Acerca del narcotráfico
La elección de un ortograma para hacer frente al crimen organizado en general, y en específico al narcotráfico, es de vital importancia para un proyecto socialista en la Comunidad Hispánica. Hay que subrayar la palabra “vital” porque, al igual que las iniciativas neofeudalistas de los nacionalismos étnicos de la España actual, el narcotráfico amenaza directamente la existencia de las naciones políticas dentro de las cuales se desarrolla. Sólo falta mirar hacia Somalia para comprobar que las bandas de criminales (piratas, en este caso) son capaces de sobrevivir en un territorio en el cual el Estado ha finiquitado; más aún, no sólo pueden adaptarse a esas condiciones, sino que son capaces de sacar provecho de ellas.
Ante la escalada de ejecuciones y muertes indiscriminadas (entre cuyas víctimas pueden contarse mujeres y niños, lo que no ocurría en el pasado, además de la implementación de recursos propios de bandas terroristas como los coches bomba) a manos del narco, no deja de sugerirse que la medida más adecuada es la legalización de las drogas, algo que ha sido defendido no sólo por adictos con acceso a las redes sociales, sino también por intelectuales de prestigio (no necesariamente entre nosotros) como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Se hace una analogía entre los años de la prohibición en los Estados Unidos, cuando las bandas de mafiosos traficaban con alcohol, y el tráfico de estupefacientes de la actualidad. Igual que la violencia de ese tipo en aquel país desapareció (nos dicen) cuando el alcohol pudo adquirirse legalmente, la legalización de las drogas dejaría a los cárteles sin negocio y, por lo tanto, se neutralizaría su amenaza. Debemos entender, suponemos, que los cárteles se quedarían cruzados de brazos y cabizbajos ante semejante medida, sumidos en la impotencia.
Hay que detenerse a pensar con detenimiento lo anterior: durante años, el gobierno mexicano, por ejemplo, ha combatido el narcotráfico, y en el último sexenio por medio del ejército. Pero ahora las voces más variopintas vienen a decirnos que estamos equivocados y que el narco estaba en lo correcto, esto es, que el cultivo y la distribución de droga no es necesariamente un crimen; por el contrario, se trata de una actividad en la cual el Estado debe intervenir como productor, tal como se explota ahora el petróleo o el maíz. Es decir, la solución es capitular. Rectificar significa convertirse en un émulo del narco, pero en versión noble. Que quede anotada además la opinión de quienes subrayan las enormes ganancias que la producción de droga significaría para el gobierno, una acumulación capitalista a expensas de un vicio.
Ante la abundancia y el descontrol del tráfico de drogas, los defensores de su legalización son víctimas (sin saberlo siquiera) de la falacia naturalista, como dice Gustavo Bueno a propósito del aborto. Como los abortos ilegales abundan, hay que legalizarlos. La prostitución se adueña de las calles, luego hay que legalizarla. Los ejemplos podrían seguir.
Imaginemos el escenario de un México en el cual la venta de droga fuera legal: no sería raro que alguien nos dijera que, por mero patriotismo, habría que convertirse en consumidor para apoyar la economía nacional. “Consume droga mexicana”, sería la consigna.
Hay que preguntarse si quienes llevan a cabo apologías de la legalización de las drogas (con frecuencia militantes de la izquierda indefinida) han reflexionado acerca de los numerosos casos de diabetes, ataques cardiacos y otras consecuencias del alto grado de obesidad que aqueja a los mexicanos. El patético sistema de salud mexicano no ha podido controlar problemas tan apremiantes como ese y ahora se nos propone que le demos al mexicano otra oportunidad de poner en riesgo su salud con un alucinógeno que no necesita para vivir, cuando ni siquiera puede controlar el consumo de comida, que de verdad necesita.
Frente al narcotráfico hay que ser claros: sólo cabe enfrentarlo hasta su total sometimiento. Si Felipe Calderón está convencido de que lo mejor para lograr lo anterior es el uso del ejército, antes tendría que conseguir otro proveedor de armas, porque en la actualidad es un cliente de los EUA, que no por casualidad es el mismo país que vende armamento a los traficantes, como una de esas farmacias mexicanas donde se pueden comprar cigarros. Calderón reproduce todos los días su versión doméstica del caso Irán-Contras, con la diferencia de que en México no cae la cabeza de ningún Oliver North. Todo lo anterior ocurre mientras desde EUA, siempre interesado en desestabilizar México por mera dialéctica de Estados, se le denomina a éste como “Estado fallido”.
Otra cosa es permitir el consumo en ciertos casos, como en el uso terapéutico de la mariguana, algo que podría discutirse; o bien, perseguir ante todo a los grandes productores y no al pequeño consumidor. Con frecuencia se pone como ejemplo a los Países Bajos como poseedores de una política moderna de tolerancia al consumo, pero hasta los herederos de ese imperio depredador castigan el consumo de drogas sintéticas y aceptan que la mercancía de sus “cafés” proviene del tráfico. Un Estado sumido en el doble discurso, lo cual no parece importar a los devotos de la Europa sublime.
Enfrentar a los narcotraficantes exige poseer un armamento moderno y un cuerpo policiaco libre de corrupción; si lo anterior es una utopía, entonces ya podemos despedirnos del país. La persecución y el castigo de los criminales exige ajusticiarlos desde una perspectiva acorde con las circunstancias, con una dureza que supere la retórica de “la guerra contra el narcotráfico”, tan cara a los gobiernos del PAN. En ese sentido, imponer a los crímenes relacionados con el narcotráfico la categoría de horrendos implicaría instituir en México la pena capital (que no la pena de muerte) bajo la forma de la eutanasia procesual: cuando la rehabilitación es un mito y la reinserción una falacia, sólo queda asegurarse de que ciertos individuos dejen de existir. En este sentido, hay que leer el punto cinco de las Diez propuestas para el próximo Milenio, de Gustavo Bueno: “Implantación de la eutanasia para asesinos convictos y confesos de crímenes horrendos”.
Lo más grave del narcotráfico es la complicidad objetiva de la misma población. En México, la parafernalia de joyas, mansiones con columnas, autos veloces y mujeres bellas que constituye el estilo de vida de los traficantes es admirado por los jóvenes, que idealizan a quienes desafían la ley maltrecha y se enriquecen con aparente facilidad, mientras escuchan canciones compuestas ex profeso por músicos que se venden al mejor postor. Todo ello no debe sorprender en un país donde el narco lleva a cabo obra pública y los capos apadrinan generaciones de estudiantes que se gradúan de la universidad, tal como sucede en el País Vasco, España, donde la gente brinda en la “herrikotaberna” por ETA.
Por último, hay que detenerse en una ironía: es curioso que los mismos que hablan pestes de la iglesia y no se detienen para llamarla “el opio del pueblo”, a manera de insulto, no tengan reparos en elogiar las supuestas bondades del opio verdadero.