Hacia la séptima generación de izquierda

Diego Vega

Diego Vega no es un nombre real. Es una identidad clandestina en plena democracia burguesa coronada española. ¿Y por qué es clandestina? Debido a su puesto de trabajo, Diego Vega no puede firmar esta entrevista para Izquierda Hispánica con su verdadero nombre. El pecado cometido por esta persona que le lleva a ocultarse tras un seudónimo no es otro que rebelarse contra el neofeudalismo catalanista reinante en esta región española desde la dictadura franquista. Cataluña, una de las regiones españolas de mayor tradición obrerista, lamentablemente sólo ha conocido dos gobernantes políticos de peso específico en el siglo XX: Franciso Franco y Jorge Puyol, siendo Pascual Maragal, José Montilla y Arturo Mas seguidores de las obras de los anteriores. Esta entrevista es un grito contra el nacionalismo étnico excluyente catalán, que publicamos aquí sin censura alguna.

 

 

1.- Haga primero una breve presentación de su currículum o semblanza profesional.
 
Lamentándolo mucho, sólo puedo afirmar que soy un disidente enfrentado al nacionalismo secesionista que lleva treinta años detentando el poder en la comunidad autónoma de Cataluña, España. No puedo revelar mis datos personales porque las circunstancias presentes me lo impiden.
 
 
2.- ¿Qué semejanzas y diferencias encuentra usted entre las izquierdas y las derechas en la actualidad?
 
Los términos izquierda y derecha aplicados a las corrientes ideológicas y a la política surgen de la Revolución Francesa. La izquierda de aquella época se caracterizó por su exigencia de libertad e igualdad desde una óptica racionalista que contrastaba con los “derechos históricos” de origen feudal que abanderaba la derecha. Las profundas transformaciones económicas y sociales que fueron consecuencia de la industrialización y el surgimiento del marxismo como paradigma filosófico que contemplaba un programa de emancipación social sin precedentes tuvieron como colofón la Revolución Rusa y la aparición de dos bloques enfrentados por la hegemonía mundial.
 
Tras el hundimiento de la URSS, desaparece el llamado socialismo real como alternativa de organización política, económica y social viable al caer derrotado en esa larga carrera de fondo que fue la Guerra Fría. Para entonces, ya hacía muchos años que una parte importante del socialismo se había vuelto reformista y había renunciado a sus aspiraciones revolucionarias. Sin embargo, todavía existía un modelo distinto, un referente ideológico y político y un apoyo logístico, un movimiento organizado de oposición. Todo eso se vino abajo con la simbólica caída del Muro de Berlín. Los viejos partidos revolucionarios se sumaron a la cola de los que ya eran socialdemócratas o pasaron a la marginalidad y el ostracismo. En este nuevo contexto, los teóricos del Pensamiento Único neoliberal se afanaron por anticipar el fin de la Historia no precisamente con la consecución del comunismo sino, por el contrario, con el afianzamiento definitivo del capitalismo.

A día de hoy, poco más de veinte años después de la caída del Muro, el capitalismo financiero se ha adueñado de la política internacional y una nueva crisis motivada por el lógico desarrollo de este modelo está provocando estragos sin que la izquierda reformista pueda hallar una solución convincente. Los postulados teóricos del socialismo marxista siguen ahí, y aunque han cobrado vida otra vez con el objeto de encontrar respuestas, ya no existe una amenaza real al otro lado. El “espectro del comunismo”, como lo designaron Marx y Engels, ha desaparecido tanto como movimiento organizado de peso como con el significado de régimen político y bloque contrahegemónico.
 
Ya no quedan partidos políticos con serias aspiraciones de gobernar que propugnen acabar con el capitalismo. Resulta que con frecuencia el izquierdismo ha pasado a significar un banderín de enganche populista con el que oponerse a los partidos tachados de derechistas, pero el contenido es escaso.
 
Por su parte, la derecha, que junto con la izquierda firmó el tácito pacto social de contención de la clase obrera mediante la implementación de los Estados del Bienestar, ha visto cómo con la desaparición del bloque socialista y la degeneración de la izquierda se abren posibilidades ilimitadas para retornar a la época más cruda de la Revolución Industrial en lo que a las condiciones de explotación de los trabajadores se refiere.
 
Finalmente, parece que la izquierda y la derecha han acabado convirtiéndose, desde el punto de vista del marketing político, en etiquetas que sirven para dotarse de pedigrí ideológico o para desprestigiar al partido rival. Las diferencias, no obstante, existen desde el punto de vista de los programas y la actividad política de los partidos, y las encontramos tanto rastreando en la doctrina como analizando cuidadosamente contenidos, objetivos y materializaciones.
 
