Hacia la séptima generación de izquierda
La tríada revolucionaria (I): Libertad, Igualdad, Hispanidad
Dice Gustavo Bueno en un texto de 1990 (El basilisco, 3) con título «Libertad, Igualdad y fraternidad» que esta fórmula tripartita es la que define la Revolución francesa. La triada no surgió de la nada sino que es continuadora de moldes trinitarios que ya se habían usado a lo largo de nuestra larga tradición. La más famosa, y en la que incide el promotor del materialismo filosófico es la expresada por Saulo de Tarso –aunque sus huellas puedan rastrearse en las cuevas de Altamira-: «fe, esperanza y caridad».
La triada que hemos elegido para poner título a nuestro artículo no es una triada utópica (así lo afirma Bueno también en el mismo artículo, en el cual señala que estos tres pueden realizarse en las situaciones más diversas) y puede ser la donadora de un sentido actual y eficaz en nuestro reto hispanista y revolucionario. De los dos conceptos primeros hablaremos en sendos artículos próximos, de manera que aquí señalaremos lo que queremos decir con el tercero, con el concepto «hispanidad» (y la relación que hacemos de ella con la «fraternidad») en el seno de esta triada. Elegimos «Hispanidad» en detrimento de «fraternidad», pero sobre todo del más actual, aunque de tremenda borrosidad, «solidaridad» (este último pierde su carácter de unir a los individuos, pues no aparece por ninguna parte un tercero en discordia que justifique tal unión). La solidaridad es un concepto –podemos decir también, un valor- que en los días que corren tiene un uso ideológico tendente al adormecimiento político de la población y su transformación en meros consumidores. Esto se consigue mediante su constante manipulación en los medios de comunicación, sobre todo en ámbitos de propaganda política y, como no podía ser de otra manera, en el ámbito del sistema educativo. La solidaridad no comporta nada de la potencia ética y política que otros términos similares habían ido adquiriendo a través de las muchas veces dramática relación entre los individuos, y que a lo largo de siglos ha trasformado las sociedades occidentales. El mito del «Género humano» unido y feliz en su origen parece querer señalar una potencia que no tiene, la de conseguir que la «Humanidad» vuelva a ése fabuloso estado primitivo de unidad y felicidad. Esto parece poder conseguirse mediante esa solidaridad predicada por políticos, por profesionales de la información y por tantos otros a través de los medios de comunicación de masas. Esta forma de pensamiento defiende una solidaridad que viene a promover por ejemplo una nueva idea de «bien supremo». Como dice Gustavo Bueno en su libro “Zapatero y el pensamientoAlicia” (Página 194): “Ser solidarios, y lo demás se dará por añadidura”.
El concepto de solidaridad nace a principios del siglo XIX, y como hemos señalado más arriba, el significado que va a adoptar tiene sobre todo la intención de desvirtuar otro término que no era muy del agrado de los que habían arrebatado el poder político a los herederos del Antiguo Régimen. El término a anular tras la Revolución era «fraternidad». Un término muy cercano a «igualdad» pero sobre todo complementario de éste: no somos iguales y es difícil que los iguales permanezcan juntos, la fraternidad tiene esa potencia: unir a los desiguales, a los hermanos por ejemplo de una congregación, o de una familia que no son nunca iguales: unos más pequeños y necesitan la ayuda del mayor, otros más débiles necesitan del fuerte, otros menos afortunados económicamente piden respaldo al más rico. Guardando las distancias con lo doméstico, así eran los ciudadanos franceses de finales del XVIII, desiguales, unos burgueses y otros desheredados pero tenían que unirse, por eso se gritó: ¡Fraternidad!
En el texto de 1990 que hemos citado Gustavo Bueno nos dice (página 29) que “la palabra «fraternidad» -la palabra más próxima a los franciscanos, a los ‘fraticelli’- fue la última llegada a la terna revolucionaria. En la Declaración de Derechos de agosto de 1789, como poco antes en la Declaración de Virginia, de 1776, solamente figuraban las dos primeras palabras: «Libertad» e «Igualdad»; si la tercera palabra, la «Fraternidad», se incorporó a la fórmula, en junio del 93, fue precisamente por iniciativa del Club de los Franciscanos (los ‘cordeliers’)”. Pese a que la guillotina comenzó a funcionar tras la Revolución a diestro y siniestro, a veces apelando a la «fraternidad», no podemos obviar el papel revolucionario que ésta tuvo. La introducción del término por parte de los franciscanos fue una condición ‘sine qua non’ para poderse alcanzar el fin perseguido: la toma del poder por «unos pocos». La burguesía según se fue consolidando tuvo que eliminar tan peligroso concepto del acervo. Éstos habían convencido a una gran mayoría de depauperados, con la cual tomaron el poder, de que todos «eran hermanoa» frente a los tiránicos nobles, pero tras la consecución de tan difícil fin la situación cambió, todos no podían mandar. El poder solo debía ser de ellos, de la burguesía, y los desheredados debían seguir siéndolo. La destrucción del concepto de fraternidad tuvo dos fases, primero la disolución, al asesinar en su nombre a todo enemigo de la Revolución. Y después transformándolo por otro que no tuviese ninguna fuerza revolucionaria: ese fue el concepto de «solidaridad»".
Desde Izquierda Hispánica proponemos un nuevo concepto que anule la labor adormecedora del valor de la «solidaridad» acuñado por un poder rampante que se ha consolidado y trata de depredar en todos los rincones del orbe. Un nuevo concepto que, por otra parte, también recoja y amplifique la potencia revolucionaria del francés del XVIII, del concepto con mayor carga revolucionaria de los tres –por ser el que unió «solidariamente» a todos los que vencieron- la «fraternidad». El concepto que anulará por tanto el de solidaridad y hará suyo por inclusión el de fraternidad es el de «Hispanidad». Un concepto que, dada la unidad que nos dan nuestras lenguas comunes (el español y el portugués) nos une ya, y nos puede unir todavía mucho más, en una fraternidad hispana que nos puede llevar, en el futuro, a la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.