Hacia la séptima generación de izquierda

Quién manda y cómo justificarlo

 

Hace un par de días nuestro compañero Héctor Ortega, resaltaba en un artículo el nefasto papel jugado por el llamado Pensamiento Alicia en la praxis política del Presidente del Gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero. Al mismo tiempo, subrayaba los paralelismos entre el lúcido análisis de Marx del panorama político francés durante el reinado de Luis Felipe de Orleans, y la democracia coronada española de 1978.
 
En los escritos de Marx aparece con total nitidez los manejos políticos de la aristocracia financiera –fracción de la burguesía francesa- en la determinación de la política de su país. Y que conste, que Marx no habla del mercado a modo de institución abstracta y despersonalizada, sino que incluso se atreve a ponerle apellido al Mr. X de la aristocracia financiera: Laffitte. En la confrontación teórica de  La lucha de Clases en Francia o El 18 Brumario de Luis Bonaparte, con otras obras como la  Contribución a la Crítica de la Economía Política o El Capital, se observa a Marx ejercitando la distinción entre  finis operantis y finis operis. La idea es diferenciar  lo que los sujetos buscan y hacen  a  través de planes que se materializan en la acción social –finis operantis-, de las consecuencias objetivas que se derivan de  la interacción social - finis operis- . El Marx de la economía política indaga en los mecanismos impersonales y objetivos del mercado, en  sus leyes, explicando el desarrollo del capitalismo con independencia de la voluntad de tal o cual burgués concreto (finis operis).  Pero Marx tampoco olvida que ese mercado no es una realidad extramundana, sida dado por mediación  de la lucha de clases y grupos sociales, que tienen por tanto unos planes y proyectos para defender sus intereses (finis operantis).
 
La semana pasada el Presidente Rodríguez Zapatero se enmendaba la plana a sí mismo desdiciéndose de compromisos anteriores. Comentaristas de diversos medios (CNN+, Intereconomía, Veo 7 etc.), polemizan sobre el alcance y  justicia de las medidas, pero más o menos coinciden en que buscan reforzar la confianza de los mercados.  Sesudos especialistas y políticos de toda laya nos hablan de no espantar la inversión, de la importancia del sometimiento a la disciplina económica y demás tecnicismos. El mercado aparece única y exclusivamente desde el finis operis, pero casi nunca o de un modo muy difuso desde el finis operantis. He aquí el gran triunfo ideológico de la democracia capitalista frente al socialismo en sus distintas variantes: difuminar cuando no ocultar con descaro el finis operantis de los grupos y clases sociales en el finis operis del Mr. X del mercado. En la URSS era más sencillo ponerle nombre y apellido a los responsables de los éxitos y fracasos en la economía: los dirigentes y planificadores del Partido Comunista eran gente de carne y hueso, el mercado no.
 
El otro día en un programas de debate, un especialista en economía se quejaba de que el principal problema de los dos grandes partidos españoles -PSOE y PP- es que estaban influidos por sendas organizaciones arcaicas, a saber, los sindicatos y la Iglesia Católica. En su alegato liberal presentaba la existencia de grupos organizados, es decir con finis operantis, como una carga que perjudicaba al quehacer de los partidos políticos. Lo curioso es que un rato antes había enumerado las medidas económicas que el gobierno debía acometer, como si detrás de esas medidas no hubiera también grupos sociales organizados e influyentes.  
 

 

 

Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.