Por ejemplo, la nacionalización de los sectores económicos clave hace ya mucho que no es un tipo de propuesta habitual de los partidos de izquierdas mayoritarios, y cuando se ha llevado a cabo recientemente ha sido en el contexto de los países en vías de desarrollo por parte de gobiernos populistas que escondían intereses corporativos alejados de un verdadero proyecto global de emancipación. Por otro lado, la socialdemocracia lleva tiempo colándonos la privatización de los considerados por ella misma pilares fundamentales del Estado del Bienestar, la educación y la sanidad, pretextando coyunturas económicas determinadas, modelos de gestión, ofertas de servicios diversificados y cosas por el estilo. La polémica sobre la creación de una banca pública también ha resurgido con la crisis financiera, pero los partidos que debaten abiertamente este asunto no tienen suficiente fuerza como para incorporar este tema a la acción de un gobierno.

Dando por sentado que no se está cuestionando el capitalismo en absoluto, todos los partidos políticos de las democracias occidentales, se llamen de izquierdas o de derechas, están estrechamente relacionados con los poderes económicos, por lo que son parte interesada en no poner en tela de juicio el sistema. Llegan al poder por la mediación de los “lobbies”, más o menos encubiertos, a los que sirven y cuyos intereses van a representar. Teniendo presente esta coincidencia fundamental, lo único que podemos reconocer es que los partidos de izquierdas son susceptibles de destinar mayores partidas de dinero público a cubrir necesidades sociales básicas, la sanidad y la educación, pero también la mejora de la calidad de vida de los sectores más desfavorecidos y la implementación de políticas de igualdad entre los diferentes estratos de la población, ya sea por clase social, por sexo…
 
Este tipo de programas se encuentra fuertemente condicionado por la dificultad que entraña la aplicación de políticas fiscales progresivas y evitar el fraude, tanto el permitido como el delictivo. Más todavía si tenemos en cuenta que, tal y como hemos señalado, tanto la derecha como la izquierda mayoritarias representan los intereses de los poderes oligárquicos cuyo desmesurado poder va en consonancia con las trabas impuestas a la redistribución de la riqueza.
 
No obstante, las políticas sociales también se ven lastradas por dos factores importantes que se complementan: los casos de corrupción y una gestión ineficaz e ineficiente que desangra las arcas públicas. Eso se traduce en amiguismo, nepotismo, creación de redes clientelares, sustitución del concepto de servicio a la ciudadanía por el puro interés personal y/o partidario…

 
3.- ¿Cómo valora la situación política de México, España, Honduras, etc.
 
Creo que para responder a esta pregunta puede resultar muy didáctico  establecer tres parámetros diferentes en lo que respecta al modelo de Estado iberoamericano.
 
­Por un lado, podemos hablar de naciones cuyos vínculos de dependencia y subordinación a los Estados Unidos son muy estrechos. Son países que pueden incorporar en su seno diferentes líneas de oposición a este nivel de penetración del imperialismo, pero que soportan gobiernos que apuestan definitivamente por una política pronorteamericana, con el subsiguiente rol secundario que conlleva esta dinámica perversa para cualquier potencia. En este sentido, los indicadores objetivos nos muestran claramente cómo esta estrategia está conduciendo a convertir estos países en el patio trasero del gran vecino del norte, a enquistarse en los problemas lejos de resolverlos. Responde a la lógica de decantarse por el caballo ganador y seguir su estela con el objetivo de alcanzar sus mismas metas, sin pretender advertir que es precisamente este modelo de desarrollo norte-sur el que genera las problemáticas y su propia lógica interna. Desgraciadamente, naciones con un enorme potencial como México o Colombia se están viendo constreñidas a esta gravosa situación.
 
Por otro lado, nos encontramos con aquellos países detentados por gobiernos populistas con perfil de régimen autoritario, a caballo entre el nacionalismo y el indigenismo –si puede darse el caso– maquillados mediante el consabido falso izquierdismo panhispánico. Estos gobiernos pueden acometer reformas y tomar medidas aparentemente transformadoras como la nacionalización de servicios y empresas que, sin embargo, no muestran un claro objetivo emancipador o sencillamente social, sino que están orientadas a aumentar el poder de los mismos sectores gobernantes y de quienes se relacionan más estrechamente con ellos. Su supuesto enfrentamiento con el imperialismo no es del todo real, por cuanto viene condicionado por las cuotas de poder que puedan repartirse con las potencias imperialistas.
 
Aún admitiendo que la existencia de estos modelos no encaja perfectamente en el guión prefijado por los poderes hegemónicos, la doblez de estas propuestas, su fondo reaccionario y su incapacidad manifiesta para enfrentar los desafíos de la coyuntura presente los hace inservibles y rechazables. Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua son los representantes paradigmáticos de este nacional-populismo iberoamericano. Las pugnas y escaramuzas recurrentes entre estos países y los del primer modelo son una demostración de la inviabilidad de ambos.
 
Por último, están aquellas naciones que abogan por su independencia conjugando el desarrollo económico con el empeño por contrarrestar las desigualdades sociales y la lucha contra el crimen organizado, así como planteándose abordar una necesaria mejora del funcionamiento de las instituciones democráticas. Brasil y Argentina han tomado este camino.
 
