Las revoluciones no se hacen con leyes

Esta frase de Marx expuesta en El Capital, en su magnífico capítulo sobre la acumulación originaria, a mi juicio resume lo que todo proceso revolucionario no sólo económico, sino también político y social, significa para la historia. Las revoluciones a las que hacemos referencia son momentos de todo proceso de desarrollo de las sociedades políticas. Así, más bien son las leyes existentes las que sufren transformaciones radicales tras las revoluciones y forman parte de ellas.

Pero, ¿qué significa esto? Primero, que la crisis económica y política que estamos sufriendo en España, dejémoslo claro, es en última instancia responsabilidad de los trabajadores. Somos cómplices de lo que ocurre. Todo lo que sucede está permitido por las leyes vigentes, lideradas y ejecutadas por los grupos políticos y económicos que tienen el poder, y la capacidad que tienen de hacerlas ejecutables, a través de la policía y el ejército.

Las crisis capitalistas, con el recubrimiento de las democracias parlamentarias, y en nuestro caso la española, descubren el velo de la ilusión de que todos ganamos con el “sistema”. Pero claro, toda sociedad política produce sus propias ilusiones. Estas ilusiones, que en épocas de bonanza para los trabajadores les permite, en el mejor de los casos, creerse propietarios efectivos de su vivienda, desaparecen cuando la crisis hace mella en la falta de pago de su hipoteca con el banco, descubriendo que su propiedad es sólo aparente. Y no sólo esto, en España más de 160.000 familias están actualmente en proceso de ejecución hipotecaria, paso previo al desahucio. Sin duda, las leyes están hechas para quienes están hechas, ya que los gobernantes y autoridades españolas están ahora más preocupados en recapitalizar bancos con deuda pública (invito al lector a que lea lo que Marx dice sobre la deuda pública en el mismo capítulo de El Capital citado arriba) y en seguir siendo lacayos, sin que se note demasiado, del eje franco-alemán, que en analizar como el Estado puede actuar como cobertura para que estas familias españolas no se quedan ya en la absoluta miseria.

Y, ¿qué podemos decir de la ilusión de pertenecer a una aristocracia del salario? Probablemente, en épocas de auge económico la apariencia de estar liberado de la desgracia se ve alimentada por la pertenencia del asalariado en la clase capitalista mediante, por ejemplo, la compra de acciones en el Ibex 35. Pero de nuevo, la realidad de la crisis desvela la ilusión de la movilidad social ascendente y ratifica más bien el estancamiento y el descenso en la escala social, con un paro de 5 millones de personas y generaciones probablemente arrancadas definitivamente de nuestra riqueza social y que posiblemente creyeran pertenecer en su «vida anterior» a una «eterna clase media-alta».

Y, ¿qué está sucediendo con la educación, la sanidad y otros aspectos de política social producto del “gran engendro monstruoso” del régimen del 78 de las comunidades autónomas? Pues más de lo mismo, actualmente la realidad social y económica en la que está inmerso el español truncado y fragmentado está condicionada por las partitocracias realmente existentes y por el régimen vigente. Una realidad, en buena parte, producto de nuestra “democracia parlamentaria representativa” dominada por las mafias políticas en el poder que buscan su recurrencia y servir a ciertas oligarquías empresariales, en lugar de actuar en pro de la nación política. Tan reaccionarios y fragmentadores son este sentido, y cómplices de lo que ocurre, los partidos denominados nacionales (PP y PSOE) como cualquier partido legal de índole secesionista. Siguiendo con la propuesta de nuestro compañero de IH, Agustín Lozano, extendamos un poco más su análisis. Todos aquellos partidos que favorecen y promuevan la fragmentación política, en derechos y deberes de los ciudadanos españoles, serán reaccionarios ya que no buscan la integración nacional en políticas sociales y económicas y la unión, en definitiva, de la nación política. Buscarán en todo caso, la desmembración y la depredación interna y favorecerán a otros países en detrimento de España, de nuestro territorio y de los que trabajan en él.

Por el contrario, dada la escala en la que estamos, el partido revolucionario será aquel que busque la integración de España, y desmonte la España de las autonomías y la conveniencia de abrir nuevas rutas políticas para nuestro futuro, estableciendo como prioridad nuestra salida de la UE. Pero claro, esto no puede hacerse desde el vacío, sino trabajando para que esta salida de la “Europa de los pueblos» vaya acompañada y en correspondencia en lo creemos, desde IH, debe ser la solución de España: una integración económica y política en una confederación iberoamericana.

Como conclusión, retomando lo dicho al inicio del artículo, las revoluciones no se hacen sin partidos, pero tampoco se hacen con las leyes existentes. La tarea del revolucionario es reconocer, primero, nuestra responsabilidad y complicidad en lo que ocurre, sin dejarnos llevar por la marea de análisis objetivos pero “victimistas” de la crisis y de España. Y, sin duda, la tarea del partido revolucionario es defender la nación política, nuestro territorio y los que en él trabajan; y además es, principalmente, transformar el Estado, acabar con las instituciones irracionales y reaccionarias y destruir aquellas leyes que no sean proclives a un proyecto integrador nacional e integrado en Iberoamérica. Entre otras cosas.

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2 Respuestas a “Las revoluciones no se hacen con leyes”


  • Hola
    Curioso lo que escribes. Marx también lo dice en unos párrafos brillantes de El Capital. Era normal en aquella época, teniendo en cuenta que las leyes eran propias de un salvajismo vestido de seda en muchos casos. Como empieza a suceder ahora, poco a poco…

  • «D. Lucas Alaman no se arredró, y fundado en el principio ciertísimo de que las revoluciones no se hacen con leyes, impulsó o dejó obrar a los poderosos…», en Revista política, de José María Luis Mora. ¿Es la frase de otro autor o se tratará de una frase común en la época? La Revista política se publicó en 1836, y el capital en 1867.

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