Fines y medios: Acerca del recurso de la distinción entre finis operantis y finis operis en la interpretación de la Historia y sus implicaciones para la praxis política
El surgimiento de una nueva izquierda tiene que ir asociado necesariamente a la conformación de un bloque político a escala continental, porque solamente un bloque así es verdaderamente soberano, esto es, dueño de su territorio. Territorio que puede apropiarse plenamente porque lo puede defender frente a terceras potencias. Esa fuerza política que le dé la unión será necesaria para defender el proceso revolucionario frente a los ataques de los Estados e Imperios amenazadores. Y además lo dotará de la fortaleza para difundir esos mismos principios, convirtiéndose en Imperio Generador.
El materialismo filosófico ha mostrado con clarividencia la dialéctica entre las revoluciones y los Estados imperiales. Los principios revolucionarios animaban la expansión de estos Estados y a la vez la justificaban. Pero no hay que olvidar que esta expansión tenía que ocurrir necesariamente también mediante la depredación, si aceptamos la ley de que un imperio sólo se expande mientras el provecho de sus conquistas sea mayor o igual que el costo de su mantenimiento. Gustavo Bueno relaciona esta dialéctica con los conceptos escolásticos de finis operantis y finis operis. Porque los sujetos individuales obran guiados por sus propias necesidades, con miras a su provecho y para satisfacer sus ambiciones, en muchas ocasiones también de forma rapaz. Pero el sentido último de sus obras, la resultante de todas ellas, se les escapa, porque actúa con otro ritmo y a otra escala, por encima de las voluntades de los individuos y con consecuencias inesperadas.
Esta perspectiva, la del análisis del finis operis de los procesos históricos es la que verdaderamente arroja luz sobre las líneas de la Historia Universal. Sin embargo, el uso extendido es juzgar la Historia, más que entenderla, con criterios eticistas, valiéndose para evaluar imperios y sistemas políticos del único parámetro del número de homicidios y de la cuenta de horrores y matanzas. De este enfoque es víctima tanto la fama del Imperio Español de América como del sistema comunista soviético. Una perspectiva errada ésta que repercute también en las urgencias políticas del presente, donde se pretende subordinar la política a la ética, irresponsable o demagógicamente, sin entender que existen contradicciones insalvables entre la ética, entendida como el conjunto de normas tendentes a la conservación de los cuerpos, y la política, referida a la eutaxia del Estado.
Un cambio de enfoque en el juicio histórico que tenga presente esta distinción clave entre finis operis y finis operantis, y no sólo la denuncia de las falsedades de la leyenda negra o el recurso al tu quoque (denunciando el mito del salvaje angelical en comunión armónica con la naturaleza benévola) es urgente en Iberoamérica para que podamos entender nuestra Historia y asumirla plenamente, sin renegar de nuestra condición hispánica. Porque la misma existencia de las repúblicas americanas es el resultado del proceso de la conquista, civilización y emancipación posterior, sin las que nunca hubiesen llegado a existir. Y porque la apelación indigenista al pasado precolombino ignora el hecho de que la unidad que tal identidad confiere a Iberoamérica es solamente una unidad isológica, incapaz por sí misma de precipitar una nueva unificación, si no es sobre el supuesto de las instituciones hispánicas comunes todavía vigentes. Entre ellas, por su importancia, la lengua española y el catolicismo.
Pero también este enfoque es el que pertenece por derecho propio al proyecto político de Izquierda Hispánica, en tanto que se propone objetivos a la escala de la Historia Universal. Este enfoque histórico puede a veces ponernos frente a contradicciones con la misma exigencia política de mantener la eutaxia del Estado, así como el fin de mantener la estabilidad de la economía política puede forzar a desatender obligaciones de carácter ético. Es en todo caso incompatible con el mantenimiento firme de un repertorio de principios morales abstractos y recomienda amplitud de miras y astucia política para tratar de atisbar la dirección de los procesos históricos que tienen lugar en el presente y así tratar de influir en ellos.
La política exterior soviética da ejemplos de esa astucia política con miras históricas, como es el caso de la estrategia adoptada durante la Guerra Civil española de detener las conquistas revolucionarias y defender propagandísticamente al Frente Popular y la democracia burguesa, con el fin de atraerse a las potencias occidentales, fundamentalmente al Reino Unido, y persuadirlas de que vendieran armamento al bando del Frente Popular. O la táctica de atraerse cualquier movimiento de masas, abanderando su causa, para crecer en militancia, aun a costa de actuar como el partido de la reacción. Así fue en el caso de la clase media que había sufrido las expropiaciones de las acciones revolucionarias colectivizadoras de los anarquistas de la CNT y que alimentó masivamente las filas del PCE. Otro ejemplo es la táctica seguida para reunificar al Estado republicano, que había quedado hecho trizas tras la sublevación militar y la desercion al bando rebelde de muchos miembros del funcionariado y de los cuerpos armados. El PCE apoyó primero al gobierno de la Generalidad de Cataluña con objeto de contener el predominio anarquista en la región pero con la intención de aprovechar después al PSUC para hacerse con el control del gobierno regional y favorecer la unificación del Estado.
También da ejemplos de astucia política histórica el nacionalismo fraccionario en España. Pues sus planes y programas son claramente de alcance histórico, dado que se proponen aniquilar a la nación política española y constituir nuevas naciones políticas. Este programa ha ido desplegándose a lo largo de un siglo con éxito. Se han valido para ello de la aceptación coyuntural y alevosa de los consensos de la Transición, y de que los partidos nacionales, enfrentados entre sí, los necesitan, cuando no obtienen mayoría absoluta, para formar gobiernos estables. Es decir, que a un ritmo más lento el plan secesionista sigue en marcha, debiendo su éxito precisamente a su colaboración en estos equilibrios transitorios del régimen. Mientras tanto, han ido explotando las nuevas competencias en pro de su causa, usando los aparatos ideológicos del Estado, escuelas y medios de comunicación, para adoctrinar a las nuevas generaciones en su ideario. En este contexto, ¿no sería el aumento exorbitante de los codiciados puestos de funcionario, de menos de un millón del Estado franquista centralista de la década de 1970, a los cerca de ¡3 millones! del Estado autonómico descentralizado actual, una de las claves, en el sentido del finis operantis, del éxito de la empresa del nacionalismo fraccionario, como finis operis?
Como colofón, propongo debatir sobre acontecimientos históricos y políticos concretos con aplicación de la distinción entre finis operis y finis operantis y tratar de extraer las implicaciones para la misión de Izquierda Hispánica.
Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo.