Hacia la séptima generación de izquierda

Los secretos de la Nueva Era

 

No pocos serán los que se pregunten qué interés puede tener para Izquierda Hispánica el fenómeno de masas que se halla detrás de la Nueva Era, la literatura de autoayuda, la prensa del misterio y lo sobrenatural, las “ciencias alternativas” (sic), las conspiranoias criptominarquistas del tipo Zeitgeist, y documentales como el que nos ocupa: “El secreto”, basado en un libro de Rhonda Byrne, paladín del llamado Nuevo Pensamiento. Otros calificarán probablemente estos contenidos, desde una perspectiva aristocrática y pedante de los saberes exenta de toda relación con la realidad mundana, como basura impropia de un análisis filosófico o político serio. Sin embargo, quienes optamos por una metodología analítica materialista manteniendo nuestra vista fija sobre el suelo sobre el que se edifican y sostienen los materiales de la realidad social, consideramos toda actividad operatoria de los sujetos de las sociedades políticas - especialmente si gozan de tanta acogida - como pertinente para su examen y posible puesta en relación con otros contenidos de las mismas. La basura es un momento de la realidad del mundo, forma parte de él, y por tanto es un error obviarla e infravalorar sus contenidos. Puede suponer un fiel reflejo tanto de los sujetos que la demandan y consumen como de los valores y concepciones de su sociedad política, con todas las consecuencias que ello implica, así como un elemento de riesgo para la eutaxia o buen orden del Estado, tal como se sostendrá en este artículo. En este caso concreto, además, sobrepasa la categoría de lo coyuntural, tanto por su volumen como por su persistencia en la historia del último siglo. Por ello, y sin más preámbulos, procedemos a su trituración.

1. “El secreto” en sí mismo.
 
Para ser tal secreto, irónicamente está en todas partes. Lo recomienda un familiar, un amigo. Figura como libro y como DVD superventas en los escaparates de todas las librerías y grandes superficies; en la televisión entrevistan a los jugadores de fútbol de la selección española y no pocos lo citan entre sus libros de cabecera. ¿Qué clase de contenidos pueden figurar en su metraje o en sus páginas para que haya gozado de tan buena recepción y tantos dólares invertidos en su comercialización?
 
Ante todo podemos, sin lugar a dudas, calificar “El secreto” como un documento orientado a la pseudofilosofía de la “felicidad” y la autoayuda; concretamente como comprobaremos, decimos con Gustavo Bueno, solidaria de un concepto canalla de la misma que trata de disfrazarse con los andrajos espiritualistas y metafísicos de antaño.
 
Son pocos minutos del documental los que se necesitan para comprender el núcleo central de lo que propone “El secreto”. En esencia, un pintoresco colectivo de empresarios, autores de libros de estrategia financiera y autoayuda, profesionales estafadores del coaching, la naturopatía, el Feng Shui y las charlas motivacionales, psicoterapeutas (algunos con títulos falsos de doctor como se ha demostrado recientemente), autodenominados metafísicos y visionarios, y dos físicos extravagantes de los que hablaremos afirman a coro que existe una supuesta Ley de Atracción por la cual lo que sucede en nuestra vida es simplemente el despliegue de lo que consciente o inconscientemente aparecía previamente en nuestras mentes. Con énfasis declaran que emitimos ondas que varían en frecuencia según los pensamientos que alberguemos sean positivos o negativos - categorización exhaustiva donde las haya -, provocando una reacción en un Todo universal energético, vibrante y espiritual del que somos extensiones y que (“no preguntes cómo”, llegan a decir ellos mismos) otorga las formas y deseos que concebimos, aun cuando puedan ser contradictorios entre los distintos sujetos o tengan que hacer frente a la escasez de lo demandado. Por tanto, para alcanzar la felicidad, supuesto tácitamente que es lo que todo hombre naturalmente busca, que es su sentido vital, y a la que conciben como “tener un coche”, “ganar más dinero”, “comprar una casa de ensueño”, “citarse con tres mujeres en una misma semana” o “gozar de buena salud”, afirmarán que cada individuo deberá de enfocar su pensamiento, con total gratitud por lo que ya se tiene, hacia sus metas, visualizándolas, imaginándose disfrutando de ellas, aislándose de todo sentimiento de inseguridad, culpa o frustración, incluso llegando a recomendar alejarse de imágenes que provoquen esa sensación aun cuando se trate de la desgracia ajena. Uno de ellos, Bob Proctor (pretendido filósofo) llega a afirmar: “¿Por qué creéis que un 1% de la población gana alrededor del 96% de todo el dinero circulante?” Su respuesta: conocen el Secreto. Los que padecen, los menesterosos, según ellos, son responsables de su propia situación. Ellos la han atraído por su carencia de fe, aseguran estos pudientes gnósticos, darwinistas sociales, que defienden haber encontrado su filosofía de la vida feliz en sí mismos (desde luego, parecen estar encantados de haberse conocido) y no en sus previas condiciones materiales socioeconómicas. Se intuye aquí una potente hetería soteriológica que trata de rescatar a individuos flotantes dentro de núcleos sociales acomodados, reforzándolos grupalmente sobre ideas autoproducidas que tratan de dar un sentido a la posición de sus sobrevaloradas subjetividades, tan escasas de firmeza como abundantes en soberbia, en el mundo y la sociedad.
 
