El trabajador que vive de su salario, es decir, el que necesita un salario a fin de mes para vivir y que recibe su salario de una institución en cuyos planes estratégicos no tiene ni voz ni voto; ese trabajador, no tiene los mismos intereses que el sujeto que vive de los beneficio de una institución que funciona gracias al trabajo de unos asalariados. Esta es la tradicional lucha de clases y es lo que todavía sigue existiendo. El panfilismo pacifista se impone por doquier a pesar de que es desmentido día sí y día también por la realidad misma.
El marxismo tradicional tendió a olvidar la dialéctica de Estados. «Los trabajadores no tienen Patria». Desde luego, si estamos hablando de esa Patria metafísica, de esa que consiste en el Destino Universal, en el Espíritu o en los sentimiento profundos que se hayan en los interiores humanos, esa Patria no es la de los trabajadores. Ni la de los empresarios. Ni la de nadie, porque no existe. La Patria es nuestro territorio, lo que hay en él, las instituciones que la historia de nuestros padres han forjado, la riqueza que nos rodea. La Patria es como el campo de futbol que envuelve a dos equipos enfrentados. Comparten el mismo campo, incluso cambían de lado de vez en cuando, pero eso no evita que esos equipos estén enfrentados entre sí. La apelación a la Nación o a la Patria no elimina los enfrentamientos y conflictos que se dan en su seno precisamente para imponer programas políticos y sistemas económicos que beneficían o perjudican a sectores de las respectivas naciones políticas.
El simplismo del marxismo tradicional consistió en pensar a las clases como el elemento fundamental de la estructura política, cuando el elemento fundamental es el grupo organizado con fines políticos. Si los asalariados se encuentran dispersos, confundidos en diversos grupos, entonces será cierto en en determinado punto tienen unos intereses comunes pero en otros no. Por eso es necesario la creación de instituciones políticas -el Partido, en su sentido ámplio- que sea capaz de aglutinar y encauzar las luchas.
La dialéctica de clases sigue existiendo. Decimos dialéctica porque además de la lucha de clase, existen las alianzas de clases, las treguas de clases, las claudicaciones de clases, etc. Toda esta dialéctica sigue existiendo. El mileurista no tiene los mismos intereses que el mil mileurista. Mas no basta compartir la misma posición en la estructura económica. Hace falta una unidad institucional, una unidad nacional que no fragmente a los asalariados y que tenga claro un proyecto político y una estrategia en la dialéctica de Estados en la que a su vez se haya inserto.
Si Izquierda Hispánica se declara patriota lo hace en el sentido en que toda latinoamérica lo está haciendo: en cada nación hay vendepatrias que trabajan para debilitar las estructuras que serían necesarias para la construcción de proyectos capaces de sacar a iberoamérica de su actual situación. Patria o muerte. España, México, Venezuela, Chile, Ecuador… o muerte.
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