Hacia la séptima generación de izquierda

Izquierda Hispánica ante una teoría de la Revolución Política

Lenin: líder revolucionario por excelencia

«La tesis de los estratos de la determinación formal es de una importancia práctica de primer orden, incluso de una importancia política directa, en la Teoría de la Revolución. Inútil es tratar de derribar un sistema social consolidado según ciertas bases por medio de acciones individuales heroicas, ascéticas: sería tanto como pretender la fusión del hidrógeno por medio de una caja de fósforos, o como querer detener a un carro de combate disparándole alfileres.»


Gustavo Bueno, Ensayos Materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág 348.


Desde Izquierda Hispánica creemos necesario construir una teoría de la revolución política, ya trazada en sus aspectos esenciales por el materialismo filosófico y de la cual partimos, para posteriormente desarrollarla de modo que tenga un alcance más específico y apropiado a nuestros objetivos revolucionarios: la construcción de una Confederación Socialista Iberoamericana. Por supuesto, nos sumamos a la tradición política revolucionaria sin ambages, por la que no cabe praxis revolucionaria sin teoría revolucionaria, pero enmarcada ésta dentro de una teoría política materialista que ya de por sí tiene un carácter eminentemente práctico.


Las categorías políticas del materialismo filosófico nos proporcionarán las coordenadas de una teoría de la revolución política, actuando como referenciales en todo proceso de transformación. Atenderemos, principalmente, al eje semántico como elemento clave en nuestros diagnósticos y clasificaciones, siempre mediados por el eje sintáctico y el eje pragmático. Por ello, nuestro proyecto no perderá de vista ni los diferentes ritmos de las transformaciones sociales y culturales, ni las transformaciones y contradicciones surgidas en la capa cortical, en la capa basal y en la capa conjuntiva de las distintas naciones políticas que conforman nuestro proyecto de Confederación Socialista Iberoamericana. De este modo, tenemos diferentes modos de resolverse una revolución política:


a) La revolución conjuntiva será el resultado del proceso de transformación en las siguientes ramas del poder: poder ejecutivo, legislativo y judicial.


b) La revolución basal será el resultado del proceso de transformación en las ramas del poder gestor, planificador y redistributivo.


c) La revolución cortical: transformación en el poder militar, federativo y diplomático.


A este respecto, tenemos ejemplos históricos de revoluciones políticas que han incidido en mayor o menor grado en cada una de las capas del poder. Así, por ejemplo, la Revolución Francesa afectó especialmente a la capa conjuntiva, y la Revolución en España no influyó prácticamente en la capa basal, pero sí hubo grandes transformaciones en las capas cortical y conjuntiva.

Capas del poder político
 
Los sentidos de la relación descendente indican la acción de la sociedad política sobre la sociedad civil y los sentidos de la relación ascendente indican la acción de la sociedad civil sobre la sociedad política.


Asimismo, queremos ser contundentes en nuestro posicionamiento sobre lo que creemos han de ser los pilares de cualquier teoría revolucionaria política sin manchas nihilistas, es decir, hay que determinar qué es lo que se conserva y qué es lo que se destruye en el proceso revolucionario. En este sentido, la vida de los ciudadanos y algunas instituciones básicas son, sin lugar a dudas, los componentes esenciales a conservar en dicho proceso, lo que podríamos denominar el Principio de Conservación de la Revolución Política. Por esta razón, pensamos que la revolución política ha de ser de algún modo «conservadora» si no quiere caer en el nihilismo, aun cuando las consecuencias del proceso de transformación, más o menos lento, puedan ser radicales en sus resultados, subvirtiendo el orden establecido.


A diferencia de otro tipo de revoluciones, como las astronómicas o las de cualquier sistema mecánico, las revoluciones políticas (históricas) nunca son cíclicas. Nunca podremos predecir con exactitud, por ejemplo, cuál va a ser el resultado de una decisión política o cuánto tiempo va a durar una nación política. Como dice Gustavo Bueno en El Mito de la Derecha: «Las operaciones políticas no se repiten al modo como pueden repetirse las transformaciones de un complejo inorgánico u orgánico, cuyas variables externas están más o menos determinadas y controladas. La razón principal acaso pueda ponerse en que los sistemas políticos están organizados sobre sujetos que a su vez son operatorios, y que, por tanto, no pueden ser tratados como corpúsculos de la teoría cinética de los gases ».


