Hacia la séptima generación de izquierda

La técnica como instrumento de explotación de la sociedad contemporánea

La crítica de la sociedad de la tecnología se ha desarrollado, gracias a algunos sociólogos y filósofos del siglo XX. Autores como Jacques Ellul o Helmut Schelsky elaboraron unas tesis que hoy día están vigentes dado que sacan a la luz métodos sociales y políticos de control humano, los cuales se van sofisticándo cada vez más –sin cambiar mucho en esencia-, además de que también se van imponiendo en más lugares del actual mundo globalizado. Esta forma de crítica queda a su vez corroborada en nuestros días por los análisis del materialismo filosófico de Gustavo Bueno.
 
 Carl Mitcham en su libro ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, señala que “la moderna tecnología no debe ser concebida simplemente como ‘el alivio de la conducta humana’ (al modo de Francis Bacon); ella es, además una participación en la creación…la mayor experiencia terrenal de los mortales”. En este libro, Mitchan, estudia las distintas posiciones de los pensadores de la Modernidad: Dessahuer, Mundford y otros, en el campo de la sociología, Ortega, Heidegger o Ellul, en el de la filosofía. Entre los primeros, Friedrich Dessahuer (1981-1963), que fue uno de los sociólogos más importantes de la primera mitad del siglo XX, defendía la idea de que el ser humano participa en la creación del mundo mediante su acción. Dessahuer veía al hombre como a Dios mismo o como si el hombre fuera el auténtico creador dado que podía asemejar su potencia creadora a la naturaleza. Al equiparar naturaleza, Dios y hombre Dessahuer está revelando una nueva forma de panteísmo adaptada a los también nuevos tiempos.
 
Pero ya en el siglo XIX, en sus primeros años, Hegel defendía que mediante el trabajo el hombre moldea la materia en función de sus necesidades. Es el momento en el que la especialización en el proceso de trabajo lleva aparejado otro cambio, el de la herramienta a la máquina. Mientras que para Hegel la herramienta es positiva pues transforma en racionalidad la subjetividad del trabajo, la máquina es negativa porque deshumaniza, se independiza del hombre y termina por esclavizarlo. Hegel es por ello el iniciador de la crítica que trata de sacar a flote una de las formas de alienación más atroz, la que supone la deshumanización del trabajo en el contexto de la técnica.Ortega no se aleja de estas tesis hegelianas a lo largo de muchos de sus textos. El filósofo español señalaba que el significado ser humano tiene incorporada la técnica, o lo que es lo mismo, que el ser humano y la técnica están profundamente imbricados. “La filosofía de la tecnología de Ortega descansa en su idea de la vida humana como un fenómeno que supone una relación con las ‘circunstancias’, pero no de forma pasiva, sino como creador activo de esas circunstancias”. Esto está implícito en su famosa frase “yo soy yo y mis circunstancias” expresada ya en su primera obra Meditación sobre el Quijote (1914). Años después, en la primera parte de su libro Meditación de la técnica (1939), profundizará en esta cuestión al definir naturaleza humana como aquello que no es dado por la existencia, y no siendo por tanto como sucede con una roca, con un árbol o con un animal. La naturaleza humana es, contrariamente a estas realidades naturales, algo que la persona tiene que crear por sí misma. También define la técnica como “lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto. Ya esto nos bastaría para hacernos sospechar que se trata de un movimiento en dirección inversa a todos los biológicos”.
 
Dice el propio Ortega, en su texto del 39 que la vida de la persona no coincide, por lo menos totalmente, con el perfil de sus necesidades orgánicas, sino que se proyecta más allá. Aquí observamos una doble actividad en el ser humano, la cual puede mostrarse como interpretativa y creativa. Esta doble actividad se desarrolla de forma paulatina en dos momentos diferenciados. Primero, la persona tiene una forma de estar en el mundo, de elaborar un proyecto, lo cual lleva a cabo mediante la capacidad creadora de su imaginación. La persona quiere hacer algo y ese algo es lo que en un primer momento ha proyectado, después, lo que se proyectó debe realizarse materialmente, debe llevarse a cabo. Ortega en Meditación de la técnica señala distintos proyectos de ser humano: un bodhisatva, un gentleman, un hidalgo. La persona ya ha desarrollado lo que quiere ser y se pone en marcha, pero surge la dificultad, se dan ciertas necesidades técnicas para ser cualesquiera de los proyectos elaborados -lo que por cierto diferenciará de forma muy ostensible cada uno de esos proyectos a realizar-, pues el gentleman requiere el water-closed, el hidalgo no, y por supuesto tampoco el bodhisatva. A partir de todo ello, podemos afirmar además que se dará un número igual de proyectos por un lado y de técnicas elaboradas por otro.
 
