14 de abril: aniversario de la Segunda República Española
Hoy, 14 de abril, se celebra, al menos de manera oficiosa, el aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, una república malograda históricamente, al igual que la primera, por un golpe militar de derecha. Los fastos de la celebración de dicha fecha no han pasado del mero sentimentalismo y el autobombo propio de los grupos que hoy día se dicen republicanos en la Nación Española. Pero hay tantos republicanos en España como modelos de República realmente existentes, y hoy por hoy, postular un modelo de Estado republicano para España, si no se adjetiva ese modelo republicano de alguna manera (República Federal, República Unitaria, República Confederal; República Presidencialista, República Semipresidencialista, República Parlamentaria) no es posible llegar a ninguna parte política. El republicanismo español no es un movimiento homogéneo, y más bien habría que hablar de republicanismos en plural. Además, la mayor parte de las veces se mueve por un sentimentalismo romántico que ni siquiera se pone a pensar en los defectos que las dos repúblicas españolas fallidas tuvieron. Para poder entender el presente republicano español es necesario entender el pasado, y ello conlleva entender qué ocurrió en las dos anteriores repúblicas españolas.
La primera república española fue proclamada en Cortes (el Parlamento español) el 11 de febrero de 1873. Es curioso que los republicanos federalistas en España nunca celebren esta fecha ni hagan parafernalia sobre la misma. Porque lo primero que hay que aclarar es que la primera república española sí fue federal, mientras que la segunda república fue unitaria, si bien con algunos grados de autonomía para algunas regiones, especialmente Cataluña. La primera república duró apenas un año, hasta el golpe militar del General Arsenio Martínez Campos, golpe que permitió establecer en España los más de 60 años de Restauración borbónica, con Alfonso XII y XIII de Borbón sucesivamente, y orquestada por el inteligentísimo político conservador Antonio Canovas del Castillo. La corta duración de la primera república se debió a la inestabilidad y al alto grado de violencia que en España se producía. En tan sólo un año hubo hasta cuatro presidentes (Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar, seguidos por el regente Francisco Serrano y Domínguez, Duque de La Torre). Sufrió varios golpes de Estado, destacando el del General Manuel Pavía, que intentó sin éxito instaurar una república unitaria, opuesta al modelo federal.
La primera república también fue testigo de tres guerras civiles en sólo un año: la Tercera Guerra Carlista, desarrollada en Cataluña, Maestrazgo (provincia histórica española entre Castellón y Teruel), Navarra y Vascongadas, en la que una vez más el carlismo, una ideología de derecha primaria que quería volver a los fueros del Antiguo Régimen frente a la Revolución Liberal española de las Cortes de Cádiz, intentó instaurar una Monarquía Confederal (muy parecida, por otra parte, a la actual monarquía española del Borbón Juan Carlos I) liderada por el Duque de Madrid, Carlos María de los Dolores de Borbón y Austria-Este, que si hubiese triunfado en su motín habría gobernado como Carlos VII (también fue pretendiente al trono de Francia como Carlos XI de Francia y Navarra, siguiendo las aspiraciones legitimistas de retornar la monarquía a Francia). El carlismo, tras su derrota en esta guerra, evolucionó en tres direcciones: una tradicionalista y católica integrista, que en la Guerra Civil española de 1936-1939 se alió con el General Franco en el cuerpo militar de los Requetés; otra, de derecha socialista transformada en el Partido Carlista, hoy marginal; y una tercera, la creada por el carlista vasco Sabino Arana Goiri, que llevó el carlismo hacia posiciones secesionistas antiespañolas hasta crear el Partido Nacionalista Vasco (PNV), en 1895. El PNV, partido de derecha fraccionaria neofeudalista e integrista católica, fue el inspirador de movimientos secesionistas en Cataluña y otros lugares, que también fueron herederos del carlismo. Además, del PNV surgió la banda terrorista ETA y todo su entorno político, los cuales evolucionarían hacia una derecha extravagante neofeudal pequeñoburguesa que, de manera totalmente incongruente, se autoproclamó “de izquierdas”, cuando en realidad defiende postulados racistas y lingüísticos vasquistas e hispanófobos.
Otra guerra que sufrió la primera república fue la sublevación cantonal, de cariz anarco-federalista, que a partir del Cantón de Cartagena proclamó ciudades-Estado voluntariamente federadas con España. El cantonalismo también fue un movimiento pequeñoburgués, y su impronta en el anarquismo español y en algunos grupos federalistas sigue vigente aunque de manera minoritaria.