Es un modelo que tiene como contrapartida las enormes dificultades que supone bregar con las oligarquías y encararse a prácticas corruptas seculares que tienen su origen en la propia naturaleza de un sistema al que no se cuestiona en última instancia. Las eventuales victorias de este esforzado reto suelen utilizarse para disimular las limitaciones que le son inherentes. Las tendencias conservadoras están al acecho para llevar a su terreno los logros obtenidos, para abortar los avances o con el fin de ejercer como cancerbero ante las fuerzas progresivas que pueden encontrarse en los partidos reformistas.
 
En cuanto a España y Portugal en el contexto del continente europeo, se encuentran en la encrucijada que supone un Reino Unido ligado a los Estados Unidos y al conjunto de las ex colonias británicas, por un lado, y la hegemonía del eje francoalemán en la UE por el otro.
 
Portugal presenta los problemas característicos de los países pequeños, con unas posibilidades de crecimiento limitadas. España es una nación debilitada por una fragmentación política y administrativa, propiciada por los nacionalismos secesionistas y su mal ejemplo, que tiene su correlato socioeconómico y que se está viendo expuesto a las claras en esta época de crisis. Sólo cuando España resuelva sus problemas internos apostando por gobiernos fuertes que actúen con firmeza frente a las imposiciones de los sectores oligárquicos –el sector financiero en particular– y al chantaje de las tendencias disgregadoras podrá hacer oír su propia voz. Partiendo de esta base, las alianzas con los otros países europeos que presentan una situación en cierto modo similar a la española –las potencias emergentes del Este entre ellos– serán cruciales de cara a defender políticas comunes en el seno de la UE.
 
 
4.- ¿Qué opina usted de la herencia española en Iberoamérica?
 
La llegada de los españoles introdujo al continente americano en la Historia moderna siguiendo un proceso que culminó en la lucha por la independencia frente a la invasión de España por las tropas napoleónicas y contra el absolutismo. Fueron los intereses caciquiles junto al imperialismo europeo y norteamericano los que impidieron el surgimiento de una Iberoamérica revolucionaria, unida y fuerte. Esta supeditación se ha prolongado hasta nuestros días y se encuentra en la base del subdesarrollo económico y social y de la conflictividad política constante. La Revolución cubana o la vía socialista propuesta por Salvador Allende en Chile han significado algunos de los intentos más notables de revertir el sometimiento de la América hispana. Sin embargo, se sigue tirando del populismo nacionalista y de ideologías igualmente reaccionarias como el indigenismo para, supuestamente, reivindicar la soberanía de las diferentes repúblicas, cuando son estos planteamientos miopes o interesados los que, precisamente,  ponen trabas a la emancipación. En este sentido, la tan cacareada leyenda negra contra la colonización española puede utilizarse como una de las cortinas de humo con las que se enmascaran tanto la corrupción, la ineptitud y el desgobierno como la colaboración explícita o tácita con el imperialismo actual.

 

 

5.- ¿Qué piensa usted del legado de la Unión Soviética? ¿Cree usted que el modelo soviético de socialismo es el único realmente posible?
 
Esta pregunta merece dos enfoques distintos que acaban complementándose.
 
De una parte, vale la pena cuestionarse si la creación de la URSS respondió a la sincera vocación de seguir el guión revolucionario establecido por Marx y Engels o si, por el contrario, éste tan sólo sirvió como pretexto para modernizar todo un imperio –que todavía albergaba estructuras feudales– mediante un modelo de capitalismo distinto del capitalismo de “libre mercado”. Esta disyuntiva no trata de ser un mero ejercicio de política-ficción, sino una pregunta que la historiografía lleva haciéndose desde hace ya bastante tiempo.
 
Sabemos por la Crítica al Programa de Gotha lo que pensaba Marx acerca del reformismo suscitado por la socialdemocracia naciente, pero lo que hubiera opinado sobre el leninismo y sus aparentes continuadores sólo podemos plantearlo por inferencia.
 
La ruptura con el guión marxiano se ha identificado con la represión ejercida por el Ejército Rojo, así como con las primeras reformas económicas de carácter capitalista ordenadas por Lenin y justificadas ad hoc. Las críticas vertidas por otros teóricos del marxismo –como la reconocida ortodoxa Rosa Luxemburg– pudieron verse refrendadas con la llegada de Stalin al poder. La tan polémica dictadura del proletariado, que Marx reivindicó en su crítica al partido de Lassalle y a los sindicalistas alemanes, nunca llegó a producirse. El partido comunista, más que vanguardia, soporte o guía del proletariado, acabó convertido en el verdadero sujeto de la revolución. Lo que se dio fue una dictadura de partido único, identificado por sus representantes como garante y custodio de los intereses de la clase obrera, pero que a su vez despreciaba la tradición obrerista y se organizaba de forma autoritaria y jerárquica trasladando ese mismo esquema al conjunto de la sociedad por medio de una asfixiante estatización y burocratización. Esta concepción del partido y del Estado fue completada con la manipulación de los textos marxianos con el fin de convertirlos en una filosofía cerrada –una posibilidad que Marx y Engels habían rechazado en oposición al sistema hegeliano–, en un dogma de fe, en una suerte de religión de Estado. Fragmentos enteros de obras clave escritas por los dos sabios alemanes fueron destruidos u ocultados, así como igualmente fue desechada la doctrina marxista no oficial y, en general, toda obra intelectual o expresión cultural que no casara con los objetivos del régimen.
 
