España y las izquierdas II: la izquierda liberal
La izquierda política, como decíamos en el artículo anterior, ha cuajado asombrosamente en España, desde sus comienzos con la Gran Revolución, dando lugar incluso a una generación de izquierda propia, la liberal, cuyo régimen de 1820-1823 suscitó el recelo de las potencias de la Santa Alianza hasta el punto de que ordenaron atajarlo con una nueva invasión francesa. El anarquismo también prendió en suelo español y se enseñoreó durante más de medio siglo del movimiento obrero, hasta hacer estallar la revolución en 1936, ya en plena guerra civil. Guerra que se convirtió en un espisodio crítico del enfrentamiento de las izquierdas con las derechas, por lo que avivó entusiasmos y temores en el mundo entero. Indiscutible es también la suspicacia de las potencias capitalistas por la posible deriva izquierdista de la transición española o la hegemonía ideológica actual tanto de la socialdemocracia como de las izquierdas indefinidas.
El fundamento teórico de estas tesis, cuyas pruebas históricas desarrollamos a continuación, es la teoría de la izquierda del materialismo filosófico, que la caracteriza por el criterio de la racionalidad, entendida como la razón científica que propende a tratar sus objetos, en este caso la sociedad política, resolviéndolos en sus componentes atómicos, los ciudadanos. La izquierda, sin embargo, no es unitaria según esta teoría, sino que comprende varias generaciones, que han ido surgiendo dialécticamente unas de otras, a menudo enfrentadas a muerte entre sí, y que se clasifican por el criterio de su toma de posición ante el Estado.
Los que mantienen la opinión de que España ha sido un país típicamente de derechas, utilizan argumentos espurios para definir la izquierda. Nosotros, mediante esta teoría materialista de la izquierda, demostraremos que ésa es otra falsedad más de la Leyenda negra. Para ello, nos centraremos en una primera parte, en el conflicto de la Guerra de Independencia, y en una segunda, en la Guerra civil española.
La primera generación de izquierdas es la izquierda radical francesa, que tomó su nombre de la situación topográfica en la Asamblea de 1789. La Revolución que esta izquierda impulsó contemplaba el proyecto de racionalización de la sociedad política del Antiguo Régimen, organizada en estamentos, mediante su transformación en una Nación política republicana constituida por ciudadanos libres e iguales. Pues aunque su pretensión fue que los principios revolucionarios fueran universalmente válidos para todos los hombres, al no tener jurisdicción sobre los súbditos de otros Estados, la nueva Nación política debía construirse ciñéndose a la transformación del Estado francés del Antiguo Régimen. No obstante la Revolución acabó desbordando muy pronto sus fronteras a través de la expansión imperial encabezada por Napoleón.
Esta primera generación está presente en España a través de la figura de los afrancesados, colaboracionistas del invasor. No tenemos por qué considerar a esta facción como un mero hatajo de traidores, pues aunque colaboraran con Francia, no era tanto para forzar una anexión como para exportar el jacobinismo francés a España, conservando la soberanía del territorio en la mayoría de los casos. De hecho, en 1809 se enfrentaron a la división administrativa que Napoleón impuso a España y se opusieron a la anexión francesa de Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya, sin conseguir resultados favorables. Más tarde intentaron mediar con las Cortes de Cádiz para llegar a un acuerdo que superase las diferencias con el Estatuto de Bayona, pero fueron rechazados igualmente. Los afrancesados veían en José I la posibilidad de acabar con el absolutismo y a la vez alejar de España las guerras imperiales.
La izquierda liberal, de segundo género, responde a la necesidad de España de modernizarse a fin de no caer presa de las otras potencias depredadoras.
