y juventud de los despojos que iban arrancando a España, así lo hicieron.

    Pero GBueno no se deja seducir por esta posición, como tampoco por la que podrían tomar los pacifistas más extravagantes, incluidos los pacifistas evangélicos (cuyo «Reino -de ahí su extravagancia- no es de este Mundo»; a diferencia de otras opciones que sitúan el Reino, precisamente, en este Mundo). Una posición que pretendería demostrar la inutilidad de la guerra y la estupidez de la violencia y del uso de las armas. El Quijote no enseña nada de eso, todo lo contrario.

    Su interpretación revulsiva tiene más valor. Don Quijote no cree en la Armonía univesal, ni en la Paz perpetua, ni en la Alianza de civilizaciones. Vive convulso, eso sí: «…todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas a otras. Yo no puedo más». Pero su recorrido no es para descansar, sino para esforzarse: «mis arreos son las armas, mi descanso el pelear»; interviniendo donde sea y con actitud de intolerancia ante lo intolerable. Induciendo a la fabricación de armas que no fueran baciyelmos, sino armas nuevas, armas de fuego -hoy diríamos, bombas de hidrógeno- necesarias para mantener la guerra que sin duda van a desatar las naciones que acosan a la nación española, si ésta no se les somete. Y ese mensaje no está dirigido al hombre, al género humano o la humanidad, que para él tampoco existe; sino al hombre español, al hombre concreto; es decir, al Hombre Universal, al menos en aquéllas épocas. No había más hombres universales. Por tanto, un mensaje de paz y de desarme, sería letal; al modo de mensaje dirigido por el enemigo, esperando, una vez que España se hubiera desarmado, entrar en ella para repartírsela.

    Sustituyamos lanzas quebradas por cañones, caballos famélicos por naves artilladas y ligeras, caballeros andantes por compañías o batallones, molinos de viento por gigantes ingleses o franceses que nos atacan; sustituyamos a Sancho por millones de labradores que salen de sus lugares para acompañar a los caballeros en la lucha contra enemigos reales y a Dulcinea por millares de mujeres que arrojan al mundo nuevos labradores y soldados. No estamos hablando de Cabbaláh, sino de Cabbaláh; es decir, de programas políticos concretos sobre cosas que sólo pueden existir en el mundo realmente existente.

    Lo contrario a esto es la muerte. Por eso, al final de su carrera cuando cuelga las armas, Cervantes decreta su muerte. Porque aunque los proyectos esforzados de Don Quijote y de otros caballeros parezcan locuras, la disyuntiva es la muerte. Para renunciar a estas locuras, para curarse de ellas, tras la calentura, habrá que colgar las armas; pero con esto -que es lo que no ven los pacifistas- viene la muerte. La muerte física de Don Quijote, al recluirse de nuevo en el cuerpo de Alonso Quijano, simboliza así la muerte de España, al colgar las suyas.

    Una nación desarmada o débil sólo podrá asumir el orden que le impongan otras naciones o Imperios mejor armados. Y, por ello, las armas deben ser consideradas superiores y más racionales que las letras, que las leyes: «…Quítenseme delante los que dijeren que las letras (las leyes del Estado de Derecho) hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quienes fueren, que no saben lo que dicen.» Son las armas la que tienen por objeto y fin la paz; la paz es el verdadero fin de la guerra, puesto que «lo mismo es decir armas que guerra».

    Si España existe, si puede resistir sus amenazas, si España es una Nación y quiere seguir siéndolo, todo esto no puede resultar ni podrá mantenerse solamente con las letras, con las leyes. Son necesarias las armas, es decir, es necesario estar preparados para la guerra. Cualquier Nación, cualquier Imperio, sea decente o no, lo sabe.

    Si pongo en tela de juicio que España no puede dar miedo en los tiempos que corren y que acaso sólo despertar hilaridad es en este sentido. Los frentes son múltiples y diversos, y se entrelazan siguiendo el principio de symploké. De ahí que el idioma y la religión puedan ser considerados como armas y susceptibles de dar miedo. Pero la distinción derechas/izquierdas, en principio, no. Cosa distinta sería si tuviéramos armas, que son las que pueden proyectar algún tipo de miedo; con independencia de si están custodiadas por las derechas o las izquierdas.

    La siesta y la pandereta, no sólo impiden una mayor elevación del nivel de cultura política del sitio -cosa en la que, al parecer, existe unanimidad entre sociólogos-; no sólo impiden reflexiones como las de más arriba -de marcado carácter pacifista, por más que los «pacifistas» lo vean de otro modo-, sino que impiden, llegados al momento del «gong», a no saber empuñarlas. Qué lejos quedaron, ¿verdad?, los tiempos en los que 800 ó 1000 individuos de cualquier tercio, cuerpo de élite donde los haya, hacían poner pies en polvorosa a miles y miles de enemigos. Muchos podrían no ser españoles, pero la oficialidad sí lo era. Es imposible -y absurdo- reivindicar esos tiempos, entre otras cosas, porque lo que sintieran aquellas gentes ha quedado borrado de toda genética. Es irrecuperable.