La URSS, no obstante, triunfaba en el plano económico a través de las campañas de colectivización e industrialización masivas, de la obligatoriedad del trabajo, de la intensiva explotación del campo y el trabajo en las fábricas como nunca antes se había producido, de una militarización de los trabajadores que iba paralela a los logros en cuanto a alfabetización del pueblo, igualdad entre los sexos, promoción cultural, formación especializada y establecimiento de un sistema sanitario amplio y moderno. Pero todo ello respondía a las necesidades de un gigantesco imperio remodelado, no a la emancipación de la clase obrera. El siguiente enfoque viene a apoyar esta tesis.
 
Una concepción del socialismo marxiano interpretado en clave evolucionista que no se contradice con la dialéctica, por la que el socialismo no sería otra cosa que la puesta al día de los objetivos democráticos del liberalismo en el contexto histórico, económico y social presente tras la Revolución industrial y en virtud de sus necesidades.
 
Marx y Engels no fueron utopistas y, en consecuencia, no se pararon a diseñar la futura sociedad comunista que vendría tras la revolución socialista, la desaparición de la división social del trabajo y de las clases sociales. Pero sí esbozaron lo que el Lenin de El Estado y la Revolución remachó: una sociedad en la que tanto los medios de producción como los bienes de consumo estarían colectivizados y en la que el Estado, entendido como instrumento coercitivo al servicio de la clase explotadora, desaparecería con la extinción de las mismas clases.
 
Huelga decir que el modelo soviético y sus sucedáneos no propiciaron tal cosa, sino antes lo contrario. Se forjó una nueva clase burguesa emergente en torno al partido como estructura de poder. Una élite burocrática y un cuerpo de tecnócratas seleccionados dirigían los destinos del pueblo en una reedición contemporánea del despotismo ilustrado que también nos retrotrae al socialista premarxista francés Louis Auguste Blanqui y su defensa de una dictadura obrero-burguesa. El Estado no desapareció, sino que se hinchó enormemente porque respondía a sus crecientes necesidades y a las de quienes lo dirigieron, los dueños de la superpotencia que se había creado con el colosal esfuerzo de una clase trabajadora que seguía sin ser la dueña de su propio destino.
 
Las relaciones de producción anteriores a la revolución no cambiaron de forma sustancial porque el partido convirtió al Estado en una única empresa capitalista que explotaba a la nación entera en régimen de monopolio, que seguía pagando un salario a unos trabajadores virtualmente funcionarizados y a la que siempre le venía grande el principio comunista “de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades”. El régimen totalitario fagocitó la lucha de clases como motor de la Historia de la misma forma que quiso controlar todos los aspectos de la vida social.
 
Esta asunción del conflicto de clases por parte exclusiva del partido tildó de reaccionaria cualquier oposición al régimen, aunque respondiera al intento de derrocar a aquellas élites dirigentes partitocráticas convertidas en una nueva casta. Se ha expresado diciendo que el equilibrio dialéctico entre el materialismo y la Historia se rompió priorizando el materialismo, pero las élites –llamémosles “nomenklatura” si nos apetece– justificaron la impostura apelando a los enemigos, interiores y exteriores de la revolución, al capitalismo, al liberalismo o incluso al izquierdismo, y sus medios de coacción y propaganda. Serían, de esta forma, el capitalismo y sus caballos de Troya quienes impedirían la consumación de la revolución socialista y llegar a la meta de una sociedad comunista sin clases.
 
Es aquí donde hallamos el error o trampa conceptual de forma y de fondo que anida en el modelo socialista soviético y en sus imitaciones: pretender hacer creer que puede encajar perfectamente la filosofía de Marx y Engels con un proyecto político de original capitalismo socialista, valga la paradoja. Esta afirmación contiene su expresión real más irónica con lo que está sucediendo en la China Popular actual, en la que el otrora avanzado Partido Comunista Chino dirige una economía capitalista de mercado.
 
Lo que ocurre, y doy por zanjado el tema, es que el socialismo marxiano no fue formulado con el propósito de servir de corpus doctrinal a los ideólogos de un imperio en su particular gesta por la hegemonía mundial, sino que se trató del más serio y completo intento de comprender las relaciones económicas y sociales mediante la filosofía y la Historia de la Humanidad, así como de dotar al movimiento obrero de un patrón de lucha y organización.
 
El socialismo siempre fracasará si lo que pretende es competir con el capitalismo por la sencilla razón de que eso significa medirse en campo contrario, con la inevitable consecuencia de jugar con las mismas cartas marcadas y acabar confundiendo medios, fines y proyectos. El socialismo científico, el socialismo marxiano, no fue concebido para competir con el capitalismo sino para sustituirlo o, mejor aún, para darle muerte, pero puede que todavía no se hayan dado las condiciones objetivas para lograr ese hito.
 
