Hacia la séptima generación de izquierda

Entrevistas de Izquierda Hispánica: Ismael Carvallo

Filósofo, político, ingeniero, mexicano, iberoamericano, revolucionario. Nacido en Alemania, la nación de Marx, conoció el materialismo filosófico en España, la nación de Gustavo Bueno. Ismael Carvallo es, junto con Bueno, la máxima inspiración ideológica de Izquierda Hispánica. Sin sus "Tesis de Gijón" jamás habría surgido el impulso primero de crear un blog allá por 2006, y después una asociación en 2010. Todo lo que Ismael escriba es referencia obligada no ya para IH, sino -nos atrevemos a decir- para todo aquel patriota iberoamericano que se precie, pues nadie ha podido sintetizar con tanta claridad y con tanta rotundidad las necesidades políticas de una plataforma continental que necesita de su unidad más que ninguna otra. La entrevista es una delicia, como no podía ser de otra manera. Y es la mejor elección para empezar el nuevo curso que ya hoy empieza. Gracias, Ismael. Gracias, México.

 

 
1.- Haga primero una breve presentación de su currículum o semblanza profesional.
 
Tengo 35 años y nací en Münich Alemania, aunque soy mexicano tanto por vía paterna como materna. Nací en Alemania por circunstancias laborales de mi padre, quien había sido enviado a una estancia profesional a ese país por parte de la empresa en la que en esos momentos trabajaba como ingeniero.

Soy ingeniero industrial (mi padre es ingeniero electromecánico) con estudios de economía política internacional, de historia y de filosofía. Lo primero lo realicé en México. Por cuanto a los otros estudios (economía política, historia, filosofía), fueron realizados en Inglaterra y España. En general, puedo decir que me considero un autodidacta, pues mis estudios, tanto de historia como de filosofía, han sido y siguen siendo llevados a cabo por esa vía.

Fueron decisivos para mí -no puedo dejar de mencionarlo- los días que viví en Madrid, y, sobre todo, mis “horas de estudio”, como decía Pedro Henríquez Ureña, en el Ateneo de Madrid. En algún sentido, yo seguiré siendo un ateneísta de Madrid toda mi vida.

Habiendo terminado mis estudios de ingeniería, trabajé más o menos por un par de años, de 1998 a 2000, en una compañía multinacional, Unilever de México, trabajando en la división de helados, en el área de sistemas de información. Vivía pegado a una computadora como consultor de SAP, que es un sistema de gestión global de empresas muy potente y, hasta donde sé, con mucho éxito a nivel mundial. Era consultor en el módulo de ventas y distribución. Me tocó participar en la puesta al día de todo el sistema de ventas y distribución de la empresa más importante de helados que en México había comprado para los efectos Unilever: “Helados Holanda”.
 
Pero paralelamente a mi actividad profesional, había estado incubándose por años –a partir más o menos de la mitad de mi carrera universitaria- una muy singular propensión por la Política (con mayúscula). Tiempo después, sobre todo a través de la lectura de Antonio Gramsci, supe que eso se llama pasión política, una pasión que sólo cobra su más alto grado de consistencia cuando se entiende a la política como “trama de la historia”, como decía Mariátegui. Mi querido amigo y filósofo Fernando Muñoz (a quien debo el hecho de haber conocido a Gustavo Bueno) lo dice mejor que yo: “al margen de la estructura política que la contiene, toda pasión es sólo nerviosismo”.
 
En todo caso, quizá en esos momentos de estudiante aquello se manifestase tan sólo como un “gusto” por la política: “es que a mí me gusta mucho la política”, dicen muchos políticos mediocres y oportunistas por todos lados; yo los detesto, y me hacen recordar lo dicho por Regis Debray en el inicio mismo de su Autobiografía, Alabados sean nuestros señores (que ha sido un libro verdaderamente decisivo para mí y que no dejaré de leer y releer nunca):
 
‘Odio a la vida pública y a los políticos. Sin impedirme largos coqueteos con la calaña, esta aversión me ha eximido de los cargos corrientes, como los que aceptan los figurones. Apenas si hoy domino este odioso y pueril complejo de superioridad (“valgo mucho más que todos esos demagogos, manipuladores, matarifes, cínicos, marrulleros, acaparadores, corruptos, etc.”). Lo que más temía en el griterío del foro era a los efímeros sin obra, la excitación sin mañana, a los diez pobres de espíritu que nos martirizan durante treinta años con su rostro, sus tics, el timbre de su voz, amplificados cada día por la radio y la tele (que parecen ser su única vocación), borrándose luego como figuras de arena bajo las olas.’  
 
Mi familia ha sido siempre muy politizada. Mi abuelo materno fue líder sindical en casa Bayer, y fue a través suyo que escuché por vez primera el nombre de José Vasconcelos. Mi edición del Ulises Criollo, que atesoro con verdadera advocación, es un regalo suyo. Vasconcelos es un gigante rodeado muchas veces de incomprensión.
 
Mi abuelo paterno era un nacionalista cardenista, de izquierda de pies a cabeza, y trabajó muchos años en la administración pública. Siempre hablaba de los políticos que había conocido.
 
Por cierto que mi primer apellido es Carvallo, que significa roble en portugués; el segundo es Robledo, con lo cual…
 
Mi padre nos acostumbró desde siempre, y esto no necesariamente nos agradaba, a discutir y hablar de política. Pero de entre todos mis hermanos –somos cuatro-, digamos que sólo yo me tomé la cosa en serio. Y decidí entonces “meter las manos en Política”.
 
Rumbo a las elecciones del año 2000, se había formado un partido político nuevo y pequeño -en relación sobre todo con los grandes partidos tradicionales: PRI, PAN, PRD-. Se llamaba Partido de Centro Democrático (PCD). Yo no me consideraba ni priísta ni panista, pero tampoco perredista o “de izquierda”. A mí sólo me interesaba, como ya he dicho, “la política”. Era puro “optimismo de la voluntad”, para recurrir otra vez a Gramsci. La indefinición ideológica del PCD se ajustaba impecablemente a mi propio indefinición.
 
Por un amigo logré tomar contacto con el partido en cuestión: se trataba del que habían organizado Manuel Camacho y Marcelo Ebrard, actual Jefe de Gobierno del DF, por parte del PRD, y de quien soy colaborador.
 