La tercera fue la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878), que durante la primera república siguió desarrollándose. La revuelta, que comenzó en Cuba bajo el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes, acabó con la Paz de Zanjón y la capitulación de los insurrectos cubanos, al menos de momento. El gran fracaso de España con Cuba, Puerto Rico y Filipinas, a cuyos habitantes no permitió ser miembros de las Cortes, resumía una actitud colonialista depredadora copia del colonialismo francés, holandés o británico en su máximo esplendor. Esta actitud de los políticos españoles de la segunda mitad del siglo XIX chocó totalmente con la actitud de los revolucionarios españoles liberales de principios de aquel siglo, que durante las Córtes de Cádiz, y frente tanto a la invasión napoleónica de la Península Ibérica como frente al absolutismo monárquico, aprobaron una Constitución con ponentes venidos de América. No en vano, la Constitución de Cádiz abolía la esclavitud y proclamaba la igualdad ante la Ley de los “españoles de ambos hemisferios”, tal y como reza el Artículo 1 de la Constitución española de 1812, la primera de nuestra historia, y en realidad la primera de toda Iberoamérica en reconocer derechos y libertades. La traición a aquel espíritu universalista y revolucionario, llevada a cabo primero por el sátrapa Fernando VII y después por la derecha liberal española, entre otros sujetos a un lado y otro del Atlántico, llevó a acabar, al menos momentáneamente, con el sueño de una gran república iberoamericana con España como parte de la misma en igualdad de condiciones que los antiguos virreinatos, en la que el racismo, la esclavitud y la servidumbre, ya en el siglo XIX, serían cosas propias de ingleses, holandeses, belgas o franceses.
La primera república, de tipo federal, fracasó. 60 años después, y tras una Restauración exitosa al menos en lo que al orden social se refiere (lo que no evitó las huelgas obreras, el surgimiento del nacionalismo étnico secesionista –repetimos, de origen carlista-, y la independencia y posterior “anexión” por Estados Unidos de Filipinas, Puerto Rico y la amada Cuba), en 1923 la situación política española volvió a ser inestable. El 13 de septiembre de aquel año el General Miguel Primo de Rivera (padre de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, partido de derecha no alineada fascista que se unió a Franco en el golpe del 18 de julio de 1936, y que fue fusilado poco después de empezar la Guerra Civil) dio un golpe de Estado y se convirtió en dictador. Bajo su mandato España esperaba acometer una transformación económica similar a la ocurrida en Alemania bajo la bota militar de Prusia y del canciller de hierro, Bismarck. Y lo cierto es que el proceso de acumulación capitalista bajo la dictadura primorriverista se aceleró, si bien fue constante, a pesar de las vicisitudes, durante todo el siglo XIX español. El sindicato anarquista CNT fue prohibido, mientras que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE, hoy en el poder en España con Zapatero de presidente) y su sindicato la Unión General de Trabajadores (UGT) fueron tolerados y apoyados por Primo de Rivera. La socialdemocracia española, además de secuestrar palabras como “socialismo” e “izquierda”, siempre ha sabido aliarse con los poderes de la oligarquía derechista militar y económica, sin dejar de, mediante una exitosa propaganda, hacer creer al pueblo que sus acciones eran “de izquierdas”, “socialistas” y “revolucionarias”. Y hoy día, en pleno siglo XXI, continúan haciéndolo.
La situación a finales de 1929 se vuelve insostenible para Primo de Rivera, debido a la presión social obrera (el Partido Comunista de España se había fundado en 1921, como escisión del ala más a la izquierda del PSOE y en respuesta a la negativa de éste a unirse a la Tercera Internacional de Lenin). Primo de Rivera abdicó en abril de 1930 y fue sustituido por Dámaso Berenguer, general español nacido en Cuba en 1873. Su mandato duró un año.