Puede que la clave se halle en el pensamiento de Antonio Gramsci y su concepto de hegemonía del proletariado antes que dictadura, en la hegemonía intelectual previa –pero complementaria a la postre– a la material, en la consecución de organizaciones políticas fuertes y estructuradas pero no elitistas.
 
Yo abogo por la visión no sectaria ni estrecha de la clase obrera que postularon Marx y Engels, una perspectiva que incluye a un proletariado que se ha ido transformando en la misma medida que lo ha hecho el capitalismo y también a todos los grupos sociales cuyo presente y futuro les han sido usurpados por los sectores que detentan el poder político y económico.
 
La Revolución rusa tuvo como protagonistas a los obreros y campesinos, pero no acabaron siendo los directores de aquel gran suceso histórico y del papel que podían haber desempeñado. El socialismo por el que hay que apostar en virtud de esta enseñanza es el que contempla a los trabajadores como sujetos –y no objetos– de la Historia, y protagonistas de su propio devenir.


6.- ¿Cómo valora el proyecto político panhispánico de Hugo Chávez?
 
El proyecto político chavista se disfraza con una estética panhispánica que da lustre a sus verdaderas intenciones imperialistas sobre el resto de Iberoamérica. Se manifiesta básicamente a través de tres ejes de actuación:
 
Económico, mediante la puesta en funcionamiento de entidades que dicen perseguir la unión solidaria de los países iberoamericanos y la viabilidad económica de éstos respetando su soberanía. Petrocaribe, acuerdo petrolero, responde a estas señas.
 
Esa fachada aparente esconde la intención de establecer malsanas relaciones de dependencia entre el régimen chavista y las naciones con las que dice pretender estrechar lazos solidarios y fraternales. Busca reemplazar la estrategia de dominación imperialista estadounidense o de otras potencias por una propia. Forma parte de una política exterior que no excluye el soborno y la coacción cuando no ve cumplidas sus exigencias.
 
Militar, exorbitando el gasto público en este ámbito con la compra de armamento a potencias extranjeras y una progresiva militarización de la población venezolana pretextando un fantasmagórico conflicto bélico con Colombia y la supuesta amenaza de invasión por parte de los Estados Unidos. Se trata, en realidad, de orquestar unas aparatosas fuerzas armadas que no se corresponden con fines defensivos sino agresivos, en virtud de la referida política hegemonista en el continente.
 
Mediático y propagandístico, recurriendo a la perversión de los conceptos, la manipulación ideológica, la adoctrinación educativa y el concurso de los intelectuales orgánicos. Tan sólo hay que fijarse en la tarea desempeñada por la cadena Telesur y en su programada falsificación de la realidad.
 
Y la realidad es que este megalómano proyecto requiere la expoliación de las riquezas venezolanas y de las arcas del Estado provocando la cronificación de la sempiterna deuda, mientras los servicios básicos prestados a la ciudadanía, la educación, la sanidad, los transportes o la seguridad en las calles son desatendidos.
 
Hugo Chávez engaña a la población mediante una falsa retórica, una pose histriónica, dádivas neoperonistas y nacionalizaciones improductivas de las que sólo sacan partido los sectores ligados al poder.
 
Chávez y sus adláteres ponen al Estado y las instituciones democráticas a su servicio exclusivo, criminalizan la disidencia y chantajean a los rivales en el reparto de las cuotas de poder político y económico.
 
El enfrentamiento con el imperialismo yanqui no concuerda con datos más objetivos, como son los contratos firmados con multinacionales norteamericanas dedicadas a la explotación del petróleo y del gas natural venezolano.
 
Tampoco tiene sentido apelar al socialismo cuando se han despachado derechos laborales tan significativos como el derecho a declararse en huelga, en virtud del desprecio a la legislación vigente y a la aprobación de leyes de signo claramente neoliberal que precarizan el trabajo y penalizan las reivindicaciones obreras.
 
 
7.- ¿Qué cree usted que hace fracasar los proyectos izquierdistas en la Unión Europea?
 
Se ha dicho que la activación de los Estados del Bienestar y la sociedad de consumo que llevan aparejada han desvirtuado las tradicionales reivindicaciones de la izquierda clásica o bien han servido como poderosos factores alienantes de las masas, y que la caída del comunismo ha arrastrado consigo a todas las izquierdas políticas. Lo cierto es que existen motivos suficientes para continuar luchando porque el conflicto de clases no ha terminado y el capitalismo sigue golpeando con sus inherentes crisis. La miseria sigue estando más repartida por el mundo que la riqueza, y el neoliberalismo económico ha mostrado sobradamente la reaccionaria naturaleza que le es propia.
 