    El régimen denunciado por Orwell se regía por un «input»: La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza. ¿Qué pasaría si se formulara del revés: La paz es la guerra, la esclavitud es la libertad, la fuerza es la ignorancia…? Pues que podría sonar parecido; pero no igual.

    Ahora voy a ver si calmo mi ansiedad y me pongo con tu parte II y III y las que caigan. Aunque, la verdad, igual me paso al bando del dios de La2, el ilustrísimo Punset, y me planteo la posibilidad de ser feliz. Es muy fácil; parece ser que sólo hay que tener una actitud optimista. Si usted quiere, puede. Así lo afirma en sus ponencias en el «Instituto Coca-Cola de la Felicidad» y en los congresos que organizan. Además, como todo el mundo sabe, nadie logra ser intelectual si no ve La2. Esto colmaría todas mis ansiedades: ser intelectual y ser feliz. Con este señor, además, no haría falta pensar; pues sólo admite rodearse de gentes que piensen como él… y, por tanto, que no piensen mucho. ¡Viva la felicidad!

    Salut y força al canut.

  • David Balaguer

    Tras la revolución de Riego y la instauración del régimen liberal las potencias de la Santa Alianza acuerdan invadir España para restaurar la monarquía absoluta ante el temor de que la revolución antiabsolutista siguiera extendiéndose.

    Poco más de cien años después, al estallar la guerra civil, la política de las potencias para con los bandos implicados está determinada por el temor a la revolución anarcosindicalista en marcha o a una posible revolución bolchevique, hasta el punto de que más activa o pasivamente colaboran a la victoria del bando de Franco.

    Durante el régimen de Franco el partido comunista llevó la voz cantante de la oposición. Se sabe que la transición fue dirigida desde el exterior, por la CIA, a través de la socialdemocracia alemana, con el fin de impedir una deriva revolucionaria soviética en el cambio de régimen o el contagio de la Revolución de los Claveles de Portugal.

    Y bueno, está fuera de toda duda la hegemonía actual de los escombros de la socialdemocracia y de las izquierdas indefinidas, al margen del juicio de valor que merezcan o del alcance y eficacia que se les atribuya.

    Sobre la supuesta ineptitud de los católicos para la administración me permito recomendar la lectura de este texto del hispanista inglés Elliott que demuestra que, muy al contrario, fue un imperio católico como el de la monarquía hispánica el que respondió con bastante éxito al desafío de organizar una administración para territorios tan extensos como dispersos. Su duración tricentenaria pese a todos los obstáculos y enemigos es la prueba de su eficacia.

    http://www.google.de/url?sa=t&source=web&cd=2&ved=0CCYQFjAB&url=http%3A%2F%2Fwww.uned.es%2Feco-1-historia-economica-esp%2FAulaVNov%2FLecturas%2Felliott.pdf&rct=j&q=elliott%20imperio%20atl%C3%A1ntico%20espa%C3%B1a%20pdf&ei=ZKQATuyhJ8jn-gb_zb3wDQ&usg=AFQjCNFxTWfQjnOVVyZTCWSCHQgFghXwXA&sig2=ocSx1_xvAquR14I3nD_D6Q&cad=rja

  • David Balaguer

    Señor Peliyot, acabamos de publicar el segundo artículo de la serie «España y las izquierdas II: la izquierda liberal», donde esperamos halle respuesta satisfactoria a su inquietud.

    De no ser así estaremos encantados de atender a sus objeciones.

  • Que las dos primeras razones son ciertas, dudo que nadie lo pueda discutir. A saber: idioma y religión. Es una píldora muy amarga, que ni con azúcar entra, como alguien supercalifragilisticoespialidoso diría. Los bárbaros nunca han soportado ni soportarán que algo que dice ser «católico» pueda si quiera administrar el mundo. Los únicos que pueden, a sus ojos, sólo pueden ser de corte protestante; pues se creen los más modernos del mundo mundial. Un católico vendría a ser como un troglodita incapaz de administrar nada. Bueno, depende desde donde se mire, tampoco les falta mucha razón.

    La razón sobre la «izquierda», o mejor dicho, las «izquierdas», pues el singular no existe, estoy ansioso por ver e intentar comprender en qué se basa. No lo tengo tan claro. Que el idioma y la cuestión religiosa de miedo, se entiende. Son cosas que siempre han dado mucho miedo a quienes no han sabido enfrentarse debidamente a tales términos. Pero, lo siento, una vocación «izquierdista», enfermedad infantil según algunos, referida al ámbito español o hispánico, más que miedo lo que parece despertar es la hilaridad. Un sitio donde la siesta y la pandereta tienen improntas muy profundas entre las gentes, ¿qué miedo puede dar…?

    Repito, ansioso quedo por conocer esas pruebas históricas y fundamentos teóricos de tal afirmación.

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