Tras Berenguer, vino un brevísimo mandato de Juan Bautista Aznar, el cual seguía directrices de Álvaro Figueroa y Torres, Conde de Romanones. Aznar (no confundir con José María Aznar) convocó elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. En estos comicios se presentaron tanto partidos monárquicos como republicanos. Cerca de 22.150 concejales elegidos eran monárquicos, principalmente en las zonas agrarias y en los pueblos, mientras que 5.875 concejales elegidos eran republicanos, todos ellos en todas las capitales de provincia y en las principales ciudades de la Nación. Quedaban 52.000 concejalías todavía por determinar. A pesar del mayor número de concejales monárquicos elegidos, 41 capitales de provincia españolas fueron a parar a los republicanos. Los republicanos de todo pelaje y condición sacaron pecho y pidieron el fin de la monarquía. Aznar dimitió y el Conde de Romanones, pidiendo amparo a Niceto Alcalá-Zamora, candidato liberal del partido Derecha Republicana, intentó que nada ocurriese a Alfonso XIII (se intentó incluso recurrir a un golpe de fuerza del Ejército para evitar el fin de la monarquía, algo que se abortó). Pero Alcalá-Zamora tenía el apoyo de la Guardia Civil y de buena parte del Ejército, principalmente del general José Sanjurjo, el cual, cinco años después, encabezaría junto con otros generales (Queipo de Llano, Mola, Franco) el golpe militar con el que se iniciaría la Guerra Civil.
Dos días después de los comicios, el 14 de abril, se proclamó la segunda república española. Se hizo famosa la frase del dimitido Aznar “España se acostó monárquica y se levantó republicana”, aunque esta frase era propia de quién fue incapaz, junto con otros, de ver cómo las condiciones políticas y sociales objetivas españolas cambiaban lentamente desde el golpe de Martínez Campos contra la primera república, e incluso antes, hasta aquel 14 de abril de 1931. El 14 de octubre se proclamó la Constitución de la Segunda República Española, cuyos principales puntos eran:
a) República Unitaria y Parlamentaria.
b) Español como única lengua legal, cuyo conocimiento debía ser un derecho y un deber de todos los españoles.
c) Igualdad ante la Ley (“república de trabajadores de toda clase”).
d) Separación de Iglesia y Estado.
e) Elección y movilidad de todos los cargos, incluido el Jefe del Estado (el Presidente).
f) Unicameralismo: se eliminó la segunda cámara, propia de estamentos aristocráticos reaccionarios. Cámara que después se recuperó con el franquismo y que en la democracia española actual también se conserva, el Senado. Un Senado que Zapatero pretende convertir en cámara de las Comunidades Autónomas (cámara regional), heredando así la monarquía confederal de facto española el sistema de representación regional del Antiguo Régimen tan ansiado por regionalistas y nacionalistas étnicos, herederos históricos de la derecha carlista.
g) Sufragio Universal a los 23 años, e inicios del Sufragio Femenino.
h) Reconocimiento del Matrimonio Civil y del Derecho al Divorcio.
Aunque la segunda república fue unitaria, su parlamentarismo la abocó a la inestabilidad interna en materia regional. Cataluña proclamó un Estatuto y posterior independencia (que no duró ni dos horas), comandados por el político secesionista Luis Companys, del partido de derecha pequeñoburguesa Esquerra Republicana de Catalunya, conocidos por sus Escamots o “camisas verdes” a imagen de los camisas negras del fascismo italiano. La segunda república, además, fue un Estado burgués capitalista, aunque fuese en determinadas cosas demócrata radical.
La principal fuerza política de los primeros dos años de la república fue la socialdemocracia. El PSOE fue el partido más votado en las primeras elecciones de 1931, y así se constituyó un gobierno de coalición socialdemócrata-radical liderado por Niceto Alcalá-Zamora (cercano al socialista de derechas Miguel Maura) y por Manuel Azaña. El gobierno social-azañista cometió uno de los grandes errores de la segunda república: el anticlericalismo en sus peores formas de expresión. Numerosos conventos fueron quemados en mayo de 1931, algunos de ellos asaltados y unos cuantos destruidos. Algo parecido a la Revolución Cultural maoísta en China, pero sin expectativas revolucionarias más allá del anticlericalismo vulgar o incluso del mero pillaje. La Iglesia Católica criticó desde el primer momento a la república, y por ello el Cardenal Segura fue reprobado y expulsado, por lo que al Vaticano no le quedó más remedio que sustituirlo por el más moderado Cardenal Gomá. Sin embargo, el anticlericalismo destrozó buena parte del patrimonio cultural católico de la Nación Española, algo que a la larga traería consecuencias nefastas para la Nación. El 24 de enero de 1932 se realizó el primer golpe contra la legalidad republicana formal. Sanjurjo, anteriormente aliado de Alcalá-Zamora, realizó un pronunciamiento militar (la “Sanjurjada”), que fracasó. Fue condenado a muerte, pero al final el presidente le conmutó la pena por la de cadena perpetua.