La revolución política, en consonancia con otras ideas oblicuas que manejamos en nuestro proyecto político, es un proyecto en marcha, una idea aureolar que lindará aparentemente con la ucronía (utopía), pero sin confundirse con ella. Somos conscientes de que en una idea aureolar actúa necesariamente una petición de principio: la parte de nuestro proyecto que no se ha cumplido ha de considerarse como dada, pero sólo virtualmente, para que las fases cumplidas en nuestro devenir revolucionario adquieran su verdadero significado dentro del proyecto total, formado por lo que está cumplido y aquello que aún está por cumplir. Todo esto último nos distancia objetivamente de la ucronía; sin embargo, esto no quiere decir que los objetivos del proyecto político propuesto sean altamente probables en su cumplimiento. La esencia de nuestro proyecto es una esencia procesual, cuyo éxito dependerá del propio desarrollo de los acontecimientos.


Para ello, la prudencia política y la sindéresis serán las armas del revolucionario para diagnosticar y cotejar los posibles desarrollos de nuestro proyecto en marcha, más o menos probables. Somos partidarios de definir la política como una ciencia sui generis, muy próxima a la aventura y, por supuesto, al revolucionario como un animal político con marcados rasgos de aventurero, aunque sin caer en «aventurerismos» y proyectos romántico-poéticos.

Camilo Cienfuegos

Camilo Cienfuegos


Líder revolucionario cubano que compitió con el Che y Fidel en popularidad e identificación con las masas revolucionarias de Cuba


En este contexto, ¿qué significa ser hoy un revolucionario? La figura del revolucionario, como fenómeno social, cultural y político, es esencial para combatir el poder político realmente existente (partitocracias, oligarquías empresariales, &c.). El revolucionario ejerce el rol del sujeto operatorio que habiendo salido de la caverna y tomado conciencia de las contradicciones nacidas en el seno de las realidades sociopolíticas, posteriormente vuelve a entrar a ella para ayudar al resto de sujetos operatorios a destruir falsas conciencias y unirse al proyecto de la revolución política. Sin ánimo de ser exhaustivos, en Izquierda Hispánica pensamos que las principales características del revolucionario son las siguientes:


1) Luchará enérgica e incansablemente contra toda ideología ácrata y asocial; contra la pasividad del individuo flotante (figura resultante de la desconexión entre los fines individuales y unos programas colectivos demasiado etéreos y ambiciosos); contra las ideologías de ciertos grupos que defienden intereses particulares de clase por encima del resto y, en general, contra toda forma de alienación social y política de la persona humana.


2) Dependiendo de las circunstancias socioeconómicas y políticas de la nación política de donde surja, podrá llevar por prudencia política una vida «semiclandestina» si no quiere ver su proyecto fracasado.


3) Huirá de toda forma de revolución instantánea y asumirá dentro del proyecto político la posibilidad, e incluso la necesidad, de transformaciones lentas en las diferentes capas del poder político (Lenin: «Un revolucionario ha de saber cuándo ha de ser reformista y cuándo ha de ser revolucionario»).


4) Tendrá como una de sus principales virtudes políticas la coherencia semántica, adaptándose continuamente a una realidad que por definición es cambiante (lo que le distinguirá del político-sofista actual, del rebelde sin causa o del antisistema).


5) La autocrítica del revolucionario será constante, condición necesaria para la consecución del proyecto político. Tendrá que ser capaz de revisar e incluso rechazar ciertos principios que puedan llegar a ser, en algún momento del proceso revolucionario, inadmisibles.


6) La firmeza y la generosidad serán las virtudes éticas que deberán acompañar siempre al revolucionario, fielmente reflejadas en su acción política.


7) La camaradería entre revolucionarios dotará al grupo de consistencia interna. La condena hacia todo tipo de protagonismo oportunista y de culto a la personalidad es total y absoluta. Lo importante es el grupo, no el individuo.


8) El revolucionario buscará subvertir el orden establecido y deberá asumir que en el hipotético caso de producirse una revolución política efectiva surgirán nuevas contradicciones y conflictos a resolver.


Para terminar, sólo recordar unas palabras del filósofo Gustavo Bueno en 1995, en una ponencia que versaba sobre los principios de una teoría filosófico-política materialista: «… los proyectos revolucionarios estarán siempre en función de la naturaleza y estructura de la sociedad política en la que se configuran; no puede ser idéntico el proyecto revolucionario de una sociedad imperial depredadora que el proyecto revolucionario de una sociedad política generadora (y no sólo de un modo intencional, sino efectivo) o aislacionista. En cualquier caso habrá que mantener siempre la alerta en torno a las diferencias que existen entre un proyecto meramente poético o utópico y un proyecto político efectivo».


Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.