Cuando se dio la oportunidad, renuncié por fin a mi vida de ingeniero en Unilever y me fui a trabajar al partido en la campaña de ese año: Camacho para presidente, Marcelo Ebrard para Jefe de Gobierno. Cerca ya de las elecciones, Ebrard sumó su candidatura a la de Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD. Desde entonces se fraguó una alianza estratégica y de largo alcance entre ambos. En 2006, ya desde la plataforma del PRD, López Obrador compitió por la presidencia de la República y Ebrard lo hizo para la jefatura de Gobierno. La historia es conocida por todos.
 
En esos años de campaña supe que ahí había algo importante, que no se trataba nada más de gusto o de optimismos, sino de otra cosa. Después he podido descifrar –desconozco si estoy equivocado- que se trata de la severidad a través de la que se conecta la política, la alta política, con la historia, y que troquela de manera singularísima la vida del hombre político y la del hombre revolucionario con perfiles que producen gran fascinación. Malraux es magistral para explicar esto y plasmarlo con potencia, tensión y belleza trágica.
 
No podía, ni puedo, ni quiero, inventarme liderazgos sociales o políticos falsos, impostados; no pretendo engañar a nadie ni convertirme en un gesticulador vulgar en el foro. Lo que ha ido decantándose a lo largo de los años es una muy peculiar síntesis entre un fuerte sentido de responsabilidad personal para con la política y el destino de mi país –pero ya a mil leguas, eso sí, del gusto frívolo por la política- y de un muy agudo y apasionado deber intelectual ordenado en el terreno de la filosofía.
                                        
Leía asistemáticamente todo lo que en las librerías me encontraba en la sección de Política y ciencias sociales. Me estaba pasando algo que hasta el día de hoy me sucede, y que Trotsky definió con toda claridad en sus memorias: ‘la naturaleza y los hombres no ocuparon nunca en mi espíritu un espacio tan grande como los libros y las ideas…’. Es el caso canonizado universalmente por un español eterno en la figura prodigiosa del Quijote.

Todavía no leía nada que tuviera que ver con el marxismo (ya he dicho que, en esos momentos, yo no me consideraba “de izquierda”), al grado de que cuando el Fondo de Cultura Económica editó un libro de Norberto Bobbio, llamado “Ni con Marx ni contra Marx” –estamos por ahí del año 2000-, yo no quise comprarlo por considerar que no estaba preparado para leer algo que en esos momentos, al mirar el índice, consideré demasiado radical. No estaba preparado para procesar esa literatura. La cosa cambiaría tiempo después.
 
En las elecciones del 2000 no se logró mantener el registro del partido. AMLO sí ganó la jefatura de gobierno del DF; la presidencia quedó en manos de Vicente Fox, un “pobre diablo político” de todo punto marginal en términos históricos. Y aquí recuerdo algo que, si no me equivoco, fue dicho por Antonio Nadal: todas las épocas históricas tienen, siempre, un bufón en la escena. Pues eso.
 
Para entonces, ya había yo tomado la decisión de que tenía que ampliar mis estudios y que tendría que hacerlo en los campos de la política, la historia, la filosofía, en el de las ideas en definitiva. Me fui primero a estudiar economía política internacional a Inglaterra, a la Universidad de Warwick, y luego historia de América Latina en el Instituto Universitario Ortega y Gasset de Madrid. Fueron años decisivos, pues a partir de ahí cambió el rumbo de mi vida de manera definitiva, sin vuelta atrás.
 
Fue en Warwick donde dio inicio lo que llamaré, con Lukács, “mi camino hacia Marx”. Y fue sobre todo de la mano de Gramsci –uno de mis santos patronos- y de sus intérpretes británicos: Robert Cox, Stephen Gill, Perry Anderson, Timothy Sinclair (quien fue mi maestro). Una vez que tomé contacto con su obra, el temor, obviamente y no sin ruborizarme por mí mismo, se desvaneció; conocí el ejercicio de la dialéctica y comenzó el largo e intenso proceso de verdadera maduración intelectual: fue entonces cuando leí sobre las leyes de la historia, sobre la idea de revolución, sobre la guerra y sobre el realismo trágico implícito en la interpretación dialéctica de la historia (un realismo dialéctico que, por cierto, no tienen en consideración los progresistas éticos y los pacifistas de hoy; yo no sé qué es lo que leen ahora).
 
Conocer a Marx y al marxismo, en todo caso, es como una droga. Arthur Koestler lo dice con genial plasticidad en su Autobiografía, vale la pena recordarlo aquí:
 
‘En este ambiente empecé a estudiar seriamente la literatura comunista. Cuando terminé de leer el Feuerbach de Engels y Estado y Revolución de Lenin, algo detonó en mi cerebro, y una explosión mental me conmovió. Decir que uno ha “visto la luz” es una pobre descripción del éxtasis intelectual que sólo el convertido conoce (no importa cuál sea la fe a que se ha convertido). La nueva luz parece irradiar de todos lados a través de su cráneo; todo el universo se ordena, como las piezas sueltas de un rompecabezas, reunidas mágicamente de un solo golpe. Ahora toda pregunta tiene respuesta; las dudas y los conflictos pertenecen al torturado pasado; un pasado ya remoto, en el que uno vivía lamentablemente ignorante en el mundo soso y descolorido de los que no saben. De ahora en adelante, nada puede perturbar la paz y la serenidad íntimas del convertido, exceptuando el temor ocasional de volver a perder la fe, y perder, por tanto, lo único que otorga algún interés a la vida, cayendo nuevamente en la oscuridad total, donde sólo se oyen gemidos y rechinar de dientes.’
 
A pesar de todas las críticas y vueltas del revés que es necesario hacer con el marxismo, sigo considerando a Carlos Marx como una de las figuras más importantes de la historia universal: cada vez que se lee o re-lee algo suyo aparecen nuevos descubrimientos, nuevas perspectivas, nuevos puntos de vista. Y una gran, grandísima pasión política e histórica. Es una veta racional potentísima, inigualable. Todo aquél que lo critica sin haberlo leído –como es habitual en intelectuales liberales y fundamentalistas democráticos de hoy- es considerado por mí, sencillamente, como un imbécil.    
 
En Warwick inicié pues con Gramsci, Marx, Lukács, Lenin y la Escuela de Frankfurt. Antes de finalizar el año de postgrado en Inglaterra, decidí que debía continuar, que no había sido suficiente, que faltaba mucho, muchísimo más por aprender. Fue entonces cuando miré hacia España. Me inscribí en el programa de doctorado en historia de América del Ortega y Gasset de Madrid. Recuerdo que me dije: si voy ahora a estudiar a Hispanoamérica, tiene que ser en español, imposible en otro idioma, con lo cual, o me volvía a México o me quedaba por España. Elegí lo segundo. Todos estos estudios hubieran sido imposibles sin el apoyo de mi familia, además de los ahorros que yo había logrado reunir y de una beca que obtuve por parte del gobierno de España y con la que pude prolongar casi por un año más mi estancia en Madrid. Esa postergación resultó ser crucial.
 
