Gibraltar: un viejo contencioso

Gibraltar

El viejo conflicto con el Reino Unido a causa de Gibraltar se ha colado estos días en la actualidad informativa. El penúltimo episodio del largo desencuentro arrancó el pasado verano. Las nuevas autoridades gibraltareñas decidieron, alegando razones medioambientales, la expulsión de los pescadores españoles de las aguas en disputa que rodean el peñón. Tras un año de continuas escaramuzas, enfrentamientos entre patrulleras de la colonia y de la Guardia Civil, el asunto ha terminado con el lanzamiento de bloques de hormigón en la bahía de Algeciras. Por la vía de los hechos consumados, los pescadores españoles no podrán volver a faenar en la zona. Ante la clara provocación, el gobierno español endurecía los controles en la verja y amenazaba con cobrar una tasa para entrar y salir de Gibraltar.

Tomada por fuerzas anglo-holandeses en nombre del Archiduque Carlos, España cedió la jurisdicción sobre Gibraltar, fortaleza, puerto y ciudad, mediante el Tratado de Utrecht en 1713. El acuerdo que ponía fin a la guerra de sucesión española regulaba la presencia británica en la roca limitando entre otras, el comercio con la ciudad o el control de las aguas contiguas. En caso de enajenación, España tendría derecho a recuperar el peñón.

Mucho ha llovido desde 1713. Del intento inicial de la monarquía borbónica por recuperar el territorio, se pasó al abandono de la cuestión en el siglo XIX. En esa época los británicos ampliaron los límites de la colonia aprovechando la buena voluntad española. Unos campamentos humanitarios creados en zona neutral para atender una epidemia fueron anexionados a Gibraltar. En 1938, en plena guerra civil española, se construyó el aeropuerto, y en 1969 se aprobó un nuevo marco jurídico. El peñón se transformaba oficialmente en dominio británico de ultramar. El Reino Unido apela al Tratado de Utrecht para salvaguardar sus derechos de posesión, pero lo han violado sistemáticamente. Tampoco vamos a rasgarnos las vestiduras; sabemos perfectamente que un tratado es la plasmación jurídica de una correlación de fuerzas entre Estados. Si uno de los países afectados puede permitirse el lujo de cambiarlo sin provocar reacciones del segundo, ¿por qué no hacerlo? Gran Bretaña se ha hecho con el istmo, construido el aeropuerto y no ha sucedido nada. ¿Por qué no van a apropiarse definitivamente de las aguas circundantes? ¿Acaso las aguas no valen un poco de cola y las farfulladas del ministro de asuntos exteriores?

Es pues la debilidad de España la que da dado lugar una peligrosa constante que se repite cada cierto tiempo. Los británicos han alterado unilateralmente el estatuto jurídico de Gibraltar acomodándolo a lo que más les convenía en cada momento, sin que España haya podido hacer nada para impedirlo. Hoy día y mediante la apelación al metafísico derecho a la autodeterminación, Gibraltar ha conseguido tener todas las ventajas que le proporciona ser una colonia británica, enclavada en España y que pertenece parcialmente a la Unión Europea. Un moderno centro financiero internacional y de lavado de dinero, con el doble de empresas que de ciudadanos censados, y que provee a sus habitantes, como en todos los paraísos fiscales, de un elevado nivel de vida.

Respecto a las posibles soluciones al contencioso apuntamos que no son fáciles. España y Reino Unido pertenecen a la Unión Europea y sobre todo a la OTAN. España está subordinada a los intereses geoestratégicos norteamericanos, que no nos engañemos, siempre serán más favorables al Reino Unido. Desde el punto de vista internacional, sólo la búsqueda de aliados que actúen de contrapeso al bloque anglosajón tendría algún efecto. Se impone, como venimos proponiendo, mirar hacia nuestros hermanos iberoamericanos, vinculando la cuestión de las Malvinas y Gibraltar como parte de una única reivindicación descolonizadora. En el frente interno hay que decidirse: se quiere dar una batalla seria y real contra Gibraltar, o se apuesta como se ha hecho desde la reapertura de la verja en 1982, por una coexistencia pacífica que en poco ha beneficiado a España. Tal y como lo vemos el problema posee una triple dimensión.

Primero, no se podrá llevar a cabo ninguna acción contundente, si no se reduce la dependencia que sufren muchos trabajadores de la zona respecto a Gibraltar. El estado de abandono y depresión de la zona colindante al peñón, con las tasas de paro más altas de España, en nada ayudan a una política de presión sobre la colonia. La política de los distintos gobiernos de la dictadura y de la democracia (UCD, PSOE, PP) ante este asunto ha sido abandonista e insuficiente.

Segundo, España debe vincular la reivindicación de la soberanía a la lucha contra el fraude y la economía de casino que se promociona abiertamente en Gibraltar. No es necesario un bloqueo terrestre como primera medida (aunque tampoco habría porque descartarlo del todo), pero si tratar a la roca como un territorio paria, imitando el comportamiento de China respecto a Taiwán. Y es aquí donde al Partido Popular se le ve el plumero: patriotas de boquilla, anglófilos de cabeza y corazón. Un mayor control de la economía de la roca llevaría al gobierno a negar muchos de los principios ideológicos con los que comulga. El neoliberalismo y la desregulación, que tanto gustan al PP y de la que se aprovechan grandes empresas españolas, favorecen la existencia de paraísos fiscales como Gibraltar.

Tercero, la socialdemocracia del PSOE e IU tendrían que dejar de utilizar el manido argumento del franquismo ante cualquier política de presión sobre la roca. Sí, ya sabemos que Franco cerró la verja en 1969. Se puede cuestionar lo acertado de la decisión, si sirvió para algo o empeoró la situación. El debate sería razonable, pero descalificar la medida de primeras por franquista es un argumento pueril. Franco no secundó la política norteamericana de bloqueo sobre Cuba. El gobierno español siguió manteniendo una actitud de colaboración y amistad con la isla comunista, como el mismo Fidel Castro ha reconocido. ¿Vamos a apoyar el bloqueo norteamericano para llevarle la contraria a Franco? Nadie en su sano juicio actuaría de esta forma. Tampoco le vemos mucha enjundia intelectual al muy repetido eslogan, esto es una cortina de humo para distraer la atención de la corrupción interna del PP, como repiten algunos dirigentes izquierdistas a coro con la prensa británica. No mezclemos churras con merinas. La podredumbre del partido gobernante y otros problemas reales de nuestro país no deben servir de excusa para callar ante las barrabasadas de Gibraltar.

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1 Respuesta a “Gibraltar: un viejo contencioso”


  • Muy buen artículo. Estoy muy de acuerdo con lo expuesto.
    En mi opinión el conflicto gibraltareño ejemplariza el lamentable posicionamiento de las principales corrientes políticas de este país en relación a la concepción patriótica. Por un lado el patrioterismo de pacotilla de la derecha neoliberal, basado únicamente en el símbolo, pero dejando de lado al grueso del pueblo español y, por otro lado, la “izquierda”, o pseudoizquierda, a la que le produce tanta alergia todo lo que implique la defensa de lo español, que prefiere ponerse del lado del imperialismo inglés antes que del trabajador pesquero español.

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