En este texto, Ortega afirma que “en nuestro tiempo… la humanidad tiene la técnica antes que una técnica”. Y así, en el periodo moderno, las mentes se atrofian, quedan estériles, se tiende a la perdida total de la facultad imaginativa paralelamente a como se desarrolla la técnica científica. Éste es el problema actual sin parangón. En el tiempo pasado todo ser humano era perfectamente consciente de hasta donde podía llegar con su saber técnico, sabía sus limitaciones, de tal manera que cuando alguien plasmaba un proyecto, las dificultades técnicas que surgían en su puesta en marcha y en su desarrollo eran tantas y tan elevadas que tardaba años en resolverlas. Hoy en día sucede que “con la posesión de un método general para descubrir los medios técnicos con que realizar cualquier ideal planeado, la gente parece haber perdido del todo la habilidad para desear cualquier fin... El hombre ha depositado tanta fe en su nueva tecnología que ha olvidado que ser técnico es poder serlo todo y consecuentemente no ser nada determinado. En manos exclusivamente de los técnicos, personas desprovistas de la facultad imaginativa, la técnica es mera forma hueca – como la lógica más formalista -; incapaz de determinar el contenido de la vida”. Ortega veía algo que con el paso del tiempo se iría haciendo cada vez más y más obvio, que los técnicos de su época dependían en su trabajo de unas fuentes a las que no tenían acceso dado que para ellos eran incomprensibles, la base de su saber eran unas ciencias que cada día que pasaba se iban haciendo más y más oscuras, más y más complejas e inasequibles para el común de los mortales. La conclusión de todo esto para Ortega es demoledora pues plantea una posible involución de las técnicas europeas a las asiáticas: “Desde hace años sueño con un posible curso en que se muestren frente a frente las técnicas de Occidente y las técnicas del Asia”.
 
Lewis Mumford (1895-1990) dio un gran impulso a esta nueva disciplina con sus análisis relativos a la evolución de las máquinas. Las máquinas deben ser consideradas en relación con sus inventores y todas sus facetas externas e internas, por tanto deberán considerarse por sus orígenes prácticos, psicológicos, éticos y estéticos. En su historia de la técnica de las máquinas señala que la máquina es la limitación en la proyección de los órganos humanos, las máquinas son por tanto prótesis que el ser humano se fabrica para aumentar su pontencialidad en la transformación de la naturaleza. Sigue por tanto la explicación que empieza con los griegos cuando se señala la técnica como la posibilidad de multiplicar las posibilidades transformadoras del ser humano, acercándole a lo que es un dios (mito de Prometeo). Pocos años después de Mumford Max Horkheimer (1895-1973) defendió una tesis que le da la vuelta a esta antigua idea. Horkheimer llevó a cabo su crítica a la “teoría tradicional” señalando que ésta tiene como conspicua aspiración la objetividad, tal meta depende de las condiciones tecnológicas, y éstas derivan de los procesos materiales de producción. Unos procesos que determinan el tipo de teoría ya que determinan además el modo en que se usan los órganos de la percepción. Esto es lo importante para Horkheimer pues cuando se señala que los instrumentos prolongan los órganos humanos se debe decir todo lo contrario y lo cierto es que los órganos son prolongaciones de los instrumentos.
 