Mis intereses estaban ahora centrados en rastrear las interpretaciones materialistas históricas en el marco histórico hispanoamericano. Tuve dificultades para que tales intereses encuadrasen en una institución como el Ortega y Gasset, organizada en función de cuestiones de índole distinta: ciencia política, administración pública, cooperación internacional. Cosas que carecían de interés para mí, sobre todo porque venía de lecturas de Hegel, Lenin, Lukács, Gramsci. La salida que encontré, mírese por dónde, fue… ¡¡ Enrique Dussel !!
 
En efecto, mi proyecto de doctorado (con el que obtuve el DEA) fue ni más ni menos que la filosofía de la liberación de Enrique Dussel. En mi trabajo confronté la perspectiva de Horacio Cerrutti contra la de Dussel. No sé cómo se aceptó semejante proyecto en el Ortega, pero el asunto es que salí adelante con ello. En todo caso, es por esto que mi crítica a la filosofía de la liberación o al indigenismo, explicado en buena medida desde una perspectiva como la de Dussel, está, según mi parecer, fundamentada (digamos que sé muy bien de lo que hablo).
 
Pero el momento fundamental tuvo lugar en otro sitio. Un buen día, en la cafetería de la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense -lo recuerdo muy bien, casi lo puedo tocar-, mi amigo Fernando Muñoz, con quien me reunía de vez en vez –yo solía visitar, o la facultad de filosofía, o la de historia- me preguntó si había leído ya a Gustavo Bueno. Le dije que no. Que no sabía ni siquiera de quién se trataba: nunca había oído su nombre. Él me respondió, palabras más palabras menos, que se trataba –se trata- de uno de los filósofos más importantes de la historia, y que su sistema tiene la misma relevancia que los grandes sistemas filosóficos de la tradición: el platónico-aristotélico, el escolástico, el hegeliano. Me dijo que dejara ya de perder el tiempo leyendo otras cosas. No olvidaré nunca ese momento. Fernando Muñoz es una persona muy especial para mí, es como una brújula.
 
Al día siguiente me puse a leer en el Ateneo de Madrid, sin vacilación alguna, España frente a Europa, ni más ni menos. Un libro por demás complejo y, sobre todo, polémico para ojos americanos. Desde las primeras líneas supe que se trataba de algo de gran potencia y consistencia sistemática: ¡y todo en español! Al lado de Bueno, la filosofía de la liberación obviamente que se eclipsó por entero y de inmediato, perdió fuerza e interés para mí. Estaba ante algo superior y de muchísimos mayores alcances y proyecciones, pero cuyas claves aún desconocía. Lo supe con la claridad súbita y severa, por cuanto a la fuerza con la que te ves sacudido, de un alumbramiento. Era –es- un estímulo intelectual de muchísima fuerza y de un arrastre tremendo. La felicidad en el más genuino sentido aristotélico, es decir, la conectada con aquélla vía que activa la facultad suprema del hombre: la facultad intelectual o teorética, eterna (no contingente) y que se explica por sí misma. Imposible no sucumbir. Tenía que ponerme al día en toda la historia de la filosofía, y tenía que tener el control, para entenderlo, de los más importantes sistemas filosóficos de la tradición (y en esas estamos). No había tiempo que perder, y me atormentaba por todo el que ya había perdido. No había conocido algo así en mi vida.  
 
Gustavo Bueno es, en efecto, el filósofo más importante de nuestro tiempo. Haber conocido su obra, y a él mismo poco tiempo después, ha sido para mí –permítaseme la metáfora- como el golpe de gracia definitivo. Ha sido la coronación de todo el proceso que dio inicio con un interés, acaso vago y optimista, por la política, y que fue madurándose y escalándose gradualmente hasta llegar a su más importante y decisivo estrato de configuración problemática: el estrato de la filosofía.
 
Antes de conocerlo, todo había sido como cuando en una sala de conciertos se escucha el ruido del conjunto de instrumentos en preparación para dar inicio a la presentación. Entre unos y otros se destacan los solistas, los grandes virtuosos, los viejos y los sabios, también los jóvenes. Muchos músicos provienen acaso de otras escuelas o tradiciones interpretativas, incluso de otros países, como Rusia, Austria, Polonia, acaso algún venezolano, como podría serlo Gustavo Dudamel. Muchos quizá tienen instrumentos alemanes (como los pianos Steinway) o checoslovacos (como los Petrov), pero están todos ahí, en el presente. De pronto aparece en escena el director de orquesta, caminando con firmeza y sin prestar demasiada atención a su atuendo, pero con clase y una muy singular premura de quien sabe que no hay tiempo que perder, sometido en tensión al nervio permanente de la inminencia. Se hace el silencio abismal y grave. Él conoce a todos los músicos y sabe de todas las escuelas y tradiciones de las que provienen. Es soberano en la interpretación de todos y cada uno de los instrumentos. Los mira a todos en silencio por un período prolongado, desde una escala similar a la de un general romano que proyecta su grande y unificadora mirada sobre el vasto escenario en el que están por desarrollarse los episodios militares, y cuyo sentido y propósito global es sólo conocido por él. Por eso su mirada es solemne. Toca con su batuta el atril tres veces, los músicos toman posiciones, y da inicio, majestuosa, la sinfonía. Ese director se llama Gustavo Bueno.
 
Mi primer artículo en El Catoblepas apareció en el número 33, en noviembre de 2004. Desde entonces soy colaborador habitual, a cargo de la sección Los días terrenales, pensada en homenaje a José Revueltas, otro de los grandes que ocupan un lugar privilegiado en mi mausoleo intelectual (fue a través suyo, por ejemplo, que llegué a Malraux).
 
El resto de mi trayectoria se refleja en esos artículos. Lo que he descrito es la ruta que me ha llevado ahí.
 
2.- ¿Qué semejanzas y diferencias encuentra usted entre las izquierdas y las derechas en la actualidad?
 
