El 11 de septiembre del pasado año tuvo lugar la marcha oficialista sobre las calles de Barcelona —organizada y promovida debidamente por los medios de comunicación e instituciones públicas de Cataluña— para reclamar un Estado propio en el marco de la Unión Europea. Fue la enésima demostración de que resulta mucho más fácil movilizar a las masas por motivos sentimentales e irracionales —como sin duda lo son aquellos en que se fundamenta el nacionalismo de corte culturalista— que lograr una manifestación parecida por cuestiones de justicia social. Ni por asomo se han visto concentraciones similares de protesta contra las políticas neoliberales que la derecha catalana está aplicando a golpe de látigo (en este sentido, sólo las actuaciones del 15-M merecen consideración). Desde luego, las élites políticas y económicas de esta región vinculadas a las anquilosas ideas del nacionalismo han sido muy hábiles en mostrarse, de cara al público, como víctimas de las exigencias de Madrit.
De hecho, es recurrente entre la gente tomar a Madrid como el blanco perfecto sobre el que proyectar todas las contrariedades y frustraciones, sean individuales o colectivas. Sólo así se explicarían argumentos tan alucinógenos como que Cataluña está en crisis porque “Madrid nos roba” o que el Barça ha perdido porque “el colegiado era madrileño”. Apelar a la capital de España se ha convertido en una reiterada coletilla. Además, hay un interesante hecho sociológico que se percibe desde hace meses: la adhesión al nacionalismo como una nueva forma de moda. El discurso monotemático de la vida política y mediática catalana ha inducido a muchas personas —entre las que destacan los jóvenes— a colgarse la etiqueta del independentismo. Los más avispados han visto como se les presentaba un suculento y lucrativo negocio: basta con ver la proliferación de novelas y ensayos de dudoso rigor histórico o el incremento que ha experimentado la venta de banderas, bufandas, e incluso unas ridículas zapatillas de andar por casa con la “estelada”, por dar sólo un par de ejemplos. Así las cosas, debería resultarles paradójico a los nacionalistas que una región asfixiada bajo el yugo de la opresión imperialista pueda permitirse este tipo de pijadas.
Otra fecha remarcable en este proceso de auge secesionista fue el 25 de noviembre. A pesar de que algunos se estrujaron la cabeza con ingeniosas cábalas y perspicaces numerologías, los resultados de las elecciones catalanas desacreditaron por completo esa mesiánica idea de la voluntat d’un Poble. Los votos de los ciudadanos pusieron de manifiesto la realidad plural de Cataluña. Y si bien es cierto que los resultados reflejaron un incremento del espíritu soberanista, en modo alguno éste se encarnó hegemónicamente en la figura de Artur Mas y su partido, el cual, por cierto, obtuvo peores resultados que en las elecciones precedentes. Sin embargo, el nacionalismo orgánico y esencialista sigue hablando pomposamente de un supuesto derecho del pueblo a decidir. Resulta ocioso recordar que tal expresión es un mero eufemismo: en realidad lo que se pide es el “derecho a la secesión”. El objetivo de tal perífrasis no es otro que el de rebosar de apariencia democrática lo que a todas luces es una ilegalidad. El “derecho a decidir”, repetido ad nauseam por el nacionalismo institucional y mediático, plantea una serie de cuestiones fundamentales: ¿Quién es el sujeto de ese derecho? ¿Cuál es la materia sobre la que se decide? El fundador del materialismo filosófico, Gustavo Bueno, lleva tiempo advirtiendo de como mediante el formalismo democrático se han aprobado leyes cuyo carácter democrático es, cuando menos, discutible. Aún así, ¿qué mayorías son suficientes para que ese derecho pase a ser un hecho? ¿Qué sucedería con los derechos de las minorías que han perdido en ese juego llamado democracia procedimental?
Muchos se preguntan si el viraje hacia el esperpento independentista es un movimiento táctico de Convergencia o una auténtica convicción. Pueden ser ambas cosas, según los casos y las distintas sensibilidades que configuran a esa formación política, pero de lo que no cabe dudar es de sus consecuencias más inmediatas, a saber: la polarización y la ruptura de la sociedad civil catalana. Los aparatos ideológicos del régimen —escuela y medios de comunicación, ya sean privados o públicos— se han encargado de adoctrinar a los ciudadanos en interesadas falacias de todo tipo (históricas, económicas, culturales, etc.). Con el paso del tiempo, un conjunto de ideas-fuerza han calado hondo en la ciudadanía catalana, por lo que no es de extrañar que se perciban como díscolos o traidores a aquellos que discrepan del discurso generalizado/institucionalizado (“quien no sea independentista, será considerado traidor”, dijo impunemente el infame actor, guionista y presidente de la Academia del Cine Catalán, Joel Joan).