Añadamos unas cuantas citas descontextualizadas de personajes históricos que aparentemente conocían dicho secreto (¡y escribían sobre él!, ¡qué osadía!) y una introducción en la que se nos muestra cómo la autoridad del Imperio Romano, de imagen agresiva, vandálica y depredadora, acaba con un presunto saber arcano milenario de la cultura egipcia (la célebre Tabla de Esmeralda, en realidad un texto medieval de la pseudociencia alquímica) que debe ser ocultado, y ya tenemos todos los ingredientes oscurantistas de este producto infumable.
 
2. Los fundamentos de la felicidad.
 
Será necesario hacer una breve referencia a uno de los grandes mitos que maneja este documento: el de la felicidad. El principio según el cual el sentido que todo hombre da a su vida es el de la búsqueda de la felicidad es conflictivo al no ser dicho término, el de la felicidad, unívoco. Así como existen distintos tipos de hombre, entendido como especie y no como “género humano”, distintas concepciones de la felicidad se han dado en distintos contextos geográficos y temporales del campo antropológico. Al desproveer a la misma de los diferentes elementos metafísicos que en otros tiempos pretendían dar una situación al hombre frente a Dios o el Cosmos, su destino y su puesto en esa jerarquía, queda un mero concepto vacío, formal, cuya consistencia se basa en dar cabida a gran cantidad de fenómenos psicológicos y etológicos productores de un ánimo subjetivo de satisfacción. Así, el término felicidad como primer referente de una secuencia de términos análogos dependientes del mismo, no puede ofrecer contenidos objetivos de interés filosófico - si acaso, se originan en su propia literatura y se alimentan de ella -, ni mucho menos fundamentar una moral o una ética de la felicidad como aquí se pretende, salvo que se pretenda abogar por la complacencia de las pasiones subjetivas como guía de vida.  
 
Es notorio que la clase de felicidad que defiende “El secreto” es la felicidad canalla, egoísta, la de los pequeños goces de la sociedad de consumo, del Estado de bienestar, de los plebeyos que vemos convertida en síntoma la incapacidad para disfrutar de nuestro escaso tiempo persiguiendo los bienes objetivos de los pudientes. Uno de los intervinientes en este documental habla de “abrir el catálogo para hacer un pedido al Universo”; catálogo, presupondremos, del mercado pletórico y la democracia universal. Es una perversión hedonista, utilitarista, ilustrada y muy norteamericana (cabría recordar su Declaración de Independencia y el “derecho inalienable” de todo hombre a la búsqueda de la felicidad) de otras concepciones del término. Como decíamos, felicidad canalla que se alimenta de los despojos de tesis previas luteranas y calvinistas (la salvación a través de la fe, y no por la caridad, o la predestinación) o, mediando el consecuente pietismo subjetivista, del idealismo alemán: el pensamiento subjetivo donde sopla el Espíritu luterano, contradiciendo a la filosofía objetivista implícita en el catolicismo, configurará la realidad material. Esta razón trascendental aperceptiva podrá a su vez formar sus propias preferencias, previamente a su experiencia evolutiva de necesidades contingentes y a su praxis sobre el entorno, como si de su propia configuración cerebral o su disposición del alma dependiera. El paralelismo con la frenología y la cuantificación de la utilidad marginal del consumidor frente al “catálogo” del mercado universal de experiencias se nos muestra realmente sugerente.
 
Sin embargo, la actitud de repliegue vergonzante que muestran es notoria, tratando de convertir en saber positivo dicho concepto del espíritu ubicuo denominándolo “energía”, y aun recurriendo a físicos - como si el científico estuviera exento de introducir categorías filosóficas impropias de su campo en la propia configuración de sus observaciones y teorías - ya conocidos en estos círculos y abrumadoramente criticados por la comunidad científica por aplicar equívocamente los principios de la mecánica cuántica a nivel macroscópico y de la consciencia. Alguno de ellos, aparte de haber sido integrante de diversas sectas y de haber frecuentado compañías como las de los gurús Maharishi Mahesh Yogi y Judy Zebra Knight, una mujer que dice canalizar a un dios atlante de decenas de miles de años de edad llamado Ramtha, llegó a constituir el partido político de la Ley Natural, a saber, ecologista, misticista y partidario de la reducción general de impuestos. Cada cual que saque sus conclusiones.
 