Como ya he expuesto en mi comentario anterior, me sitúo en la plataforma crítica del materialismo filosófico, lo que implica que, por cuanto a las izquierdas y las derechas, comparto y pongo en ejercicio en mis análisis las teorías que sobre unas y otras ha desarrollado el profesor Gustavo Bueno en El mito de la izquierda y El mito de la derecha. Remito a los lectores de Izquierda Hispánica a mis artículos de El Catoblepas, en donde me he abocado a poner en operación el instrumental crítico de Bueno tanto para el análisis de la realidad mexicana como por cuanto a las proyecciones generales que, en un contexto hispanoamericano, pueden acaso señalarse como nuevas direcciones de acción y crítica, y respecto de las que puede también acaso ser preciso ponerse a trabajar, por más que sea con un horizonte de largo plazo (Notas sobre la clasificación de las izquierdas, Tesis de Gijón, Manifiesto de la Ciudad de México, etc.).
 
Y digo esto último sobre todo en relación a comentarios críticos o escépticos que a mis oídos han llegado por varios lados, por ejemplo, en torno de las Tesis de Gijón y la séptima generación de la izquierda: pero es que yo nunca he dicho que la séptima generación es algo que ya exista, sobre todo políticamente, o incluso que pueda llegar a existir. Los empeños que en ese sentido he puesto a consideración de los lectores tienen un sentido tendencial: hacia la séptima generación de la izquierda, cosa que puede llegar a cristalizar en algún momento, o no.
 
Lo fundamental es, me parece, mantener activados los puntos de tensión dialéctico, crítico, respecto del presente, in medias res, y estar a la espera. Lenin preparó la revolución durante varios lustros, no hay que olvidar eso nunca.
 
Pero por cuanto a lo que nos incumbe en relación a la izquierda, diré que, genéricamente, como se sabrá muy bien por quienes nos movemos dentro del materialismo filosófico, la izquierda se vincula constitutivamente con la racionalidad y el universalismo de una manera que podría presentarse en la ecuación siguiente: todo lo racional es universal, aunque no todo lo universal es racional.
 
Lo que habría que subrayar a este respecto, es que al hablar de racionalidad y universalismo lo hago en un sentido materialista y no formalista o metafísico, es decir, la racionalidad no está en el cielo, mucho menos en Dios, en la Razón o en una consciencia trascendental; la racionalidad está vinculada al cuerpo, tiene una apoyatura corpórea y operatoria. Y lo mismo ocurre con el universalismo, pues no se trata de hablar de un universalismo que abarque a la Humanidad o al Género Humano, sino que es un universalismo y un racionalismo que materialmente se plasman dialécticamente, in medias res, es decir, diaméricamente.
 
En una escala política, que es lo que nos incumbe, tenemos que decir entonces que tanto la racionalidad como el universalismo, negando el formalismo metafísico, sólo es posible que se den desde un lugar y desde unas coordenadas históricas concretas. Ese lugar y esas coordenadas son aquellas desde las que se proyecta e implanta en la historia lo que desde nuestra óptica es la figura fundamental, el sistema por excelencia de la historia política universal: la figura del Imperio. Cuando se habla de racionalidad o de universalidad política se trata de aquellas vinculadas con una plataforma imperial: el racionalismo greco-helenístico macedónico, el racionalismo greco-romano de Roma, el racionalismo materialista soviético, el racionalismo capitalista democrático liberal del imperio estadounidense, el racionalismo del imperio chino (que es resultado del ortograma de la sexta generación de la izquierda), ¿el racionalismo existencialista heideggeriano del III Reich alemán, según lo que tan sugerentemente señala Víctor Farías en su clásico libro Heidegger y el nazismo?.
 
Es por esto en todo caso que sólo puede tener sentido hablar de una séptima generación de la izquierda desde una racionalidad concreta: la del materialismo filosófico, y desde una plataforma o placa tectónica de dimensiones imperiales: la plataforma hispanoamericana. Pero esto no ha implicado nunca que consideremos que las condiciones de ello estén ahí nomás, y que sólo sea cuestión de publicar un manifiesto como el de la Ciudad de México: evidentemente que no, habrá muchas críticas, muchas tendencias antagónicas con otras direcciones y que incluso tengan mucha más fuerza (indigenismo, progresismo anti-hispánico y afrancesado, nihilismo contracultural -¿los ecos de Heidegger otra vez?-, Leyenda Negra, etc.). Se trata tan sólo de abrirle paso a una nueva plataforma crítica dentro de lo que hay. Es lo mínimo que podemos hacer. Esa es la cuestión.
 
Pero en todo caso, hay que decir que todo imperialismo se combate con otro imperialismo, las “resistencias” culturales a escala nacional o, peor, a escala de naciones étnicas, carecen de potencia política efectiva, además de que las resistencias étnicas están teñidas de racismo y del delirio irracionalista del relativismo. En todo caso, y a este respecto, diré que el nacionalismo político claro que es una apoyatura fundamental, sobre todo porque ahí nos situamos desde un punto de vista jacobino y gaditano desde las revoluciones francesa e hispanoamericanas: la nación política es la unidad mínima, es el punto de salida, pero tiene de inmediato que proyectarse, para perseverar en su ser histórico-político, a una escala continental. Para los hispanoamericanos esto es muy fácil, es cuestión de quitarse telarañas ideológicas, porque, al ser ya tantos hispanohablantes, estamos siendo ya de hecho universales. La hispanidad es ya una realidad universal en marcha.
 
Otra de las cuestiones que me gustaría señalar, es el desajuste descomunal que en términos ideológicos se ha producido a partir de la caída de la Unión Soviética. Es algo de dimensiones dramáticas, tanto más cuanto que, al parecer, no ha sido procesado por quienes se consideran “de izquierda”, casi siempre escorados ya en los márgenes de la izquierda indefinida y el activismo, que muchas veces es lo mismo desde un punto de vista reduccionista, es decir, que ser “de izquierda” se reduce a ser activista. Y es que la cuestión es, precisamente, que estos izquierdistas infantilistas indefinidos te dicen: “es que la URSS no fue de izquierda, o no fue en realidad marxista”, pasándose sin empacho alguno a las más pánfilas aguas del fundamentalismo democrático. No se dan cuenta de que están en la trampa de Francis Fukuyama.
 