Pero ocurre que la izquierda comunista carece de plataformas de apoyo logístico e ideológico como lo fueron la URSS y China, y sus partidos deambulan perdidos en coaliciones políticas tan heterogéneas como minoritarias, si es que no han pasado directamente al extraparlamentarismo. Mientras tanto, la izquierda socialdemócrata ha derivado regresivamente hacia el liberalismo y sus políticas económicas y sociales cada vez distan menos de las que aplican los partidos de derechas. Por su parte, los sindicatos de clase han perdido esta categoría pasándose tácitamente al corporativismo y al clientelismo.
 
Este panorama ha desorientado a los trabajadores y desmotivado a los militantes de las organizaciones políticas de izquierdas, ha envalentonado a la derecha liberal-conservadora y se ha sumado a las razones que alimentan el resurgimiento del populismo y del nacionalismo étnico o identitario.
 
Las izquierdas han solapado sus principios fundacionales mediante la incorporación de reivindicaciones que no les eran propias y que, en ocasiones, proceden de tradiciones filosóficas e ideológicas muy distintas y contradictorias entre sí. Se ha prescindido en buena medida de la izquierda que hacía de la exigencia de igualdad entre las personas su bandera y se ha pasado a una izquierda de la diferencia que, con la excusa de captar sensibilidades e identidades diversas, está recogiendo y apoyando proyectos políticos y demandas de naturaleza reaccionaria.
 
Las izquierdas tendrían que ser capaces de hacer una retrospectiva y un análisis crítico de sus éxitos y fracasos con el fin de afrontar el futuro con ambición y ante la alarma que suponen los retos del siglo XXI. El llamado Manifiesto de Euston, surgido del ámbito anglosajón, supone un encomiable aunque pequeño paso en esta dirección, pero su posible influencia aún está por ver.
 
 
8.- ¿Cree que hay algún sustrato común entre los países iberoamericanos que fundamente una potencial Alianza Socialista Iberoamericana?
 
Iberoamérica nunca debería de haber seguido su curso en la Historia por separado. Las miras estrechas, el caciquismo y el imperialismo siempre han minado su innata unidad, como también es decepcionante que España y Portugal no hayan vuelto a deshacer sus fronteras en beneficio de un nuevo proyecto común. Estrechar los lazos solidarios es la primera receta, pero el problema surge al corroborar que quienes más están alzando estas voces en el contexto iberoamericano son los consabidos caudillos populistas que sólo piensan en sus propios intereses.
 
 
9.- ¿Qué balance a nivel político haría de la Revolución Cubana y de la importancia política de Fidel Castro?
 
La Revolución cubana comenzó siendo una revolución burguesa, pero los mismos que se hicieron con el control de la situación derivaron hacia el marxismo-leninismo por influencia de Ernesto “Ché” Guevara y en un intento de sustraerse al acoso de los Estados Unidos y lograr el apoyo de la URSS.
 
El nuevo régimen completó la reforma agraria iniciada en la primera fase de la revolución y acabó estatizando definitivamente todos los medios de producción. Desde entonces, la socialización de la riqueza y de los bienes producidos por todo el país y la extensión y calidad de los servicios prestados han significado un hito nunca alcanzado hasta la fecha en ninguna otra parte del continente, un aspecto destacadísimo que parte de los opositores al castrismo ha tratado de minimizar. La experiencia revolucionaria cubana fue tomada como una referencia ineludible por parte de todos los movimientos de liberación nacional que se oponían al colonialismo, al imperialismo y a las dictaduras de derechas. De hecho, Cuba ha estado participando activamente y prestando su apoyo en el contexto de estos procesos revolucionarios especialmente en el Caribe, en otras naciones de la América hispana y en África.
 
Pero la otra cara de la revolución se traduce en la represión, el encarcelamiento o la liquidación de disidentes y no disidentes, a derecha e izquierda, así como en la conculcación de la libertad de expresión, de la libre asociación, de derechos laborales y de otras conquistas sociales determinantes, tal y como corresponde a todas las dictaduras comunistas o estalinistas, si se considera más adecuado este término. Y todo ello en atención a las propias características o necesidades de cualquier clase de dictadura, pero que son presentadas a la opinión pública como necesidades de la revolución o de la Patria Socialista.
 
Las dictaduras –autoproclamadas socialistas– de partido único copan el poder en todas las instituciones y absorben la esencia de la esfera social, ponen la estructura estatal a expensas del partido y a través de ella mediatizan y militarizan a la población con tal de que cumpla con los objetivos marcados por la clase dirigente. Podemos afirmar que no tienen un verdadero carácter emancipador y que su razón de ser consiste en entronizar un tipo de capitalismo socializante autoritario que poco tiene que ver con el socialismo cuya meta final es la consecución de una sociedad comunista sin clases.
 
Pero conviene dejar bien claro que el problema de las élites que vampirizan las instituciones públicas e imponen sus propios intereses al conjunto de la sociedad no es, ni mucho menos, exclusivo de las dictaduras. Estamos hablando del origen histórico de los males sociales que va cobrando forma y adaptándose al signo de los tiempos y a cada coyuntura específica.
 

