Hacia la séptima generación de izquierda

Relativismo agnóstico y fascismo gnóstico

 

«De primera intención protesto contra el inquisidor, y a él prefiero el comerciante que viene a colocarme sus mercancías; pero si recogido en mí mismo lo pienso mejor, veré que aquél, el inquisidor, cuando es de buena intención, me trata como a un hombre, como a un fin en sí, pues si me molesta es por el caritativo deseo de salvar mi alma, mientras que el otro no me considera sino como a un cliente, como a un medio, y su indulgencia y tolerancia no es en el fondo sino la más absoluta indiferencia respecto a mi destino. Hay mucha más humanidad en el inquisidor». Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida.

«Quien, siendo ignorante, no presta oídos a los demás para enterarse del bien, es un necio y un inútil». Hesíodo.

Expondremos aquí en líneas generales el fenómeno del subjetivismo. Con la entrada del nuevo milenio muchos piensan que nuestro mundo está prácticamente libre de mitos, con las religiones apagándose gracias al implacable progreso de la ciencia, el siglo XXI se nos aparece como la culminación de la racionalidad y el “espíritu crítico”. Sin embargo la cosa es bien distinta. Tras todo ese aparataje tecnócrata que envuelve nuestra sociedad proliferan multitud de mitos e ideologías oscuras, gurús de todo tipo que dicen estar en posesión de verdades reveladas. Y el aparato montado no está exento de corromperse por tales ideologías, antes al contrario, aquel es consecuencia de estas.

 

«Cualquiera puede darse cuenta de que en Europa, desde hace años, han empezado a pasar "cosas raras". Por dar algún ejemplo concreto de estas cosas raras, nombraré ciertos movimientos políticos, como el sindicalismo y el fascismo. No se diga que parecen raros simplemente porque son nuevos. El entusiasmo por la innovación es de tal modo ingénito en el europeo, que le ha llevado a producir la historia más inquieta de cuantas se conocen. No se atribuya, pues, lo que estos nuevos hechos tienen de raro a lo que tienen de nuevo, sino a la extrañísima vitola de estas novedades. Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón. Yo veo en ello la manifestación más palpable del nuevo modo de ser las masas, por haberse resuelto a dirigir la sociedad sin capacidad para ello. En su conducta política se revela la estructura del alma nueva de la manera más cruda y contundente; pero la clave está en el hermetismo intelectual. El hombre medio se encuentra con "ideas" dentro de sí, pero carece de la función de idear. Ni sospecha siquiera cuál es el elemento utilísimo en que las ideas viven. Quiere opinar. De aquí que sus "ideas" no sean efectivamente sino apetitos con palabras, como las romanzas musicales». Ortega y Gasset, La rebelión de las masas.

 

Este fenómeno del que habla Ortega y que podríamos definir a grosso modo como intolerancia activa, se ha transformado en las democracias de mercado pletórico en tolerancia pasiva, obteniendo el mismo resultado: la razón de la sin razón. Los dos fenómenos tienen, por así decir, la misma esencia : el gnosticismo. Según el cual la capacidad de alcanzar verdades estaría reservada a una élite. Es decir, un gnóstico es aquel que cree estar en posesión de una verdad necesaria para la salvación.

 

Mientras en el fascismo un grupo tiene la pretensión de imponer su ideología específica al resto sin dar opción a ningún debate racional, la democracia burguesa (usamos este rótulo porque engloba a los socialdemócratas y a los democratacristianos, aunque los primeros pecan de gnosticismo con especial alevosía) neutraliza cualquier crítica relativizando todas las opiniones, viéndolas no como argumentos que haya que tener en cuenta para construir el discurso (aunque sólo se las tenga en cuenta para destruirlas, que ya es mucho), sino como expresiones incuestionables que salen del interior de cada uno y que por lo tanto, cueste lo que cueste, hay que “respetar”. En la democracia, así de repente, todos tienen razón. Lo que equivale a decir que ninguno la tiene.

 

La democracia liberal supone una suerte de socialización del gnosticismo, mediante la tolerancia de multitud de ellos (en el límite, cada uno tendría “su propia verdad”). Es decir, desde el agnosticismo se da rienda suelta a que se desarrollen los gnosticismos. Por ejemplo, al promover la ideología del Estado laico, neutral a todas las religiones, no se está teniendo en cuenta el surgimiento de religiones sectáreas peligrosísimas que no sólo actúan en detrimento de la Iglesia católica, sino de toda la sociedad política.