Y una de las más inquietantes (e irritantes también) manifestaciones de esta obnubilación ideológica, es el anti-norteamericanismo genérico, propio de adolescentes, en el que se mueven, y que se conjuga luego en ecuaciones aberrantes: me estoy refiriendo al apoyo ciego otorgado al mundo islámico. La ecuación, manejada de manera tan abstracta y genérica, te dice: todo aquello que esté apoyado por Estados Unidos, el imperio de occidente en efecto (no negamos eso), tiene que ser rechazado y condenado, “desde la izquierda”, como imperialista, genocida, de derecha, conservador, intolerante y un largo etcétera. Entonces, si EEUU condena a Corea del Norte, entonces todos con Corea del Norte; si condena a Irán, entonces todos con Irán; si apoya a Israel, entonces todos contra Israel con una furia comparable al anti-sionismo nazi, pero ellos ni se inmutan, el asunto es condenar el genocidio sionista. Y ahí vamos todos, a las embajadas correspondientes, o a apoyar donde proceda, o a manifestar repudio y a levantar en alto las mantas con el ¡No a la guerra! (caso de la embajada de EEUU).
 
La más bochornosa y estúpida manifestación de esto se me apareció una vez que leí un panfletillo de un sociólogo activista sudamericano. Me parece que el texto se llamaba –con evidentes ecos althusserianos- algo así como “La sociología como arma de la revolución”. En el panfleto, el individuo en cuestión defendía la tesis según la cual, en estos tiempos de globalización, la resistencia contra el Capital a nivel planetario (y al decir Capital quería decir EEUU y Bush) encontraba en Osama Bin Laden y el Subcomandante Marcos a sus líderes fundamentales. Imposible encontrar mayor estupidez y delirio.
 
Pero los ejemplos se multiplican por doquier: en un bar del sur de la ciudad de México, donde se presentan obras de teatro contra-culturales, satírico-políticas y progresistas, apareció una vez en el menú –yo por lo menos lo leí hace algún tiempo- que el cliente estaba en el derecho de pedir una Coca-cola para acompañar su bebida, siempre y cuando no fuera un problema ético para él saber que quizá detrás de cada lata estaba sangre de niños de Irak.   
 
Ya lo dijo Antonio Nadal en la entrevista que aquí le han hecho: ¿qué les pasaría a todos esos activistas si vivieran en Islamabad o en Teherán? ¿Serían tolerados en Irán del mismo modo en que lo son en el occidente que, desde su vida llena de hastío y desde su consciencia crítica y ética, odian hasta el tuétano todos los gays y lesbianas que gritan “otro mundo es posible”? Evidentemente que no. Pero, como digo, la cuestión es que el referente objetivo, la Unión Soviética, colapsó, y los reajustes pueden darse en muchas direcciones. Lo que se ve en el presente es el extravío más lamentable y ciego.
 
3.- ¿Cómo valora la situación política de México, España, Honduras, etc...?
 
Intentaré dirigir mis respuestas a los tres países mencionados en la pregunta, sabiendo que el resto de las naciones hispanoamericanas son el etcétera de mi respuesta. Es imposible extenderse pormenorizadamente, así que haré sólo señalamientos generales, dando por descontado el contexto de la crisis económica mundial respecto de la que todos estamos al tanto.
 
México: Son ya más o menos treinta años desde que el núcleo de la sociedad política mexicana fue tomado por una coalición de intereses políticos, económicos e ideológicos de tendencia neoliberal. La ruptura producida ha dibujado una fractura estructural que afecta a todos los estratos de configuración orgánica del Estado y que delimita una dialéctica entre dos grandes formaciones histórico políticas: la del nacionalismo revolucionario cardenista, en donde se inscribe lo que en México podríamos considerar a la izquierda política definida, encabezada por Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, y lo que he llamado en otros lugares (véase El Catoblepas) neoliberalismo democrático, en donde quedarían más o menos insertados tanto el PRI neoliberal-tecnocrático como el PAN.
 
En el marco histórico de esos 30 años, 2006 representó la más grande oportunidad para lograr desplazar a ese grupo del núcleo de la sociedad política. No se logró, como bien se sabe, y puede que, a la postre, esta oportunidad haya sido acaso la última en mucho tiempo. En esto estriba el dramatismo de lo que ocurre en el país. Es muy probable que en el 2012 el PRI vuelva al poder del ejecutivo federal –no han dejado el poder en otras regiones estructurales del Estado: gobiernos locales, congreso, grupos sindicales poderosos, etc.-.     
 
Es importante destacar la variable del narcotráfico y el crimen organizado desde la perspectiva de la eutaxia. México está en niveles de violencia descontrolada y de ausencia del Estado nunca antes vistas. En el horizonte político estratégico, no es ya nada más importante saber qué proyecto puede reconstruir el cuerpo político del Estado nacional en términos de equilibrio económico, de desarrollo social y de formación ideológica, sino que también es importante saber quién puede garantizar una eutaxia mínima y la soberanía nacional, sobre todo en virtud del hecho de que la soberanía nacional puede quedar disuelta por causas de la degeneración misma de la sociedad política de referencia, y no ya nada más por razones de invasión o secesión.
 
España: Es habitual considerar fuera de España a su proceso de “transición democrática” –el de 1978- como modélico. En México, legiones de analistas, periodistas, politólogos, y los políticos mismos de toda una generación, sucumbieron a los encantos de líderes exitosísimamente promovidos como paladines tanto de la democracia como, en su caso, de la izquierda moderna: Felipe González, Adolfo Suárez, el Rey Juan Carlos (puesto en la cabeza del Estado por Franco), etc., etc.
 
Pues bien, la impresión que tengo, habiendo vivido ahí más o menos 3 años, y estando al tanto lo más posible del curso de los acontecimientos, es que esa famosa transición debería ser considerada como uno de los más catastróficos procesos políticos de la historia reciente, pues es España quizá la única nación política en Europa occidental que no ha podido resolver en los hechos su problema nacional, a diferencia de Francia, Alemania o Italia, por ejemplo (esto no implica que no tengan estas naciones otros tipos de problemas de secesionismo o separatismo, pero, de manera muy general, en ninguna de las tres hay una banda terrorista como ETA).
 
Y la Democracia, vendida por fundamentalistas democráticos como la solución mágica para todo, no ha hecho otra cosa que agudizar los problemas, habiéndose convertido en una estructura funcional para los intereses inmediatos de una clase política miserable, acomplejada y analfabeta como la que hoy gobierna España, que ha hecho del sistema el repugnante retrato del electoralismo improvisado y oportunista que en México puede observarse también.
 
El drama de España, en definitiva, es el de su cuestión nacional. Y no olvidemos que, en general, hablar de nacionalismo en toda Europa, y no nada más en España, remite de inmediato a aciagas épocas… Pero el de España es un problema aún más complicado, y la razón es muy clara: la Leyenda Negra que ha sido asumida enterita por los propios españoles, lo que les impide ser capaces de reconocerse como herederos de uno de los imperios generadores más importantes e influyentes de la historia universal, tan influyentes como pudo haberlo sido el romano o el soviético. Al ser incapaces de esto, en España no es ya nada más problemático reconocer a la nación española, sino que están educados también, hablo de manera muy general, para odiar todo su pasado.
 