El fantasma del nacionalismo recorre Cataluña. Bajo el disfraz del talante democrático de los dirigentes catalanistas se esconde un monstruo que auspicia la uniformidad totalitaria. El patológico objetivo de los separatistas no es otro que el de construir una nación cultural y lingüísticamente homogénea en un territorio que es cultural y lingüísticamente heterogéneo. Este proceso no puede estar exento de coacción —tanto física como psicológica— hacia aquellos que se nieguen a comulgar con ruedas de molino. La hoja de ruta del nacionalismo identitario tiene como fin último la consecución de un Estado propio; un estado controlado por talibanes de traje y corbata dispuestos a materializar a toda costa su fanático credo nacional, aunque ello suponga arrollar los principios más básicos de la democracia y del derecho (el propio líder de CiU advirtió que no lo pararían “ni tribunales ni constituciones”). Los nacionalistas fraccionarios fundamentan sus reivindicaciones políticas sobre ficciones tan irracionales (y peligrosas) como la tierra, la sangre o la lengua; se trata ni más ni menos que de una reacción contra el legado ilustrado que, desde la Revolución Francesa, se ha caracterizado por el ideal de un orden civil y democrático regido por leyes justas y racionales. En efecto, el proyecto particularista de Mas y sus adláteres representa el abandono de la civilización, de la polis; un regreso a la caverna, a losidola tribus.
El panorama político de los últimos meses pone también de menifiesto algo ya consabido: la ausencia de una izquierda definida en Cataluaña. Conviene recordar a este respecto las observaciones de Alberto Luque: «Alguno dirá que IC o el PSC son más netamente, y hasta ‘históricamente’ socialdemócratas. Permítanme dudarlo mucho. Esa izquierda tradicional, que en efecto se enraíza históricamente en la secular tradición de los diversos sectores del movimiento socialista, hace ya mucho que abandonó todo propósito verdaderamente emancipador, vendiendo los vestigios que aún le quedaban de socialismo al venenoso dios del nacionalismo.» [Véase “A vueltas con el catalanismo: Una nueva Edad Media a contracorriente”, (27 de noviembre de 2012), en Constelación: http://konstelacio.blogspot.com.es/2012/11/a-vueltas-con-el-catalanismo-una-nueva.html]. En efecto: la complacencia y la ambigüedad de un Pere Navarro o un Joan Herrera ante la deriva independentista de Artur Mas les convierte en cómplices y responsables de la situación actual.
Para terminar, debemos señalar el último hito del secesionismo: el día 23 de enero del presente año se aprobó en el Parlamento de Cataluña una “declaración de soberanía y del derecho a decidir del pueblo catalán” (en cuyo preámbulo puede observarse una incesante apelación a la historia a la vez que un acopio de términos como “pueblo”, “voluntad”, “autogobierno”, “progreso”, “cultura” o “identidad colectiva”, entre otros). Ante tal espectáculo hallamos a un gobierno tímido y despreocupado por los continuos ataques a los que se ve sometida la soberanía de la nación española (ya sea por parte de europeísmo macrodepredador o del secesionismo microdepredador) y a una izquierda sumergida en lo que Felix Ovejero denominó la trama estéril [Véase la interesante reseña de Javier Ardura a esta obra en /2012/nacionalismos-espana/].
El horizonte no parece muy alentador para los intereses de España y de los españoles, por lo que ahora más que nunca es necesaria una fuerza política orientada (y desacomplejada) hacia la defensa de la hispanidad y del socialismo.
Ni caso, Armand.
L’Agus i el Cantonades no en tenen ni fava. Al impresentable del Agus si semblara que cansa que a l’avi el policia armada de torn (probablement seria l’avi del Agus), li dones un bofetada per parlar en català (o vasc o gallec), però això era així.
Visca Catalunya!!!!
II*II
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Más vale nacionalismo culturalista que internacionalismo inculto.
Hola!
Resulta casi imposible dar respuesta cumplida a la cantidad de tópicos vulgares que nos presenta aquí armand. Tenemos de todo: desde los malvados Stalin y Franco, el mito de la cultura ancestral y tribal como algo relevante para la política y que al parecer resurge cada poco del fondo de la tierra, en este caso para hacer frente al orgro Aznar, como no. Por no hablar del delirante «Rajoy y su horda españolizante», que ya es de traca. Anécdota de abuelo incluida.