Dejando de lado la vertiente histórica y sociológica y acudiendo a la filosófica, el análisis de la nueva sociedad tecnología tuvo un nuevo hito en Martin Heidegger (1889-1976). Sus planteamientos relativos a la tecnología son por su contundencia crítica devastadores pues afirma que después de la revolución industrial la técnica se ha transformado en pura pro-vocación. La técnica moderna surge de una ‘exigencia’ a la naturaleza para que traspase al hombre su potencia: una fuerza o energía que tiene en sus entrañas y que se ha multiplicado con el paso de miles y miles de años. La antigua ‘epistéme téchne’ era una búsqueda preocupada sólo por el des-velamiento (la verdad), la tecnología destruye su compostura de tal manera que consigue todo lo contrario, el ocultamiento. Contrariamente a la tesis orteguiana que hemos apuntado más arriba de una posible involución de la técnica, la crítica de Heidegger no llega tan lejos Éste afirma que la tecnología moderna hace que el Ser quede oscurecido, difuminado, encubierto en lo ente, en los distintos seres, y al final ella misma se desdibuja, de manera que nunca podrá ser explicada, y menos aún desde sus propias premisas. Pero, con todo, a Heidegger le preocupa cómo salir del problema y cree contra Ortega que una respuesta apropiada no puede ser la de deshacerse de la tecnología: “La tecnología no será derribada y seguramente tampoco destruida”.
 
Con Jacques Ellul (1912-1994) esta forma de análisis social a la que estamos atendiendo dio un gran paso adelante. Sus textos son paralelos a los de Martin Heidegger y en ellos “desarrolló un análisis sistemático de la Technique como el fenómeno social más importante del mundo moderno”. Como Ortega y Mumford elabora una clasificación relativa a sus aplicaciones mucho más que a su desarrollo. Para Ellul hay tres grandes campos en los cuales se da la aplicación de la técnica: 1- Técnicas de la producción, de la fabricación de bienes materiales. Teniendo en cuenta la perspectiva de la historia de la industria estas técnicas comienzan con la técnica de la maquinaria. 2- Técnicas de la organización, o lo que es lo mismo para Ellul, las técnicas de los métodos del dominio social y de las técnicas de la creación de nuevas relaciones sociales. Incluso la jurisprudencia ha llegado a convertirse, al aplicarse éstas, en una técnica de la organización. 3- Por último, las más importantes, las técnicas de la modificación, dominio y creación de la vida interior, anímica y espiritual, del hombre, a las que llamamos técnicas humanas. Éstas, y las ciencias sociales, trabajan ahora unidas para manipular técnicamente al hombre.
 
Mediante la clasificación anterior, Ellul no nos da una descripción detallada de lo que ha sido la evolución de las técnicas, ello es debido a que lo que le interesa es enfatizar las relaciones que se establecen entre la técnica contemporánea y las organizaciones sociales y políticas, y también entre lo que podríamos nombrar como necesidades técnicas y necesidades naturales de los seres humanos. La técnica ha ido evolucionando desde su consideración como un medio, como un instrumento que nos llevaba a la consecución de un fin deseado, hasta lo que es hoy, un medio autónomo, hostil al ser humano y a su organización social y política. Para Ellul, este movimiento progresivo nos lleva al surgimiento de lo que denomina técnica de la técnica. El pensaba que cuando ésta impere, tanto la libertad como la capacidad de razonar serán desterradas.
 
En conexión con este contundente y clarificador análisis de Ellul se desarrollan las tesis de Helmut Schelsky (1912-1984) que en los años sesenta elabora su ensayo El hombre en la civilización científica. Allí explora las formas de control técnico que ejercen algunos seres humanos sobre el resto, y esto lo lleva a cabo en el país más desarrollado de ese momento, y también del actual, que es los Estados Unidos. El periodo histórico de esta sociedad imperialista que Schelsky analiza lleva aparejado, como no podría ser de otra forma, un modelo que se está afianzando en el resto del mundo. Por ejemplo, en nuestro país, el tipo de sociedad que tenemos en estos primeros años del siglo XXI es, tecnológicamente hablando, muy similar a la que podemos observar el los filmes norteamericanos de los últimos años sesenta y primeros setenta: los mandos a distancia de los electrodomésticos, la fabricación de satélites y naves espaciales, distintas industrias, como la cinematográfica, la de la automoción, etc., las distintas formas de arte, la locura inversora de la bolsa… Las escuelas, institutos y, lamentablemente ya también, universidades españolas son hoy día una réplica de los que vemos en aquellos famosos y devastadores filmes. Hoy, lo que le sucedía a Sydney Poitier en Rebelión en las aulas (1967), es lo que sucede en muchos institutos de enseñanza media españoles, pero mucho peor, pues no es una película, y el sufrimiento ficticio del profesor americano del filme es un sufrimiento real de los enseñantes españoles al verse impotentes para actuar dado que tienen las manos atadas por una ley de enseñanza absurda y malintencionada. Y del lado del alumnado, una devaluación tremenda en contenidos y auténticos valores, que les llevan a la máxima efectividad en su manipulación técnica presente y futura.
 