 

Esta actitud que parece manifestar la buena fe de nuestros políticos (la situación dialógica), lo que encubre es un despotismo ilustrado venido a menos que hace oídos sordos a cualquier razonamiento que ponga en cuestión sus pareceres. Porque “la apuesta por el diálogo” es una apuesta absurda desde el momento en el que se reconoce la posibilidad de que ciertos grupos o individuos tengan “sus propias verdades” independientes al juicio del resto. No hay diálogo posible si no se desarrolla sobre fundamentos universalistas en virtud de los cuales se exija la necesidad de reconocer en esencia las mismas capacidades racionales a todos los hombres, aunque gradualmente, haya unos más racionales o razonables que otros.

 

«Al evitar el diálogo se evita la confrontación, vaya a ser que sea violentaEsto sólo lo puede mantener quien se considere superior en la relación asimétrica entre dos individuos, que disponga de toda la información posible para realizar sus actos y que actúe de una manera normalizadaSólo aquel que forma parte de los pocos que dominan puede ser tolerante, siempre haciendo referencia a la correlación de tolerancia con intolerancia, frente a los dominados es necesaria la asimetría. Por lo tanto, tolerar en política es una virtud aristocrática y monárquica que nunca posee la democracia»

 

Fascismo y relativismo son el anverso y el reverso del irracionalismo en tanto que los dos nacen del subjetivismo solidario del gnosticismo. En el primero sólo uno tiene las llaves de las puertas del paraíso (aunque ese uno siempre está inmerso en un “nosotros”) y en el segundo cada uno tiene que buscarse el suyo (“elegir el propio camino”, “mirar dentro de uno mismo”), consumiendo los bienes y servicios que a él más le satisfagan. Pero como esto va contra toda lógica del poder, pues la hegemonía ideológica del relativismo ya es una imposición en ejercicio, una educación (para la ciudadanía), la cosa al final queda en las mismas; el gobernante ejecuta sus decisiones particulares sin rendir cuentas a la Nación en debate público. Las élites dominantes hacen lo que les place. Las decisiones se justifican consigo mismas, el diálogo con asesinos se justifica por ser diálogo. Estos absurdos procedimientos se repiten en distintas formas constantemente en la actualidad. “Somos catalanes porque nosotros decimos que somos catalanes”, u otra mucho mejor; “Si la democracia tiene problemas…¡más democracia!”.

 

Al hipostasiar el Ego  o la conciencia, creando la ilusión de que es “autónoma”, se cae en peticiones de principio continuas; “esto es así, porque lo digo yo”, y maquillado de tolerancia: “para mí es así”. Es una disposición general en las sociedades “democráticas” de nuestros días este subjetivismo espiritualista que aísla al ciudadano del resto. Cada uno –dicen- tiene su mundo. Pero como la conciencia viene determinada por el ser social, la realidad es que existen grupúsculos aislados (sectas) ideológicamente del resto,  cuyos miembros no estarán capacitados para ejercer su deber de ciudadano, colaborando y aprendiendo en un foro social . Por esta razón el fascismo y el relativismo subjetivista son antisocialistas y antidemocráticos.

 

Lo que diferencia a socialdemócratas y democratacristianos del fascismo es que mientras los primeros se mantienen reculados en el agnosticismo, los segundos son claramente gnósticos. El problema es que el agnosticismo no niega la posibilidad de que un individuo o grupo se diga poseedor de ciertas verdades reveladas, sino que simplemente duda de ello. Suspende el juicio. Y ello porque en gran parte tanto los socialdemócratas como los democratacristianos están afectados por creencias gnósticas (la izquierda socialdemócrata es gnóstica por ejemplo cuando reconoce y apoya mitos como el metafísico derecho de autodeterminación de los pueblos, la pachamama, el humanismo krausista… etc y la derecha liberal es gnóstica cuando mantiene que los ricos deben serlo por el mero hecho de serlo sin que les justifique su esfuerzo, o cuando es solidaria de posiciones religiosas...etc).

 

Así que en muchos momentos la diferencia entre unos y otros no estará tanto entre el agnosticismo y el gnosticismo, cuanto en un gnosticismo asertivo y un gnosticismo exclusivo. Uno relativista que no niega otros saberes (gnósticos o no) distintos del suyo,  y otro, diríamos, fundamentalista, que se reconoce como único depositario de verdades.