3. La Nueva Era en general.
 
Consideramos a la secta del Nuevo Pensamiento situada tras esta producción, a pesar suyo, como parte de una corriente ideológica mayor y heterogénea - servirá aquí el concepto funcional de la Nueva Era - cuyos miembros convergen en una suerte de espiritualismo subjetivista, vago, epistemológica y moralmente relativista, escatológico en ocasiones (piénsese en 2012 o en la llegada del “hombre nuevo” en la Era de Acuario), cuyas raíces filosóficas germánicas y anglosajonas son innegables: protestantismo, idealismo - tal como se expuso con anterioridad - y romanticismo. Entre otras pretensiones, tratan de sincretizar con absoluta falta de rigor todo tipo de manifestación religiosa a pesar de sus irreductibles incompatibilidades - especialmente si es exótica y remite a alguna “cultura” ancestral más auténtica, lejana al terrible artificio de la deriva materialista occidental (sic) - de cara a sustentar un culto individualista basado en la libre vinculación de la persona al Cosmos (al parecer hay posibilidad de escogerlo) recibiendo a cambio su participación en la Gracia, o la felicidad canalla de su secularización, la cultura y el consumo. En resumen, se rodea al sujeto de una burbuja de solipsismo autocomplaciente que sólo podría haber asentado en la Pax Americana de los evanescentes Estados de bienestar demoliberales, siendo de hecho funcional al orden del pretendido libre mercado. El propio documental reseñado en este artículo llega a criticar abiertamente a los “críticos de los ricos”, veladamente al socialismo marxista. Las muestras de filantropía individual, estética, voluntarista y escasamente comprometida a nivel intelectual y organizativo dentro de este grupo y otros afines, calaron hondo entre las décadas de los años 60 y 70 junto con tesis psicologistas, existenciales e irracionalistas propias de Nietzsche, Freud o Heidegger: el malestar del ser individual frente a la civilización, la sociedad política, la moral, la autoridad, el rigor lógico o las exigencias de la propia existencia. Esto acabó por configurar los llamados “movimientos sociales y contraculturales” de las izquierdas indefinidas de la posmodernidad, de signo cercano a lo libertario, que tanto hemos criticado en otros escritos.
 
Pero el inframundo de la Nueva Era no queda resguardado únicamente bajo estos parámetros tan ajenos al materialismo y al socialismo, tan caros al negocio multimillonario de la superstición y el fetichismo mágico. Sus raíces y sus relaciones con la Sociedad Teosófica decimonónica y otros grupúsculos esotéricos de charlatanes, místicos e ilusionistas que prosperaron en Centroeuropa y, especialmente, en la sociedad británica victoriana, añaden a su bagaje la influencia de un romanticismo tradicionalista que reacciona ante el avance del Nuevo Régimen. A la filosofía ilustrada, al materialismo, al positivismo, a la ciencia y la industria, a los Estados nacionales y su racionalización holizadora de la ciudadanía, así como a otras manifestaciones de la Modernidad que hacen perder al hombre su lugar de privilegio en la sociedad, en el Universo y ante un Dios ya desaparecido (“Dios ha muerto”), se le opone una mayor profundización en la religión popular, las supersticiones, el irracionalismo pasional y espiritualista a escala subjetiva, la idealización de las tradiciones y costumbres de las diferentes etnias, la política considerada a escala feudal, el culto al mitificado Reino de la Naturaleza en ciertas manifestaciones del incipiente ecologismo anti urbanita, así como a su pretendidamente opuesto Reino de la Cultura sustancializado a través de las nacionalidades, etc. Es fácil advertir en esta toma de posición la génesis de derechas extravagantes o no alineadas, algunas de ellas melancólicas hacia determinados rasgos del Antiguo Régimen (y a menudo de acuerdo llamativamente con muchos izquierdistas indefinidos), como es el caso del indigenismo, el secesionismo identitario neofeudal, el filoislamismo occidental o el nacionalsocialismo antisemita. De hecho, la propia Helena Blavatsky, fundadora del movimiento teosófico, fue de las primeras en teorizar sobre las propiedades espirituales de las razas - en especial, la raza aria indoeuropea, a la que consideraba superior - y su pensamiento influyó profundamente en el esoterismo propio de la Sociedad Thule y muchos nacionalsocialistas, entre ellos Adolf Hitler.
 
Exista o no un finis operantis, un fin pretendido por estas sectas y sus fuentes de financiación de penetrar en las diversas sociedades políticas afianzando, bien los valores de mercado y la sociedad de consumo, así como el grado de relativismo subjetivista necesario para sostener una democracia liberal en la que toda opinión y todo proyecto de vida se considere convergiendo con el mismo valor en el foro público, o bien el culto identitario apropiado para que el Imperio realmente existente divida e impere, lo cierto es que el finis operis o resultado plausible del conjunto de estas operaciones que necesariamente desbordará las subjetividades de sus protagonistas lo concebimos como una amenaza explícita a la cohesión social y buen orden de los Estados por formular un radical subjetivismo metafísico, individualista, identitario en ocasiones, y escasamente caritativo que, aparte de inaceptable para nuestra perspectiva socialista y materialista específica, atenta además con gravedad contra el sentido crítico y la sana condición mental de la ciudadanía. Seremos por ello beligerantes en extremo contra todas estas manifestaciones esperpénticas de la posmodernidad y defenderemos su censura y hostigamiento legal por parte de los Estados realmente existentes.

                                                                        Salud, Revolución, Hispanidad y Socialismo