Desde la perspectiva filosófica de Schelsky, la técnica moderna incorpora en su seno algo que no cambia, que permanece constante y que son sus notas distintivas constantes. Estas notas distintivas se muestran, por una parte, como dos principios positivos: la división analítica y la consecuente síntesis; y, por otra parte, unidos a estos dos principios, una característica que este autor ve como negativa y que podemos nombrar como des-racionalizadora. Atendiendo al primer principio positivo señalado, vemos que éste puede expresarse como la división analítica del objeto en sus elementos últimos, unos elementos últimos que desde luego no forman parte de la naturaleza. El principio analítico se aplica en la nueva física pero también a la acción humana. Por ejemplo, se aplica tanto en la división del trabajo, que es el presupuesto de la máquina, como se aplica en el análisis de las fuerzas anímicas o en el análisis de los impulsos sociales. El segundo principio positivo es el que afirma que la síntesis de los elementos derivados del primer principio se da en la tecnología actual teniendo en cuenta el post-utilitarista principio de máxima efectividad: “Entre los medios que proporciona la división analítica, la técnica moderna escoge fatalmente los que funcionalmente son más eficaces”. Nuestro pensamiento recibe con ello una forma imperativa que es ya antigua para los seres humanos, pues deriva de las necesidades de la época moderna relativas a la industrialización, la meta de la síntesis es lo útil, la consecución del máximo de eficacia. En un momento del desarrollo técnico, la ideología del utilitarismo solicitaba para los hombres el mayor grado de felicidad, el cual era paralelo al grado de provecho conseguido, pero después esta máxima quedó sobrepasada por la necesidad de más y más producción, por un aumento exponencial de los intereses que enfocaron únicamente al rendimiento técnico dejando de lado toda meta que fuese secundaria.
 
Schelsky incide en su explicación en que las concepciones derivadas de la antropología y la filosofía que trataban de dar razón de la técnica humana no son eficaces para explicar lo que sucede en EE.UU. en los años sesenta del siglo XX. Con esta crítica Schelsky ya está expresando la característica negativa derivada de los dos principios positivos anteriores. La mayor parte de estas explicaciones coincidían en que los instrumentos eran continuación de unos órganos humanos poco eficaces, pero esta explicación queda devaluada por el hecho de que lo esencial de la técnica moderna queda inexplicado. La tesis de la descarga del trabajo de los órganos o de la superación de los órganos “presupone una relación hombre-mundo en la que el hombre se enfrenta con la naturaleza, la domina y explota, mediante órganos que funcionan como herramientas. El desvío fundamental que pasa por el cerebro del hombre o mejor dicho por la conciencia que analiza y sintetiza el mundo, es aquí dejado de lado”. Por eso le hemos llamado más arriba a esta característica negativa desracionalizadora.
 