Stalin no es ese monstruo devora-culturas ancestrales y valiosas; en la URSS se promocionaron no culturas, señor mio, sino determinadas instituciones culturales consideradas en mayor o menor medida dignas de conservación o promoción, modificación, adaptación a la nueva realidad soviética, etc.. como lenguas u otros rasgos.Los datos son abrumadores frente a la calumnia continua. Otras instituciones culturales efectivamente se reprimieron y bien reprimidas que fueron: en las zonas de influencia musulmana se prohibió casar a las niñas y los matrimonios concertados y se autorizó que pudieran trabajar como cualquier otro ciudadano. Igual armand prefiere la continuación de estas respetables instituciones tribales.
Buena parte del delirio culturalista hoy en España se debe o inicia con Franco y su regionalismo y folclorismo; por ejemplo buena parte de los supuestos trajes regionales de hoy en día son creación de la Sección Femenina, creación literal, un invento; las lenguas regionales se introducen en la educación ya en el último periodo del franquismo…se puede decir que el nacionalismo etnicista de hoy es la más viva continuación del franquismo, pero en pequeño y ridículo, a escala de terruño. Su canto lacrimógeno acerca del sentimiento, el valor de la historia y el modo de vida percibido y sentido como distinto por vascos, catalanes y demás es de lo más reaccionario, oscuro, tribal que quepa imaginar, es el mito de la cultura alemán, el espíritu del pueblo, que ya vimos a donde llevó. Tenga usted si quiera el decoro o disimulo de hablar de derechos, igualdad, proyecto común para integrar diferencias y superar desigualdades de partida(por raza, cultura..)en un marco de convivencia ciudadano y no cultural-étnico, vamos la tradición política de la izquierda jacobina o liberal española. Nada que ver con su retrógrada oda al espíritu del pueblo.
He leído en no sé cuántos foros y comentarios la anécdota del abuelo que iba en tren, autobús o por la calle y el malvado Policía Nacional, los grises españolista le da una bofetada por hablar en catalán, gallego o vasco. Aburre ya.
Lo de Aznar y Rajoy como ogros españolistas no tiene un pase, hombre; este es un sitio serio, no nos venga con esto; es el muñeco de trapo, el malo de cómic infantil que todo buen nacionalista necesita inventar para seguir con su delirio étnico.
Por supuesto otro tópico es el mito de la izquierda. ¿De qué izquierda me habla usted? La republicana que pretendía basarse en la igualdad de derechos del ciudadano como miembro nuclear de la nación política eliminando o manteniendo a raya toda diferencia, privilegio o particularismo racial o étnico y su rectificación marxista que pretendía que esto no fuera sólo un formalismo jurídico sino algo real, económico, llevado a las condiciones de vida material; esta izquierda, está claro que no es la suya.
En primer lugar, Armand, Stalin y los estalinistas jamás despreciaron eso que tu llamas antropología. Basta leer toda la propaganda estalinista de los años treinta a cincuenta para que se repita el mismo tema: unidad de culturas, pueblos y etnias en un único proyecto común. Así que ese es un cuento más de la Leyenda Negra sobre Stalin. Ahora bien, el asunto está en si se da prioridad al Estado o se fomenta su fragmentación etnico-cultural y su disolución. Si se deja esta última opción, Alemania hubiera barrido a todos esos pueblos desperdigados y sin unidad estatal.
Dejando ahora a Stalin, te respondo desde la postura de IH: no estamos en contra de todas las instituciones culturales que tu entiendes ligadas a la antropología. Las instituciones son muchas, los rasgos culturales son muchos, y no todos son malos ni buenos. Nosotros no estamos en contra del idioma catalán, de lo que estamos es a favor del español como lengua oficial que une de modo efectivo a todos los ciudadanos de un mismo Estado y una misma Nación política -no étnica ni «antropológica»-. Por eso, todos los españoles tienen el derecho y el deber de hablar español. El catalán tendrá el derecho a saber catalán y a usarlo con otros que sepan catalán pero no puede exigirse ese rasgo igual que no se puede exigir que alguien sepa bailar sevillanas. Porque, y esto es la clave que tu confundes, el catalán no es «su idioma», ya que ningún catalán nace sabiendo catalán -ni ningún español- por lo que todo idioma es impuesto.
El idioma sirve para unir a las personas que lo conocen y para separar a las personas que no lo conocen. Como en España hay unos españoles que se quieren separar, pues nada mejor que desplazar el idioma español. Y esto junto con otras instituciones culturales que puedan unir al catalán con el resto de compatriotas españoles.
Y me extraña que digas lo de la izquierda, porque la izquierda jacobina defendió la unidad y grandeza de Francia aniquilando los restos de autonomias forales del siglo XVIII, la izquierda socialdemócrata alemana luchó y fomento la unificación alemana y el establecimiento de un Estado unitario alemán fuerte y el izquierda comunista defendió la Gran Madre Patria soviética. Somos nosotros los que defendemos un proyecto de izquierdas genuino mientras otros parecen querer volver a los fueros de maricastaña.