En 1933 la derecha gana las elecciones (coincidiendo además con el primer voto femenino en la Historia de España). La CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) las ganaría. Su candidato, José María Gil-Robles, demócratacristiano, junto con Alejandro Lerroux, llegaría al poder. Dos años duró el bienio derechista en España, y durante él, la tensión política alcanzó grados más altos incluso que en la etapa socialdemócrata-radical anterior. El 5 de octubre de 1934 se produce una huelga general, que no tuvo repercusiones revolucionarias. El 6 de octubre el secesionista catalán Companys, apoyado por los Mozos de Escuadra (policía regional catalana) y grupos paramilitares, proclama el “Estado Catalán dentro de la República Federal Española”. Companys intentó con esto la independencia de Cataluña (buscó apoyo en la Italia de Mussolini, en la Alemania de Hitler e, incluso, en la URSS de Stalin), pero al mismo tiempo intentando convertir la república unitaria parlamentaria española en una república federal, a imitación de la primera. Fue detenido y juzgado, en una prueba de que los republicanismos españoles no son compatibles entre sí. El intento fracasado de Companys trató de subvertir, al igual que la “Sanjurjada”, la legalidad republicana formal.
Pero el hecho más grave y sanguinario ocurrido durante el bienio negro de la CEDA fue la Revolución de Asturias de octubre de 1934. Se trató de un intento de huelga nacional revolucionaria que se iniciaría en los centros mineros asturianos y que acabaría por extenderse a todo el país. En un principio, parecía que los comunistas del PCE y que el sindicato anarquista mayoritario Confederación Nacional del Trabajo (CNT) encabezaría la revolución, pero una vez más fue el PSOE, con Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero al frente, quien llevó la iniciativa izquierdista (nunca mejor dicho). Se atacó la legalidad republicana formal para sustituir la república burguesa por una república proletaria de tipo soviético, o bien de tipo libertario-autogestionario (anarquista). La revolución fue sangrienta y terminó fracasando. La represión sobre la misma fue brutal, encabezada por el General Francisco Franco, en aquel momento al servicio del gobierno republicano de la CEDA, y entre cuyos acólitos se encontraba el abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero, Juan Rodríguez Lozano, que participó en la represión de los mineros, escapando de varios tiroteos con los mismos. Rodríguez Lozano fue fusilado por un pelotón franquista empezada la Guerra Civil, agradeciéndole así Franco los servicios prestados.
En 1936 la derecha pierde el poder. La coalición de izquierdas Frente Popular (formada por el PSOE, los radicales de Izquierda Republicana –hoy convertidos no se sabe bien por qué al federalismo, y sumidos en la marginalidad-, el PCE, los secesionistas catalanes de ERC y Acción Catalana, los troskistas del POUM, el Partido Sindicalista y algunos miembros de la CNT) gana las elecciones. Ante el temor por parte de la Iglesia Católica, de la oligarquía financiera española y extranjera, de buena parte de los militares y de la mitad de la población española de que el Frente Popular llevase a la segunda república a ser un Estado satélite del Imperio Soviético de Stalin, el 17 de julio de 1936 varios militares del destacamento del Norte de África, liderados por el general Mola, se rebeló contra el Frente Popular, intentando restablecer el dominio burgués de la república. Varios militares (Queipo de Llano, Sanjurjo y Franco, destinado en las Islas Canarias) se unieron a su complot. El golpe no triunfó, desencadenando al día siguiente, 18 de julio, la Guerra Civil española, la cual duró tres años. El bando mal llamado “nacional” acabó siendo liderado por Franco, tras la muerte de Mola y Sanjurjo y el fusilamiento de Gil-Robles y de José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma y otros líderes fascistas y de otras modulaciones de la derecha. El devenir de los acontecimientos llevó a Franco a liderar al bando insurrecto contra el gobierno del Frente Popular. Pero Franco tuvo que cambiar su discurso pro-republicano burgués para pasar a ser monárquico. Y lo hizo para así tener el apoyo del tradicionalismo carlista, de los monárquicos alfonsinos y de la derecha primaria de los Requetés. Además, el Frente Popular sólo contó con el apoyo directo de la Unión Soviética de Stalin y, curiosamente, de los Estados Unidos de Norteamérica y su presidente, el demócrata Roosevelt. La pasividad de Francia y el Reino Unido hacia el Frente Popular y el apoyo explícito de Italia y Alemania a Franco, además de la desunión de las izquierdas en la Guerra Civil (factor decisivo), los pactos de los insurrectos con fuerzas políticas supuestamente defensoras de la legalidad republicana (Franco firmó con los secesionistas del PNV, partido del que surge ETA, y mediante la mediación de los fascistas italianos que en España se encontraban luchando al lado de Franco, el Pacto de Santoña, por lo que el PNV capitula y se rinde ante Franco, conformando así su traición a la segunda república) y el talento militar del propio Franco, llevaron al final de la república y la instauración de una dictadura militar de derecha que duró casi 40 años, hasta que tras un período de acumulación capitalista iniciado a finales de los años de 1950, en 1975 y tras la muerte de Franco evolucionara internamente a una democracia coronada y un modelo económico de Estado de bienestar keynesiano.