Schelsky ve el mundo técnico como mera construcción, en el que el objeto construido más relevante no es una cosa sino que es el hombre mismo. Naturaleza artificial es para él una metáfora del pasado pues hoy día debe hablarse de hombre artificial. La naturaleza como mero instrumento para la manipulación sigue estando en la base de la tecnología pero tal fundamento queda superado pues sobre este “aparece una relación entre el hombre y la objetividad técnicamente creada que considera a esta última como su obra artificial”. Esta es una relación que, igual que transforma la naturaleza, manipula lo artificial generado a partir de ella, de manera que por medio de tal manipulación hasta lo natural del ser humano se va transformando en artificial. El significado del nuevo hombre artificial que ha surgido de esta relación nos muestra un espíritu humano que, en tanto objetividad del mundo, se encarna y se crea. Mientras que Dios creó la tierra, el agua, todo lo que podemos denominar lo natural, el hombre ha creado carreteras, naves espaciales, partidos políticos. “En la civilización técnica el hombre se enfrenta a sí mismo como invención científica y trabajo técnico. Pero con esto se establece una nueva relación del hombre con el mundo y con respecto a sí mismo, relación que se extiende por todo el mundo a medida que avanza la civilización técnica”. El ser humano no puede dejar de lado esta relación controlada por la técnica moderna, y así, todas las antiguas preocupaciones que derivaban en soluciones religiosas, morales, estéticas y filosóficas están en choque frontal con la nueva situación del ser humano inmerso en la nueva forma de civilización dependiente del saber técnico y científico.
 
Todo lo derivado de esta ciencia y esta técnica en constante desarrollo generan un futuro incierto, imposible de definir, pues en “nuestro conocimiento del futuro dependemos de las legalidades objetivas que encierran los ‘medios’… Schelsky declara falsa la afirmación de que la técnica nos domina: la ‘técnica’ no es ningún ser absoluto que descanse sobre sí mismo y que esté enfrentado al hombre, sino que es el hombre mismo en tanto ciencia y en tanto trabajo”. Schelsky analiza en este ensayo las relaciones que mantiene la técnica moderna con el orden social. Analiza las formas de dominio del estado y, paralelamente, la posibilidad de la educación del ser humano en nuestra sociedad. Define el estado como un cuerpo técnico-universal. Frente a este estado, lo que entendíamos por democracia como interés de una comunidad y cuya política depende de los deseos del pueblo, expresados desde Rousseau como voluntad general del mismo, se convierte en una ilusión. La concepción de la democracia desde todos los tiempos no obvió que el dominio del hombre por el hombre es una necesidad, la solución que daba era que la relación entre seres humanos podría reglarse mediante la coincidencia en las voluntades, las de los dominantes y las de los dominados. Pero mediante la consolidación de la civilización científico técnica, la idea de democracia pierde su significado esencial: ahora ya no impera una voluntad general sino una objetividad creada por el propio hombre en forma de ciencia y de trabajo. “Esta circunstancia modifica los fundamentos de nuestro dominio estatal; cambia los fundamentos de la legitimidad, del gobierno como dominio…”. Dice Schelsky que las razones sociales, políticas y técnicas llevan a que la moderna técnica, en sus métodos de rendimiento más complejos se transforme cada vez más en técnica estatal, y el estado a su vez se convierta en un estado técnico: “ninguna formación democrática de voluntades puede subyacer a las decisiones técnico-científicas, ya que de esta manera éstas perderían su efectividad”.
 
A la hora de actuar el “estado técnico”, lo hace mediante la más sofisticada técnica, su ser mismo podría nombrarse, según Schelsky, como un cuerpo técnico-universal y toda la técnica se subordina a la razón de estado. La razón de estado, en su forma actualizada es “la coacción objetiva de las diferentes técnicas con las que el estado se desarrolla en la actualidad… También el ‘fin’ del estado es alcanzar la mayor efectividad de los medios técnicos de que dispone”. Las decisiones democráticas son inviables pues solo caben las decisiones técnico-científicas; esto debe ser siempre así si no se quiere que éstas pierdan su efectividad.
 
