Hacia la séptima generación de izquierda

A vueltas con la educación ... y la democracia.


En una de las entradas de nuestra página web en las que tratamos el problema de la “educación” podemos leer en un fragmento lo siguiente: “¿Quiénes han sido los artífices de este desastre? ¿Quiénes estaban a la cabeza de la Administración pública cuando se decidió llevar a cabo el cambio que ha provocado este profundo desastre? Con un dato que tengamos en cuenta creo que es suficiente para contestar ambas preguntas: si buscamos en Wikipedia Alfredo Pérez Rubalcaba, leemos lo siguiente: «Con la llegada al Gobierno del PSOE en 1982, Rubalcaba asumió distintos cargos relacionados con la universidad y la educación. De hecho, en 1988 fue nombrado Secretario de Estado de Educación, y entre 1992 y 1993 fue nombrado ministro de Educación y Ciencia». Éste es el quid de la cuestión, la Logse (Ley Orgánica General del Sistema Educativo) es la ley con la que todo este desastre se desató y fue publicada el 3 de octubre de 1990. Rubalcaba fue el esbirro que llevó a cabo esta reforma que trajo el desastre que tenemos hoy en día”.
 

 
Alfredo Pérez Rubalcaba era el responsable político, pero necesitaba un experto –de esos que ahora tanto proliferan y que de tales tienen lo que la hembra de la mantis religiosa de amante fiel. Ese experto, en pedagogía, fue Álvaro Marchesi, Catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Hoy día está liberado de tal tarea, pues desde hace ya casi cuatro años es Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).
 
Las reformas educativas en las naciones del orbe  son una de las herramientas imprescindibles para el proceso de “globalización de la democracia” que a marchas forzadas se desarrolla desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, momento en el que Estados Unidos se puso a la cabeza del mundo. Primero para derrocar el pujante imperialismo que tenía frente a sí, el soviético, y en segundo lugar, derrotado éste, para ampliar su propio imperialismo económico-político, impulsando una globalización cultural, la de “la forma americana de vivir” y también una globalización del “bienestar” impregnado del “negocio”, de un “mercado pletórico” en el que todo ciudadano disfrute su forma genuina de ser libre.
 
El año 1990 fue un hito importante en este proceso, en lo que toca a los españoles, pues la LOGSE se promulgó y España comenzó a educar “demócratas”, hombres y mujeres libres (para comprar lo que quieran, como ya hemos señalado, en el mercado pletórico); con derecho también a la justicia y sabiendo además qué “significa”, por mor de la educación en valores que desarrolla la propia metodología; con mucho tiempo para amar… y así, de esta manera, alcanzar de una forma paulatina pero inexorable la intensa felicidad… podríamos incluso añadir el calificativo “democrática” para esa felicidad  y ya la “aureola” de la “democracia conseguida” casi sería visible.
 
 

Si atendemos al importante factor que es la educación en la imparable “globalización de la democracia”, podemos reconocer como un hito importantísimo, ahora para toda Hispanoamérica que el catedrático Marchesi partiera rumbo a ultramar para catalizar los procesos ya comenzados de globalización, de manera que todo hispanohablante, sea del país que sea, tenga claros cuáles son los valores importantes de hoy día y de los que se tienen que impregnar los nuevos “ciudadanos”: tolerancia, solidaridad (aunque en algunos discursos Marchesi, citando a García Márquez, hable de “amor”), democracia, paz... Así, con palabras de García Márquez, articula Marchesi su discurso, adaptado a las nuevas circunstancias: “Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
 

 
Pero la “utopía” no es tal, es pura metafísica, es la idea aureolar de “democracia” que lo que menos va a traer es “felicidad” para el ser humano”, como tampoco la trajo “Dios”, ni la trajo el “Comunismo”, los cuales no son tampoco ideas utópicas de “amor” y “justicia” respectivamente. En palabras de Gustavo Bueno (de su libro “La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización”): “Acaso la mayor debilidad del proyecto de la “revolución democrática global” deriva de su tratamiento, como especialidad cultural, dotada de energía y sustancia propias, generadoras por sí mismas de la libertad y de la paz. Pura metafísica, si presuponemos que la democracia parlamentaria es inseparable del sistema de mercado pletórico universal y, por tanto, que la globalización de la democracia es, en sí misma, un proyecto abstracto, imposible de llevar adelante, a espaldas de la globalización de los mercados pletóricos propia de la sociedad del bienestar” (pág. 233).