Hoy día, la segunda república es recuperada de manera torticera por el PSOE en el poder, sólo con el objetivo de utilizar la Historia, apropiándose de ella, para evitar que cualquier izquierda revolucionaria española reivindique un pasado coherente con su proyecto político (Córtes de Cádiz, iberoamericanismo, republicanismo). La Ley de la Memoria Histórica, aprobada en octubre de 2007, supuestamente para resarcir a las víctimas del régimen de Franco, no ha hecho más que gestos a la galería que no comprometen para nada a los criminales de guerra y de la dictadura que todavía quedan vivos (muchos de ellos enriquecidos en dictadura y en democracia y, muchos de ellos también, parientes y familiares de muchos dirigentes del gobierno y del Partido Socialista Obrero Español hoy en el poder). Por ello, además del secuestro de palabras como “izquierda” y “socialismo” por parte del PSOE, se une el secuestro de la república. Un secuestro infame que beneficia a la oligarquía financiera española, a los caciques regionales y a los secesionistas y, por supuesto, a la monarquía.
Nadie podrá devolver a los muertos y nada podrá cambiar la historia que ya aconteció. Pero Izquierda Hispánica no se resigna. Creemos necesario defender el republicanismo como vía para entrar en contacto con el socialismo del siglo XXI que nuestros hermanos en América llevan a cabo, con errores y aciertos, pero con una sincera voluntad transformadora. Por ello, Izquierda Hispánica aprende de los errores y postula una Tercera República Española, ni calco ni copia de las anteriores, sino con elementos nuevos y a la vez herederos de la tradición liberal-revolucionaria primero y socialista-revolucionaria después, de la Historia política de la Nación Española. Izquierda Hispánica propone el siguiente modelo republicano:
a) República Unitaria: no al federalismo (un Estado federal resulta de la unión de Estados y territorios separados que deciden unirse y ceder su soberanía a la federación, algo absurdo en una nación, la española, que siempre ha estado unida).
b) Presidencialismo: El jefe del Estado será al mismo tiempo jefe de gobierno.
c) Elección y movilidad de los cargos: tiempo limitado de mandato, desde la jefatura del Estado a los ayuntamientos, de un máximo de 8 años. Así se forzará al propio sistema a superarse a sí mismo y evitar en lo posible la dependencia de personas particulares. También se ayudará así a que el proyecto revolucionario español pueda sobrevivir a sus fundadores.
d) Igualdad ante la Ley: iguales derechos y deberes para todos los españoles. También para los inmigrantes con residencia legalizada.
e) Unicameralismo: supresión del Senado.
f) Socialismo: defensa de un modelo socialista específico que mire a Iberoamérica, no para tratar de recuperar ningún imperio ya fenecido, sino para, en igualdad de condiciones, trabajar por un Imperio Hispánico Socialista con centro en Iberoamérica. España ha de servir a la revolución americana como su puerta a Europa. El socialismo del siglo XXI, para nosotros, sólo podrá triunfar si rebasa sus fronteras, y por ello ha de contar con los países hispánicos y lusos de África, Asia y Europa, incluída España.
g) Laicismo fuerte: separación de Iglesia y Estado. Ninguna religión será oficial y ninguna tendrá privilegios. Aún así, se reconocerá la herencia católica y se reconocerá el derecho de los católicos a expresar su fe.
La Tercera República Española ha de mirar a América, a su revolución y ha de aliarse con ella frente al capitalismo depredador. La Tercera República Española será la definitiva siempre y cuando mire a América de igual a igual, ofreciendo su ayuda y generosidad para juntos caminar en la senda que los revolucionarios de Cádiz marcaron: la de la unidad de la Hispanidad en un gran Estado intercontinental en el que la igualdad, la justicia y la verdad sean las dominadoras y en donde el oscurantismo, la desigualdad social y la esclavitud sean sólo palabras en la Enciclopedia.
VIVA ESPAÑA
VIVA LA REPÚBLICA
VIVA AMÉRICA
VIVA EL SOCIALISMO
PATRIA O MUERTE