Para ver la evolución de las formas de dominio en los últimos tiempos, Schelsky analiza la postura de James Burnham. Éste afirma que en el pasado reciente el dominio lo detentaba el político electo o, también, el empresario, ya que jurídicamente tienen a su cargo el control de la sociedad y de la industria, pero lo que sucede hoy -Burnham es de principios del siglo XX- es que las decisiones más importantes en el campo de la economía, y que inciden directamente en la sociedad, son las de los gerentes de las empresas industriales que, de esta manera, serían la clase dominante. Esto es denominado por Burnham la su revolución de los gerentes. Los gerentes son una nueva clase social en puja con la capitalista y que provoco, tras su revolución, una nueva forma productiva en estricto sentido marxiano. Pero Schelsky niega tal tesis y asegura que los gerentes (“técnicos del estado, o de las empresas”) no son los que ostentan el poder debido a que no son los que deciden, su tarea tiene que ver tan solo con la realización, con la elaboración de la producción. Además, tal realización no deriva del mandato directo de otro sino que deriva del propio funcionamiento de los aparatos, de lo que resulta ser -atendiendo a la lógica de la máquina- necesario. Por tanto, “aquí no domina nadie sino que aquí está en marcha un aparato que exige ser atendido concretamente”. Contra Burnham, sigue señalando que como no existe el dominio de los técnicos, aquellos antiguos dominadores pueden campar por sus fueros pues jamás serán sustituidos, pues las viejas relaciones de dominio quedan totalmente escondidas. En el estado moderno no hay dominio del hombre por otros hombres, en las grandes factorías las órdenes directas desaparecen ya que la razón de las máquinas es perfectamente comprendida por el trabajador y esa razón es interpretada al instante como exigencias de la producción.
 
Las decisiones a tomar en el ámbito de la producción no son tales, y tampoco lo son en el terreno de la política. Las decisiones que toman los políticos en este estado técnico son ficticias. La política se ha transformado en un gran entramado de técnicas científicas en las que aparecen legalidades concretas de gran complejidad también, unas legalidades que señalan cuales deberán ser las decisiones políticas. La tarea de los políticos depende casi siempre de informes de especialistas en las distintas materias, los cuales anulan la capacidad decisoria. En la praxis actual los informes de estos expertos son contradictorios entre sí, y la tarea del político es la de llevar a cabo la mejor elección entre informes. Lo que sucede hoy día, nos dice Schelsky, es que se da una tendencia a la minimización de las decisiones políticas muy marcada en el estado, y prueba de ello es la constante ampliación de sus competencias. Por otra parte, la política se ha transformado en gran medida en el enfrentamiento que se da entre estos expertos que asesoran las decisiones de política económica.
 
Las decisiones de los peritos normalmente se oponen a los intereses de los grupos que representan los políticos y también se oponen a intereses privados concretos. Schelsky nombra este problema como la oposición entre el estado técnico y los intereses de grupo. Es en este choque cuando puede observarse que los políticos no son los garantes del interés común sino que la representación de tales intereses la ostentan los expertos del estado técnico científico, y la opinión pública está al tanto de ello: “hoy es más fácil obtener su aprobación a favor de una posición que se presenta como la mejor solución desde el punto de vista técnico objetivo, mientras que las soluciones ‘políticas’ a menudo son consideradas como ‘corrupción’… la indiferencia política de la juventud, así como la tendencia a plantear conflictos políticos ante instancias ‘objetivas’ de decisión (tribunales, árbitros, etc.) están, parcialmente, enraizadas en este fenómeno”.
 
Que la voluntad del pueblo sea la esencia de la democracia es la mayor mentira que puede decirse, las decisiones políticas solo tienen en cuenta las legalidades objetivas. El gobierno, para conducir el estado, lo que debe hacer es administrar esas legalidades según las necesidades del momento. Por otra parte, el pueblo se ha transformado en “un objeto de las técnicas del estado”. Las técnicas humanas que señalo Jacques Ellul están hoy muy desarrolladas: el exhaustivo análisis de las opiniones; la tamización, manipulación y control de la información; el uso persuasivo de la propaganda; la proliferación extenuante de la publicidad… consiguen que la educación ciudadana, la manipulación de sus voluntades, formen parte del esquema productivo. Los miembros de la sociedad son hoy meros objetos manejables, de esperada respuesta lógica a escala individual y social, que no lucharán nunca por la transformación se su sociedad, por ningún cambio político que tire por tierra el “magno logro” de la actual democracia.
 