Lo importante, desde un punto de vista hispanoamericano, es que comencemos a darnos cuenta los americanos que hablamos español que la disolución de España como nación política nos incumbe, pues la negación de un catalanista o un vasco a España y al español es una negación implícita a los hispanoamericanos. La clave es ser capaces de verlo y de encontrar una plataforma de coincidencias históricas. Arduo problema, pues la Leyenda Negra se activa aquí de inmediato.
 
Honduras: El caso de Honduras, que no he podido seguir con el detalle deseable para responder con la solidez correspondiente, habrá de ser tomado en cuenta como laboratorio de la política exterior de Obama para Hispanoamérica. Es evidente que el mensaje enviado fue que no se permitirá que el ortograma de la revolución bolivariana, impulsado desde su epicentro geopolítico: la Venezuela de Hugo Chávez, se expanda por el continente.
 
La desactivación política de Zelaya no fue nunca un atentado contra la democracia ni contra el Estado de Derecho, tampoco lo fue contra la humanidad, fue un mensaje muy claro de que se hará todo lo posible por frenar tanto a Chávez como a quien quiera aliarse con él y su proyecto continental.
 
Habrá que estar atentos, como ya lo estamos, a Colombia y Honduras como apoyaturas geopolíticas norteamericanas dentro de la dialéctica de Estados en América del sur.
 
4.- ¿Qué opina usted de la herencia española en Iberoamérica?

Habría que reformular la pregunta, pues históricamente puede ser ambigua: porque el hecho es que tanto la España de hoy como la plataforma iberoamericana, conformada por las restantes repúblicas hispanoamericanas, son todas ellas, todas, herencia del Imperio español, porque ¿qué idioma y qué religión tenían Hidalgo, Morelos o San Martín? Esa es la cuestión, es decir, no se trata de reconocer o desconocer una herencia o restos del imperio español, aquí o allá, en Iberoamérica: es que Hispanoamérica es, ella misma y enteramente, un resto de ese imperio.
 
Indagar si ese hecho es positivo o negativo es una cuestión subjetiva carente de toda pertinencia, no dialéctica e idealista. Es un hecho objetivo, un factum histórico. Somos Hispanoamérica y no angloamérica o cualquier otra cosa. Punto.
 
Por mi parte, me reconozco plenamente y sin complejos formando parte de una plataforma o placa tectónica histórica, política y cultual en marcha, la hispánica (porque es español el idioma que hablamos más de 400 millones de individuos), que, a partir del siglo XVI, representó uno de los más gigantescos proyectos geopolíticos e ideológicos de la historia, y que tanto en su despliegue como en sus grandes aciertos y grandes errores se jugó una partida decisiva en términos de historia universal. El imperio español ha tenido la misma relevancia que el imperio romano, el soviético o el imperio norteamericano del presente: y esa relevancia no es ni buena ni mala, simplemente es una forma de estar en el mundo y de influir en la historia.    
 
5.- ¿Qué piensa usted del legado de la Unión Soviética? ¿Cree usted que el modelo soviético de socialismo es el único realmente posible?
 
Como he dicho en la respuesta anterior, el de la Unión Soviética es uno de los proyectos históricos más importantes de nuestro tiempo. Desde mi punto de vista, la historia del siglo XIX es, en gran medida, la historia de los efectos y consecuencias de la revolución francesa y de Napoleón; el XX es, como dice Moshe Lewin, “el siglo soviético” y el siglo de Lenin.
 
 
Tiene que pasar más tiempo en todo caso, para poder bascular los efectos y los consecuentes de la caída de la URSS en términos histórico-universales. Mucho pueda irse ya consignando en la bitácora, claro está: guerra de los Balcanes, reunificación alemana, China, fundamentalismo islámico. En todo caso, como dice el profesor Bueno: una de las grandes cuestiones de la filosofía de la historia es el hecho de que imperios como el romano, el español o el soviético cayeran a pesar de que no estaban pensados para caer, ¿por qué cayeron entonces?

Uno de los grandes problemas es, precisamente, la Leyenda negra anti-soviética, promovida con fruición por fundamentalistas democráticos de aquí y de allá tras “el derrumbe”; una Leyenda que impide que puedan llevarse a efecto estudios rigurosos y sistemáticos para conocer desde dentro lo que, desde fuera, en Occidente, se nos ofrece tan burdamente como una cárcel estalinista ahogada en la oscuridad más atroz. Esto hace que cobren tanto interés trabajos como el que está llevando a cabo, según tengo noticia, José Ramón Esquinas (ver su artículo sobre el Diamat soviético en el El Catoblepas) y Pablo Huerga (ver sus espléndidos trabajos sobre la ciencia soviética), o libros como el de Moshe Lewin, que acabo de citar, El siglo soviético. ¿Qué sucedió realmente en la Unión Soviética? (Crítica, Barcelona, España, 2006).
Y no, el modelo soviético de socialismo no es el único posible. Se trató del modelo de construcción de un Estado socialista en manos de la quinta generación de la izquierda: la izquierda comunista. La gran tarea de los materialistas de hoy es la de diseñar, con la mayor rapidez posible, un modelo de socialismo racionalista para nuestro tiempo.
 
6.- ¿Cómo valora el proyecto político panhispánico de Hugo Chávez?
 
Desafortunadamente, debo decir que el proyecto de Chávez no creo que sea panhispánico, si es que entiendo el sentido que se le quiere dar a la pregunta, pues panhispánico remite a la hispanidad, que es la plataforma de Izquierda Hispánica. El proyecto de Chávez es (inevitablemente: Chávez, como todos, es hijo de su tiempo) a mi juicio anti-hispánico. Es decir, que es un proyecto latinoamericanista y bolivarista, asumiendo por entero la Leyenda Negra anti-española, lo que no implica que la socialdemocracia analfabeta española, afrancesada y acomplejada, asuma ese anti-españolismo, como muy seguramente puede observarse en toda la progresía que desde España apoya a Chávez ciegamente.
 
Hay dos grandes problemas ideológicos y geopolíticos de gran dramatismo en este proceso político: el indigenismo, manifestado en toda su fuerza en la Bolivia de Evo Morales (apoyado por Chávez) y la alianza con el Islam. Esto hace que las coordenadas de la revolución bolivariana sean totalmente distintas a procesos anteriores.
 