 

En cualquier caso, ambos son irracionalistas y particularistas, que es lo que aquí se defiende. Lejanos de un socialismo racionalista universalista, y solidario en consecuencia de un fuerte antignosticismo. No cabe tolerancia alguna frente a cualquier tipo de irracionalismo, por el bien de nuestra Patria.

 

«En la nueva situación, los gnósticos se verán, al menos, «respetados» por los científicos positivistas. El gnóstico esotérico sugerirá al agnóstico que levante diligentemente un mapa del universo con dos plantas: de «tejas abajo», la ciencia positiva; «de tejas arriba», la fe gnóstica (para quien la posea) o el ateísmo privado. La filosofía, en esta casa de dos pisos, queda sin aposento alguno. Se comprende que esta forma de agnosticismo fuese la que tenía mayores probabilidades de prosperar en una época en la que «las comunidades científicas» y las «comunidades religiosas» estaban interesadas en no llevar sus diferencias a un campo de batalla que hiciera peligrar la unidad necesaria para la supervivencia de todos los que, sin perjuicio de sus antagonismos, formaban un bloque histórico ante terceros, fuesen coolies o comunistas. Se comprende que desde el punto de vista práctico de la convivencia de los hombres en una sociedad colonialista, dividida en creyentes e increyentes, aunque unida, por ejemplo, en sus empresas imperialistas o capitalistas, el agnosticismo aparecería muy pronto como la posición más prudente, que busca replegarse de un campo de batalla menor que podría comprometer la unidad requerida para las batallas mayores. Es también la posición de la élite aristocrática o gran burguesa que llegarás a incorporar el calificativo «agnóstico» como un signo de posición social (diríamos: el agnosticismo es inicialmente postura de derechas progresistas, aunque se extenderá a las izquierdas socialdemócratas, dejando el calificativo de «ateo» para quienes pertenecen a las clases proletarias o pequeñoburguesas. En nuestros días acaso en los pasaportes de quienes, por cuenta propia o del Estado, viajan en primera clase de avión o de ferrocarril, si figura el epígrafe «religión» leeremos «agnóstico»; sólo en los pasaportes de los que viajan en tercera leeríamos «ateo», o «musulmán>, o «cristiano»). » Diccionario filosófico, Pelayo García Sierra.

 

«La sabiduría filosófica materialista comienza precisamente cuando el Ego corpóreo deja de ser una sustancia individual (una mónada leibniziana) para ser superado mediante la identificación dialéctica (que no lo suprime) en realidades que lo \'envuelven\' (M1 y M3), mediante la identificación con el Logos universal, en la fórmula de los estoicos. [...] Sólo en virtud de que el Ego no es sustancia, sólo en virtud de que en sus propios componentes están los demás Egos (como el propio Epicuro debió reconocer), tiene sentido racional interesarme auténticamente (por mí mismo) por los asuntos ajenos, p. ej., por las generaciones futuras que determinan, en la programación secular de las economías políticas actuales, las inversiones a veces más cuantiosas. No me intereso por los demás en virtud de una benevolencia (o un amor) hacia ellos, entendido como una pasión o una virtud que se sobreañade al Ego ya constituido, porque este añadido, por amable que fuese, sería siempre irracional (en términos \'esféricos\'). Me intereso por los demás –y no sólo como realidad psicológica, sino como realidad política, en cuanto envuelto en un sistema social que, p. ej., programa sus inversiones a escala secular– en la medida en que Yo estoy inmerso en estructuras suprasubjetivas, a pesar de las apariencias. [...] La conciencia filosófica, el materialismo filosófico, es entendido aquí esencialmente, desde un punto de vista crítico metodológico, como la crítica al Ego como espíritu (representado o ejercido) o como sustancia (representada o ejercida), y a la instauración del Ego como fenómeno. [...] Al mismo tiempo, la destrucción del Ego como sustancia, cuando no es mística (cuando no recae, p. ej., en la creencia de la inmersión en un Entendimiento Agente Universal, entendido a su vez como sustancia), exige el progressus incesante hacia la apariencia de mi Ego fenoménico –porque es en este progressus en donde se configura mi libertad.

Ahora bien, la conciencia materialista así entendida resulta ser un proceso recurrente esencialmente práctico. Pero el socialismo es precisamente la forma efectiva histórico universal mediante la cual el proceso de regresión-progresión se realiza de un modo necesario –y no de un modo contingente e individual. Es únicamente aquí donde el socialismo se nos revela como un socialismo \'filosófico\', racional y no místico.»
(Ensayos materialistas, págs. 195-196.)

 

Salud. Revolución.Hispanidad y Socialismo.