Salud y gracias por el comentario.
La ira del Sr. Viola Carriga por el avanze de lo què èl llama: el «nacionalismo de corte culturalista» catalàn, me parece exagerada. Al venir de quièn se dice de izquierda, me parece tambièn què no se condice con lo què uno espera de gente què adhiere a esa ideologìa.
En efecto, tradicionalmente la izquierda se caracteriza por unas actitudes racionales frente a los problemas nacionales y mundiales. La creaciòn de la Uniòn Europèa se basò en la premisa neoliberal de que la economìa de mercado bastarìa para hacer desaparecer las diferencias què existen entre las distintas geografìas, lenguas y culturas. Esto no es asì, nunca serà asì y no serìa nada bueno que sea asì. A la gente le gusta su cultura, le gusta su lengua, le gusta su antropologìa y la antropologìa cuenta. Ademàs sirve, es ùtil. Es pradòjico què ese mismo error- el de ignorar la antropologìa- lo cometieròn los comunistas rusos y chinos, en las antìpodas en polìtica y en economìa de la UE. Esta teorìa, irracional por lo staliniana, de què la economìa debe sobreponerse y barrer con la antropologìa, se concretò en la «rusificaciòn» forzada de pueblos que poco o nada tenìan que ver con los rusos y què, en muchos casos, los odiaban por razones històricas. Los resultados de tal plan los conocemos, fueròn un fracaso. Los no rusos siguen odiando a los rusos, y temièndolos y los rusos continuan mirandolos con desden.
España nunca estuvo gobernada por comunistas, pero, durante franco, catalanes, vascos y gallegos sufrieròn un proceso de «españolizaciòn» forzada a manos de los franquistas. Este proceso (salvadas las diferencias en nùmeros) fue muy semejante al practicado por los comunistas rusos con los pueblos no rusos de su òrbita. Mi abuelo, vasco, me cuenta què, durante esos años, era prohibido hablar vasco, respectivamente catalàn, bajo pena de carcel. Esto ya pasò, claro. Pero, eso què para los demàs habitantes de España no fue sino un episodio, una anècdota, para los pueblos vasco, gallego y catalàn es Historia, història con mayùscula. O sea, forma parte de la cadena de sucesos esenciales què determinan su caràcter de pueblos.
La Historia sigue su curso. Franco muriò y todo mejorò. Acomodàndose ràpidamente a los nuevos tiempos, las burguesìas vasca, catalana y gallega se adaptaròn a las nuevas realidades y ràpidamente olvidaròn viejas afrentas, en pos de mayores ganancias a futuro, claro. Eso las burguesias, los trabajadores, los campesinos, el pueblo llano, no. Ellos nunca olvidan, sienten la historia de un modo distinto, la viven como algo esencial, llena sus vidas (esto a veces es negativo, desde luego) y no renunciaràn a ella nunca. Ese sentimiento, el de querer vivir su propia historia, puede estar adormido, pero nunca muerto. Despierta cuando sienten què, una vez màs, su propio ser està en riesgo de convertirse en motivo de agresiòn. Despertò con Aznar y està despertando con màs fuerza hoy con Rajoy y su horda españolizante. Ahora, ese es un sentimiento, una respuesta natural, humana ante ciertas circunstancias. No es nacionalismo ciego, absolutamente irracional. Todos los pueblos reaccionan asì; el pueblo español tambièn y no por eso es intrìnsecamente malo. ¿ O no luchò 8 siglos para sacarse a los àrabes de encima? ¿Y despuès a los franceses?
Ahora, con la Uniòn Europèa, deberìamos ver con otra luz los supuestos «nacionalismos». En principio, ni vascos ni catalanes piensan emigrar en masa a otro continente. Tampoco quieren llevarse con ellos el pedazo de geografìa que se llama Cataluña o Paìs Vasco y dejar un hueco en su lugar. Tampoco aspiran a levantar una barrera, como lo han hecho los judìos, para repeler a los palestinos. Solo quieren cambiar la etiqueta con la cual se designa a su pedazo de geografìa peninsular y mundial.
La UE està por dejar entrar a formar parte de sus paìses a Turquìa, hasta hace un instante (històricamente hablando)enemiga a muerte de Euròpa y los europèos. Si no tiene nada de malo dejar entrar a Euròpa a un viejo enemigo, ¿que tiene de intrìnsecamente malo dejar què un amigo de siempre, los catalanes o los vascos, quieran seguir siendo europèos, pero con otro nombre?