En el siglo XX, ha habido tres grandes procesos de organización nacional por vía revolucionaria en Hispanoamérica: la revolución mexicana, la revolución cubana y, a mi juicio, la revolución bolivariana de Venezuela. El balance de cada una de ellas no puede hacerse, desde mi punto de vista, sin considerar dialécticamente a las otras, aunque no todo esté conectado con todo. El balance de Chávez tiene que ponerse siempre en correlación histórica con lo que pasó y está pasando con Cuba y con lo que hizo Lázaro Cárdenas con el estado mexicano de los 30 y los 40.
 
Es importante destacar, no obstante, y digo esto desde el más radical objetivismo materialista –aunque sea políticamente incorrecto- que toda revolución deviene dictadura, la clave es conocer la duración, efectividad y eficacia de cada fase del proceso. La grandeza de Cárdenas, por ejemplo, es que fue él quien remató la revolución mexicana, pero en la cima de su poder y gloria se fue del gobierno. Algo que no pasó con Fidel Castro y que, ya lo vemos, no está pasando con Chávez, aunque debemos decir también que su legitimidad sí que ha pasado por las urnas.
 
7.- ¿Qué cree usted que hace fracasar los proyectos izquierdistas en la Unión Europea?
 
Bueno, es que habría primero que definir a qué proyectos izquierdistas se está uno refiriendo. Porque lo que se observa, como bien sabrán los lectores de IH, es que lo que en un tiempo eran corrientes de izquierda definida en Europa, sobre todo entre las guerras mundiales, se han convertido hoy en bochornosos amasijos de “colectivos sociales” que abanderan causas aisladas las unas de las otras y que se configuran conceptualmente desde nuevas plataformas –homosexuales, feministas, abortistas, “eutanasistas”, anti-taurinos, ecologismo, etc., etc.-, apoyándose en ideólogos procedentes o de las ciencias sociales (sociología, etnología, antropología, psicología, estudios de género, estudios subalternos…; y luego la mezcla delirante entre unos y otros: socio-etnología, etno-historia, etno-psicoanálisis, antropo-psicología…) o de la farándula socialdemócrata analfabeta y hedonista. Una aberrante –como digo- combinación de anarquismo del amor, la caridad, el sexo libre y un furibundo aunque indocto anti-clericalismo, con el barniz de la felicidad canalla y estúpida representada por el “star-system” del espectáculo completamente aburguesado y domesticado dentro de los cauces de un capitalismo de mercado pletórico cuyos fundamentos (sistema bancario, medios de producción, multinacionales) prácticamente ya no es cuestionado seriamente por nadie salvo por los manifestantes anti-globalización que han sido totalmente incorporados al elenco del sistema.
 
Se observa pues cómo todo lo que pueda o quiera considerarse “de izquierda” o progresista en el terreno político-electoral efectivo europeo (es decir, que busque el voto del ciudadano consumidor satisfecho medio), ha venido a converger en una plataforma socialdemócrata-libertaria no marxista ni leninista (ya lo dijo el profesor Gustavo Bueno: si le quitas a Lenin a la izquierda, lo que te queda es una ONG) que no se diferencia ya en nada en términos de la economía política con lo que se considera la derecha (democracia cristiana). El radicalismo está ahora en esas nuevas plataformas “libertarias” y anti-clericales de las que se sirven en democracia los políticos socialdemócratas para tratar de trazar una línea divisoria, pero entonces pasa lo que consigna Luciano Canfora en Crítica de la retórica democrática:
 
Parece, pues, que la izquierda está condenada en Occidente a una política mediocre y, por tanto, a un fracaso periódico: a hacer una política cauta y decepcionante para sus propios seguidores, tímida y, sin embargo, irritante para las fuerzas que le son hostiles y que periódicamente consiguen arrancarle, aprovechándose de su escasa fuerza incisiva, su propio electorado “natural”.   

8.- ¿Cree que hay algún sustrato común entre los países iberoamericanos que fundamente una potencial Alianza Socialista Iberoamericana?
 
Bueno, esa Alianza Socialista Iberoamericana es música conocida para mí. Y sí, desde ciertas perspectivas es posible advertir ese sustrato común: el español y el materialismo corporeísta implícito en el catolicismo. El problema es que los agentes disolventes cobran cada vez más fuerza: indigenismo, autonomismo, Leyenda Negra, nacionalismo exacerbado, progresismo indocto socialdemócrata.
 
Es una tarea descomunal, pero hay que mantener la crítica a efectos de ir construyendo una plataforma consistente, sistemática y coherente, a la altura de nuestro tiempo, que poco a poco pueda irse deslizando y presentando como alternativa real y mínimamente factible.
 
9.- ¿Qué balance a nivel político haría de la Revolución Cubana y de la importancia política de Fidel Castro?
 
Como dije más arriba, el cubano es uno de los tres grandes procesos de configuración nacional por vía revolucionaria en Hispanoamérica. Su existencia como régimen efectivo y en ejercicio tiene que ser visto como el espejo para proyectar las grandes preguntas de la política y de la política revolucionaria de nuestro tiempo: ¿cuántas generaciones puede durar una revolución política?, ¿es inevitable, como se está constatando, que toda revolución devenga dictadura?, pero ¿cómo analizar entonces a Lázaro Cárdenas y la revolución mexicana a la luz de esta cuestión fundamental? ¿Cómo hacer el balance del comunismo del siglo XX a la luz de los resultados aportados por Cuba?
 
Fidel Castro es indiscutiblemente uno de los grandes líderes políticos del siglo XX y uno de los grandes dirigentes militares. Y digo esto con la mayor objetividad que me es dado lograr, del mismo modo en que, por ejemplo, José María Laso decía que, para él, los tres más grandes dirigentes militares del siglo XX fueron Churchill, Stalin y Juan Negrín.
 
Ahora bien, un gran líder es igualmente grande tanto en sus aciertos como en sus errores. Es la tragedia de siempre, desde Alejandro y César hasta Napoleón y Bismark: tras su desaparición sus logros son destruidos por sus sucesores y sus errores son exaltados por sus enemigos de siempre. Es un problema político fundamental en definitiva, porque para realizar análisis históricos sobre y desde el presente es preciso, más que tener la perspectiva del cirujano –que tiene tiempo limitado y la urgencia de operar-, tener la perspectiva del anatomista –que puede observar y tomarse todo el tiempo para estudiar-.
 
Cuba y el futuro de su régimen ocupan en todo caso un lugar central, decisivo y definitorio para cualesquier indagaciones teóricas y filosófico políticas que vayamos a hacernos en el futuro.
 