La causa principal de las diferencias revolucionarias de España y Francia se debe a que mientras la primera constituía ya un Imperio universal, que se trataba de regenerar mediante el liberalismo, la segunda nunca lo había sido, y en eso estaban. Como dice Gustavo Bueno en el Mito de la Derecha:
«Mientras que la Revolución francesa comenzó por una declaración de los derechos del hombre, para desde ella, descender a los derechos del ciudadano – y esto debido sin duda, insistimos, a que el Reino de Francia no había logrado en toda su historia establecer un imperio universal-, la Revolución española comenzó, en el artículo primero, de la Constitución de 1812, definiendo la Nación española como la «reunión de los españoles de ambos hemisferios». La Revolución española, por decirlo así, no necesitaba reivindicar la condición humana de los españoles, precisamente porque los españoles ya estaban presentes desde hacía siglos en ambos hemisferios»
El hombre al que había apelado la Revolución francesa era un sujeto metafísico, pues el “europeo” ilustrado al que ésta atañe, no existe más que en ciertas élites reducidas. Y si de lo que se trataba era de crear una estructura nacional en la que todos los hombres quedaran holizados, quedarse en las clases ilustradas de Francia habría puesto en evidencia la recurrencia de la Revolución, por lo que una vez puesta en marcha, se veía forzada a expandirse por Europa, a fin de afirmarse en sus principios revolucionarios.
También es cierto, que mientras la Revolución francesa bebía de las fuentes ideológicas de la Ilustración (de ahí el iluminismo de “La Diosa Razón”), la Revolución española emanaba de la tradición filosófica escolástica.
La izquierda liberal se enfrentó al Antiguo Régimen abogando por una monarquía constitucional en la que la soberanía del rey se desplazara a la Nación, a la vez que luchó contra el invasor francés. Pero este enfrentamiento es difuso en un principio, puesto que patriotas nacionalistas y patriotas tradicionales debían solidarizarse contra el Imperio jacobino de Napoleón. Otro rasgo que diferenció a estas dos generaciones es su posición ante la religión. El anticlericalismo en España fue un fenómeno relativamente tardío. En las Cortes de Cádiz la presencia de clérigos es bien abundante. Las Cortes de Cádiz de 1812 determinan que la Nación española sea un Estado confesional católico. Esto a muchos les parecerá suficiente para condenar de derechista y reaccionaria la Constitución del doce, pero quien haya leído desde el principio podrá advertir con facilidad lo imprescindible que resultaba conservar la moral católica para el triunfo revolucionario en todo el Imperio. Pues no se trataba de crear un nuevo hombre iluminado por una razón ahistórica (en el Imperio católico ya había surgido un nuevo hombre: el mestizo), sino de reorganizar sobre una base nacional los ya existentes. Es necesario añadir, que lo que sí abolió la Constitución de Cádiz fue el Tribunal de la Inquisición (ya prácticamente obsoleta) y por supuesto, los derechos de la Iglesia sobre la tierra (la mayoría de los casos en perjuicio de los campesinos). Además de imponer la libertad de prensa, de industria…etc
Napoleón, que había obtenido en España sus grandes derrotas (sobre todo por el ataque constante de las guerrillas populares a sus ejércitos) acaba pactando con Fernando VII su vuelta al trono a cambio de la neutralidad de este, que entra en España el 22 de marzo de 1814. Pero a pesar de la política de abolicionismo “total” respecto de las leyes promulgadas en las Cortes de Cádiz, y la persecución intensiva de los liberales, el 1 de enero de 1820, el coronel Rafael de Riego en Las Cabezas de San Juan junto a otros oficiales liberales proclama la Constitución de Cádiz y se inicia otro periodo revolucionario conocido como el Trienio Liberal. Las potencias absolutistas vencedoras en las Guerras Imperiales, unidas en la Santa Alianza, y habiéndose sumado ya Francia a la unión, temen que el proceso revolucionario reanudado en España se propague al exterior. Por ello, firman un tratado que permitirá a Francia (en la que el fervor revolucionario había cesado) invadir España, y el 7 de abril de 1823 un ejército al que se denominará los Cien Mil Hijos de San Luis entra en España, camino del absolutismo.
Vemos, pues, cómo en España prende la izquierda y se desarrolla una nueva generación de ella cuya fortaleza y alcance reside en que transforma sin abolirlas muchas de las instituciones esenciales de un Imperio Universal católico. En la siguiente parte veremos cómo las siguientes generaciones de izquierda arraigan también en suelo español y son protagonistas de su historia del siglo XX llegando su fortaleza hasta la actualidad.
Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo
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