10.- ¿Cree usted que el Islam es un movimiento de izquierdas, como apuntan algunas izquierdas, o acaso no es sino otro tipo de fundamentalismo? ¿Cree usted que el Islam o los diversos movimientos islámicos son una amenaza?
 
Existe una cierta confusión sobre este asunto. Se ha metido interesadamente en el mismo saco a los partidos árabes de izquierdas con aquellos movimientos políticos que mezclan religión e ideología. En este sentido, un movimiento político y religioso a la vez no puede ser de izquierdas estrictamente porque la religión es metafísica y la izquierda política procede de la Ilustración y, por consiguiente, es racionalista. En la práctica, estamos hablando de movimientos que introducen una agenda social y puede que ciertas reformas, como ocurre con todos los partidos políticos sean de izquierdas o de derechas, pero cuyo objetivo postrero sigue siendo la perpetuación de las estructuras de poder.
 
La corriente más reaccionaria de este modelo es el integrismo islámico, una ideología comparable al fascismo que fue alimentada durante años por los intereses geoestratégicos del imperialismo yanqui y que practica la “Jihad” o Guerra Santa contra los infieles por medio del terrorismo indiscriminado ejercido por células dispersas.
 
Pero hay que tener mucho cuidado: el pánico al terrorismo global está siendo utilizado de manera capciosa por determinados sectores frecuentemente ligados a la derecha mediática y también por los demagogos populistas y xenófobos con el objetivo de fomentar el odio racista hacia la población musulmana y poder justificar la implementación de políticas discriminatorias y liberticidas.
 
 
11.- ¿Cree que todo anticapitalismo es igual? ¿qué diferencias relevantes observa entre los movimientos anticapitalistas más destacados? ¿Cree que los movimientos utópicos son contraproducentes?
 
Creo que sigue siendo útil la clasificación establecida en el Manifiesto Comunista acerca de las diferentes tendencias socialistas que el socialismo científico estaba a punto de desterrar definitivamente. Tales tendencias siguen estando representadas actualmente de un modo u otro.
 
Existe un tipo de socialismo reaccionario, neofeudalista, gremial y mesiánico que pretende dar pasos hacia atrás en la Historia, reclamar los “derechos históricos” contra los que lucharon la Revolución francesa y las que siguieron, recuperar una comunitarista Arcadia feliz que jamás existió realmente y crear sociedades étnica o culturalmente homogéneas con la excusa del relativismo cultural. Los nacionalismos secesionistas pseudoizquierdistas, el indigenismo, todo tipo de localismos y algunos grupos “antisistema” representan a esta suerte de socialismo aldeano y endogámico. En cualquier caso, lo realmente cierto es que este paisaje tan bucólico esconde la voluntad de reclamar privilegios y demandar proteccionismo al Estado al que se ha demonizado previamente, pero al que, de manera sarcástica, se le exige subvencionar el objetivo final de la secesión. Los beneficiarios no son otros que unas Administraciones públicas regionales y locales que buscan aumentar su poder, los intereses empresariales a los que dichas Administraciones defienden y el imperialismo que se relame cada vez que salen grietas en la estructura de los Estados nacionales soberanos.
 
Los movimientos neofascistas, tercerposicionistas, nacional-bolcheviques y todo tipo de populismos no se originan de una filosofía demasiado diferente de la que se deriva del modelo anteriormente citado, pero su afán de travestir el nacionalismo de socialismo con las miras puestas en erradicar la lucha de clases es más explícito.
 
El socialismo burgués y conservador está representado a día de hoy por todas las políticas sociales, implementadas tanto por partidos socialdemócratas, liberales o conservadores, que no tienen otra función que la de mantener el sistema, sin promover reformas que impliquen transformaciones profundas. De hecho, el socialista utópico francés Pierre Joseph Proudhon no sólo fue un precursor del anarquismo, sino que también hizo lo propio con el social-reformismo. Su intención era la de acabar con el proletariado convirtiéndolo en pequeña burguesía, y la finalidad de determinados programas políticos aparentemente bienintencionados es la de aburguesar superficialmente a la clase trabajadora actual.
 
Por último, procede señalar que también siguen apareciendo inventores sociales y proyectistas del futuro con ideas más o menos estrambóticas cuyos particulares diseños apenas sirven para publicar libros o dar conferencias.
 
 
12.- ¿Por qué cree que todos los medios de comunicación españoles se encargan de ridiculizar a las izquierdas hispánicas?
                       
Existe en España un acomplejamiento nacional que se ampara en la burda manipulación que llevó a cabo la dictadura del general Francisco Franco con respecto a los símbolos nacionales –como la bandera– y a ciertos tópicos patrios que sumada a la hispanofobia histérica promovida por los nacionalismos secesionistas genera un rechazo más o menos consciente hacia España y, por extensión, hacia todo su legado histórico, social y cultural.
 
El resultado obtenido es la calumnia de vincular directamente todo lo relacionado con la Nación española y su defensa con las ideas reaccionarias, el atraso material e intelectual e incluso el fascismo.
 