Schelsky aprueba las afirmaciones de Joseph A. Schumpeter en relación a que la democracia se convierte en una lucha por votos que cuenta con la ayuda aquellos medios técnicos. Unos medios técnicos que Ellul había clasificado como técnicas humanas y que son los que forman la voluntad adaptándola a las necesidades de los que controlan, de tal manera que consiguen así eliminarla. La formación democrática de voluntades rousseaunianas que incidía en una mal entendida igualdad, dependía de la peregrina idea ilustrada de que todos los seres humanos estaban igualmente dotados de capacidad racional y que por ello ante argumentos similares todos llegarían a conclusiones iguales. Pero, “los modernos medios técnicos para influir psíquicamente, la presión sobre las convicciones y opiniones públicas, la apelación a las fuerzas inconscientes del alma y la exaltación emotiva de la vida política que todo esto implica, privan al ciudadano de su capacidad de reflexión serena y de su razonamiento racionalmente equilibrado”.
 
Además de todo ello, si analizamos las situaciones en que se deben dar decisiones observamos que se da la paradoja de la imposibilidad de control intelectual de las mismas. Para que se dé la decisión siempre hacen falta más datos, más informaciones que aclaren lo anterior, por lo que se deriva hacia una forma de bloqueo que anula el razonamiento, con lo que se deja de lado el instrumento primordial, el cerebro humano. Derivado de ello, Schelsky apunta en su trabajo una idea ya defendida por Theodor Adorno: “el peligro de una despolitización, de desdemocratización de los individuos por un exceso de información, hace tiempo que tiene gran actualidad”.
 
Y, a partir de aquí, señalaremos algunas de las tesis de Gustavo Bueno pertinentes aquí de cara a señalar lo que ocurre en España, y en el mundo, en los primeros años del siglo XXI. Gustavo Bueno no tiene un tratado expresamente dedicado a “la filosofía de la tecnología”, pero, sin embargo, sus textos sobre la democracia son, muchos y algunos de ellos muy extensos. En uno de estos últimos trabajos publicado en la revista interactiva Catoblepas e intitulado Consideraciones sobre la democracia define la democracia de nuestro tiempo como una “tecnología institucionalizada”.
 
Gustavo Bueno se ha preocupado en muchos de sus libros y artículos a clarificar lo que es la democracia. Si tenemos en cuenta lo que hoy se entiende por democracia, todo el que haya votado puede dar una descripción técnica de la misma: la democracia es un procedimiento por el cual cada cuatro años se dan elecciones, en las que los participantes ejercen su derecho al voto, mediante el cual saldrán elegidos los representantes políticos de todos los españoles. El materialismo filosófico señala esta definición de democracia como la técnica democrática. Las dificultades surgen cuando atendemos no a este sentido técnico sino a la democracia como problema, como idea, que se relaciona con otras ideas, con otros problemas, éste es el nivel ideológico, o en palabras de Bueno, el nivel nematológico. Los conceptos que van aparejados a esta definición de democracia son conceptos muy problemáticos, muy oscuros: la libertad, la igualdad, la solidaridad… La mayoría de las personas coincidirían en la definición técnica pero en la definición hematológica se da un batiburrillo que nos muestra precisamente la falta de lo que solicitamos en principio, la falta de una definición clarificadora y concreta.
 
En la descripción nematológica de la democracia topamos con la idea de libertad. En periodos de elecciones observamos que eslóganes publicitarios nos muestran mensajes como ¡tu decides!, con él, provocan una suerte de “ilusión” democrática que se traduce en la falsedad de que el elector mediante el gesto de colocar su voto en la urna “pone” a un candidato u otro. Pero tal cuestión es una falacia pues lo que ocurre es que si hay dos decenas de millón de votantes entonces la intervención de uno de ellos es aleatoria con respecto del resto. El votante individual no decide nada, decide la suma de todos los votos. Lo clarificador es saber esto: que cada uno de los votantes no elige, que lo que ocurre es que se vota y que de esa forma surge la democracia pues es democrático el procedimiento.
 
