Hacia la séptima generación de izquierda

Corridas de Toros
 

En las últimas semanas, el Parlamento de Cataluña aprobaba la proscripción de las corridas de toros en esta comunidad autónoma española. En las siguientes líneas nos proponemos reflexionar sobre los motivos y causas que subyacen a esta decisión.

En orden a una mayor precisión, clasificaremos el abolicionismo taurino en dos grandes corrientes. En la primera se situarían aquellos grupos que identifican las corridas de toros como la genuina representación de la “Fiesta Nacional Española”. En este punto antitaurinos y partidarios de las corridas convergen, cautivos ambos del mito de la cultura. Toreros y empresarios del sector han pedido recientemente pasar a depender del Ministerio de Cultura que dirige Ángeles González-Sinde (en la actualidad están sometidos a las directrices de Interior). Parece que los defensores de las corridas esperaran una salvaguarda especial por recibir la catalogación de bien cultural.  Detrás de esta pretensión se encuentra latente la idea de espíritu del pueblo de raigambre romántica, fundamento para Gustavo Bueno a partir de la moderna idea de cultura (objetual). Entonces, si las corridas son parte del alma española, de su cultura ancestral, su prohibición supondría la mutilación de nuestras esencias patrias.  Lo interesante es que, detrás del abolicionismo de corte secesionista antiespañol propugnado por ERC puede adivinarse una idea similar, aunque vuelta del revés. El independentismo vendría a sostener que, como los festejos taurinos son una seña de identidad cultural esencial española, y Cataluña no es España, con la prohibición se manifestaría  otro “hecho diferencial” de este territorio. Ahora bien, como ya hemos dicho, desde el Materialismo Filosófico es inadmisible la identificación de un artefacto cultural concreto (las corridas de toros) con una inexistente esencia cultural eterna y sustancialista (española). Todavía más absurda resulta la identificación unívoca España=toros cuando consideramos que las corridas se practican más allá de nuestras fronteras en otras naciones hispanas (México, Colombia, Perú, Ecuador etc.) y países de nuestro entorno (Francia y Portugal). 
 
La otra gran crítica antitaurina proviene de los sectores ecologistas defensores de los derechos de los animales. A sus ojos, las corridas no son más que un espectáculo bárbaro y deleznable donde el animal es maltratado y muerto con alto grado de crueldad. La visión ecologista es deudora de una concepción armonista  de la naturaleza, insostenible en gran parte de su argumento. Efectivamente, el hombre establece relaciones de convivencia con algunas especias animales. Los perros, los gatos o los canarios son animales de compañía en el mundo occidental, mientras que en la India por el contrario, las vacas tienen carácter sagrado. Pero el hecho es que el hombre en su evolución se ha distinguido por hacer también un uso alimentario e instrumental de los animales. Antes de la entrada en el Neolítico y la invención de la agricultura, el hombre es recolector y cazador. El hombre y las otras especies comparten un mismo espacio  de interacción en  el que se pelea a muerte por la supervivencia (el hombre caza para comer y tiene que defenderse del acecho de los depredadores). La domesticación ligada a la agricultura supone un paso más, el del uso con características instrumentales. El animal trabaja por el hombre (es su instrumento) facilitándole las labores agrarias o de transporte. La cría en cautividad de distintas especies también conlleva una simplificación en la obtención del soporte alimentario.
 
Volvamos a las corridas de toros. No son infrecuentes los gritos de “asesino”  que los partidarios de la abolición dedican a los toreros. De este modo, se produce en el imaginario de los antitaurinos una equiparación jurídica entre animales y humanos. El acto del toreo es aberrante porque se violan los derechos del animal. Luego entonces si animales y hombres se encuentran en un mismo plano legal, el uso instrumental de animales para fines de carga y de trabajo debería considerarse esclavitud (¿acaso se paga al animal por la tarea acometida?), las granjas tendrían que tomarse como campos de concentración y los mataderos a modo de hornos crematorios. Desde luego es la idea que subyace en el discurso vegetariano y sobre todo vegano. También reproducen el mismo esquema mítico que presupone la igualdad de derechos hombre-animal los que catalogan de maltrato lo que sucede en la plaza.  Ante este juicio respondemos que el “maltrato” que el matador dispensa al toro es una representación simbólica ritualizada de la lucha hombre-animal, en la que el torero también está expuesto a la posibilidad de caer muerto. ¿Considerarán también los ecologistas que un león maltrata a la cebra cuando se la come? ¿El ganadero maltrata a sus animales  cebándolos con el único fin de sacrificarlos?
 
En definitiva, nos mostramos en contra de la proscripción de las corridas de toros en Cataluña por las siguientes razones:
 
-Aunque rechazamos la interpretación que identifica de manera esencialista los toros con España, reconocemos que se trata de un espectáculo que continúa atrayendo a una proporción importante de españoles también en Cataluña. Por cuanto no pone en peligro la eutaxia del Estado, practicamos una tolerancia pasiva en esta cuestión.
 
-El prohibicionismo ecologista se sustenta sobre una concepción errónea de la relación entre hombres y animales que no puede aceptarse como base legal.

 

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