10.- ¿Cree usted que el Islam es un movimiento de izquierdas, como apuntan algunas izquierdas, o acaso no es sino otro tipo de fundamentalismo? ¿Cree usted que el Islam o los diversos movimientos islámicos son una amenaza?
 
El del Islam es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, sobre todo en virtud de que el relativismo y el anti-norteamericanismo genérico, sobre todo en Europa, pero también en Hispanoamérica, impide ver la verdadera escala del conflicto. La caída de la URSS fue decisiva. Ya mencioné más arriba al sociólogo desquiciado que quiso o quiere ver a Bin Laden y Marcos como los líderes de la resistencia contra El Capital. Y ese tipo de comentarios es el común denominador de las discusiones: se trata casi siempre de activistas o de periodistas que siguen en la misma caverna ideológica.
 
Un racionalismo materialista y ateo como el que defendemos desde el materialismo filosófico es completamente incompatible con el Islam; pero ya ni siquiera se trata de defender un ateísmo materialista, es que ni siquiera el liberalismo laico moderno desde el que tantos progresistas e izquierdistas expresan sus sentimientos éticos, laicos y libertarios sería imaginable en un mundo islamizado. Es un error catastrófico querer ver en el islam a una plataforma de izquierda. Eso es un suicidio. Y por ahí van los tiros. Pero si todo está en manos de activistas y de políticos oportunistas, el futuro es entonces desolador.

Luciano Canfora tuvo el acierto de añadir como apéndice a su libro Exportar la libertad (Ariel, 2007), una carta verdaderamente significativa para lo que aquí comentamos. Se trata de una carta fechada el 1 de enero de 1989, el remitente es ni más ni menos que Ruhollah al Musawi al Jomeini, es decir, el ayatolá Jomeini. El destinatario es Gobarchov. En ella, Jomeini expone las razones en virtud de las cuales las causas del comunismo soviético que en breve caería se verían retomadas por el Islam, terminando la carta no sin antes recordarle sin ambages que “la República Islámica de Irán, el bastión más sólido del Islam en todo el mundo, no tendría dificultad alguna en colmar el vacío ideológico de su sistema –el de Gorbachov-”.
 
Víctor Farías, por su parte, acaba de publicar en Tecnos, en 2010, lo que podría ser considerada una suerte de continuación de su clásico libro sobre Heidegger y el nazismo, con el revelador e inequívoco título Heidegger y su herencia. Los neonazis, el neofascismo y el fundamentalismo islámico. Ésta es la cuestión.
 
11.- ¿Cree que todo anticapitalismo es igual? ¿qué diferencias relevantes observa entre los movimientos anticapitalistas más destacados? ¿Cree que los movimientos utópicos son contraproducentes?
 
No, en absoluto, no todo anticapitalismo es igual. El problema fundamental es que, caído el socialismo real en tanto que alternativa efectiva (la URSS), la tendencia general apunta hacia un anarquismo comunitarista genérico sin posibilidades de proyección universal.
 
Pero también la crítica ético-humanista al capitalismo, en virtud de la cual se condena la mercantilización de la vida, carece por completo de sentido, puesto que, como todo materialista debe saber, la forma mercancía es una figura dialéctica constituyente de las sociedades contemporáneas, que son, objetivamente, sociedades capitalistas. Dice Bueno en La fe del ateo: ‘el capitalismo no es un sistema destinado a producir por producir de nuevo, como superficialmente pueden llegar a pensar los profesores; es un sistema destinado ante todo a producir y a producir obras (ferrocarriles, autopistas, rascacielos) que jamás habrían podido históricamente ser construidas por otro sistema. Y si la reproducción recurrente capitalista funciona es porque el proceso material de los ciclos funciona también.’ (p. 186). Y dice Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo,que el problema no es tanto el mercado en sí mismo sino los monopolios, que existen al lado y por encima de él. Esta crítica humanista es, en todo caso, la típica condena del izquierdista ético que, o no ha leído en absoluto, o que ha leído sólo por encima a Carlos Marx.
 
Por cuanto a los movimientos utópicos me considero fiel seguidor de Maquiavelo y de Lenin.
 
12.- ¿Por qué cree que todos los medios de comunicación españoles se encargan de ridiculizar a las izquierdas hispánicas?

Antes que todo, por el auto-desprecio en el que seguramente están inmersos quienes diseñan las críticas que señalan en su pregunta. Pero el problema también es que durante años, y no gratuitamente, todo lo que remitiera a España remitía –y remite, según algunos- a Franco. El asunto es ampliar un poco el diafragma en el análisis histórico, para ver que el problema es mucho más complejo y abarcador. Los análisis de Marx y Engels sobre la revolución en España son fundamentales a este respecto, del mismo modo que lo es El mito de la izquierda de Gustavo Bueno.
 
13.- ¿Cree que el tildar de izquierdas a los movimientos nacionalistas étnicos es correcto o incorrecto?
 
Es absolutamente incorrecto. El nacionalismo étnico es un racismo disfrazado (quiero decir, con el término “étnico”, puesto en circulación después del Holocausto, se quiere evitar oblicuamente la referencia a la raza, pero en el fondo están en la misma escala dialéctica). Además, los nacionalismos étnicos son un callejón sin salida político.
 
14.- ¿Cree que el capitalismo actual de mercado pletórico –de plétora de mercancías producidas y consumidas- es el final de la historia y el estadio final de felicidad de las naciones del mundo?
 
No en definitiva, pues la historia no puede tener un final determinado. El verdadero problema es diseñar una alternativa efectiva y coherente. El trabajo es arduo.
 
15.- ¿Vería con buenos ojos la lucha por la unidad de los hombres y mujeres que hablan español y portugués en una sociedad política socialista? ¿Cree posible y necesaria la unidad de 400 millones de seres humanos, con un pasado y un presente común, en el socialismo, en un futuro aún más común?
 
Sería la única manera de poder incidir en el curso de la historia mundial a una escala similar a aquella en la que lo hicieron los libertadores hispanoamericanos, de Morelos y Bolívar a Juárez, o los grandes estadistas, generales y cancilleres del imperio español que tanto interés pudieron perfectamente haber suscitado en ese agudísimo florentino llamado Nicolás Maquiavelo (como de hecho sucedió con Fernando el católico y César Borgia), o, más cercano a nosotros, en un historiador de la talla de John H. Elliott.
 
Todo lo demás queda reducido, como De Gaulle decía, al rubro de las cuestiones de intendencia, es decir, administrativas.