Para Gustavo Bueno la esencia de la democracia actual es la sociedad de mercado, que él mismo define como un mercado pletórico. Éste es “elección” en estado puro. En él se da un gran cuerpo de compradores con poder de elección, y un conjunto de objetos para ser elegidos, adquiridos libremente, comprados. El marketing usado en este ámbito, de cara a que los ciudadanos elijan un producto u otro, es comparado por Bueno con las técnicas de marketing usadas por los que quieren ser elegidos como representantes en las elecciones democráticas. Esto es algo que está sucediendo ya desde hace muchísimo tiempo, pues ya se daba a finales del siglo XIX: los políticos desde hace más de cien años son como los charlatanes que buscaban el máximo beneficio en sus ventas, y esto lo hacían utilizando ingeniosas técnicas de persuasión. Hoy día, por parte de los políticos, estas técnicas de persuasión han alcanzado las más altas cotas de sofisticación. Aquí, Bueno, se ha colocado en la línea de las crítica que ya hemos mencionado de Ellul, Schumpeter o Schelsky, incluso superándola pues su aparato crítico depende de un sistema de análisis de toda la realidad muy difícil de obviar dada su potencia. Según Bueno, la sociedad de mercado, en todas sus formas y con estas técnicas de persuasión, es la que ayuda, enseña a elegir. Uno va al supermercado, o al colegio electoral, y “elige”. Esa elección es para el filósofo español ilusoria: el comprador, o el elector en nuestro caso, no elige, elige lo que le han mostrado mediante la agresiva propaganda, lo que le han dicho que es bueno para él.
 
La crítica de Gustavo Bueno es la más potente de todas las aquí planteadas, dada también su actualidad circunscrita a nuestro mundo globalizado: “Es evidente que el mercado pletórico está vinculado a la revolución industrial. Es un mercado que tiende, en virtud de su estructura expansiva, a hacerse planetario, tanto en lo que respecta a la adquisición de recursos y materias primas por parte de los fabricantes, como en lo que respecta a la creación de un público creciente de usuarios y consumidores potenciales de los bienes ofertados. Está sometido, por tanto, a leyes de distribución y de producción muy rigurosas (entre ellas las leyes darwinianas), y en virtud de las cuales sólo una parte (¿mil millones?, ¿mil quinientos millones?) de los seis mil millones que constituyen hoy el “Género humano” puede considerarse integrada en los circuitos más vivos de este mercado pletórico y globalizado, atendiendo a criterios especiales (es el totum planetario lo que se globaliza, pero no la totaliter)”.
 
Gustavo Bueno continúa su análisis crítico haciéndonos ver como se articulan el mercado pletórico y la democracia en el seno del “Estado de bienestar”. Este último será la razón de ser por la cual los dos anteriores continúan vigentes y se desarrollan por todo el planeta. La participación de los ciudadanos en el mercado pletórico está garantizada por el Estado de bienestar, de tal forma que se consolida, en más y más lugares, la forma de la democracia denominada por Bueno “de los consumidores”. Y así afirmará sin tapujos que “La Declaración Universal de los Derechos Humanos puede considerarse, en efecto, entre otras cosas, como la definición misma de las condiciones mínimas necesarias que será preciso consensuar por todas las grandes y pequeñas potencias para hacer posible una sociedad de mercado pletórico de carácter universal, una sociedad en la que los pueblos más empobrecidos, en lugar de ser masacrados o esclavizados como meros productores coloniales, pudieran alcanzar un desarrollo suficiente para que sus ciudadanos llegasen a participar del mercado pletórico en calidad de compradores y, si ello fuera posible, pudieran alcanzar el estado de consumidores satisfechos”.
 

En resumen, la civilización científica en este mundo actual globalizado obligará a una reflexión permanente y a todos los niveles en amplios sectores de la población. Lo que ocurría en los EE.UU. de los sesenta es similar a lo que sucede hoy en la España de la primera década del siglo XXI y también en los países desarrollados capitalistas actuales. Además de que es, como señala Gustavo Bueno, a lo que se verán abocados el resto de países menos desarrollados en su marcha progresiva hacia las formas democráticas que correrán paralelas a la consecución del máximo número de seres humanos democráticos o mejor dicho de consumidores felices.

Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.