En consecuencia, la aparición de una izquierda hispánica combativa y dispuesta a presentar batalla contra esa perversión de los conceptos supone un revulsivo que viene a poner patas arriba las falacias urdidas por los enemigos de España y la Hispanidad.
 

13.- ¿Cree que el tildar de izquierdas a los movimientos nacionalistas étnicos es correcto o incorrecto?
 
El nacionalismo étnico o identitario es algo ciertamente prosaico: una estrategia política victimista y profundamente demagógica que persigue adquirir, mantener o ampliar determinados privilegios en beneficio de grupos sociales muy concretos, generalmente identificables entre la burguesía y la clase política, pero también entre otros sectores que pretenden vivir a costa del proteccionismo de las instituciones públicas rompiendo el principio de igualdad ante la ley. Este nacionalismo se ha revelado tristemente como uno de los instrumentos más efectivos para atentar contra la soberanía nacional desde el interior de la propia nación.
 
La versión más acabada, demencial y devastadora del nacionalismo étnico fue el nazismo alemán, de infausto recuerdo. Sin embargo, este tipo de movimientos es multiforme en la actualidad. De entre todos ellos, los más activos y con mayor capacidad de influencia en algunos países son los representados por los partidos secesionistas o separatistas, caracterizados por defender políticas que no sólo tienen la finalidad de minar la igualdad de derechos y deberes entre los ciudadanos, sino que llegan a plantear la fractura territorial de los Estados nacionales donde radican.
 
Parte de estos partidos emiten un discurso expresamente ultraderechista, como ocurre en el caso de los herederos del Bloque Flamenco en Bélgica o de la Liga Norte de las regiones septentrionales de Italia, pero también están aquellas formaciones políticas que cometen la infamia de disfrazarse de movimientos de liberación nacional independentistas, e incluso internacionalistas, siendo justamente lo contrario.
 
Los secesionismos encuentran su razón de ser negando las naciones jurídicamente constituidas y reivindicando “naciones” inventadas con base en argumentos pseudohistóricos e identitarios. Sería el caso de la “Padania” en Italia o de los “Païssos Catalans” en España. Para lograr su propósito, los secesionistas actúan como una mafia, se infiltran en todos los ámbitos que están a su alcance, sobornan y coaccionan, compran voluntades y amenazan a quienes se oponen a sus designios. Algunos grupos nacionalistas llegan a practicar el terrorismo, y hasta los partidos nacionalistas aparentemente moderados han colaborado con los terroristas y han sacado réditos políticos del chantaje ejercido por éstos.
 
Los secesionismos más importantes son los que operan o dirigen la política en regiones prósperas que siempre han estado beneficiándose de su pertenencia a la nación que los nacionalistas tratan de dividir. Su modus operandi es el siguiente:
 
Una política lingüística discriminatoria que obliga el uso de la lengua regional tanto en el ámbito público como, paulatinamente, en el privado.
 
Se trata de una medida que suele ser criticada desde el punto de vista de su injerencia en la libertad individual, pero lo cierto es que afecta al terreno económico y tiene connotaciones racistas y clasistas. Empieza en la escuela, se prolonga a lo largo de la vida laboral de una persona y recorre por completo el conjunto de las Administraciones públicas regionales y locales. No es casualidad que la comunidad autónoma española de Cataluña, uno de los lugares donde se aplica esta política, registre uno de los índices de fracaso escolar más desnivelado entre estudiantes autóctonos, que tienen a la lengua regional como lengua materna, y alumnos foráneos o catalanes hispanohablantes, cerca del 60% de la población residente en Cataluña. Los perjudicados, obviamente, son estos últimos.
 
Por su parte, el uso de las lenguas regionales también es exigido tanto en la Administración como en la empresa privada generando una carga económica extra –letreros, publicaciones, documentos, etiquetados…– que recae sobre el contribuyente en el primer caso y grava especialmente al pequeño y mediano empresario en el segundo. Los más perjudicados, de todos modos, acaban siendo los trabajadores y profesionales que proceden de otras regiones o países. El resultado obtenido por la aplicación de este tipo de medidas redunda en la pérdida de competitividad económica, en el empeoramiento de la calidad de los servicios y en la endogamia social.
 
La siguiente arma arrojadiza utilizada por los secesionistas consiste en la falaz teoría del “déficit fiscal”, una treta vil que consiste en considerar expolio lo que no es sino la exigencia democrática de justicia redistributiva.
 
Su primera demanda previa a la secesión consiste en el concierto económico, sistema de fiscalidad propio del Antiguo Régimen por el que no pagarían los ciudadanos según su nivel de renta a una agencia tributaria centralizada sino que cada región recaudaría los impuestos y aportaría una cantidad pactada en atención a los servicios proporcionados por el Estado. Comunidades autónomas españolas como el País Vasco y Navarra llevan ya mucho tiempo aplicando este sistema de cupo al que ahora aspiran los nacionalistas catalanes y de otras regiones europeas. Su manera de justificar esta exigencia pasa por argumentar un supuesto expolio alegando que lo que paga a Hacienda cada habitante de estas regiones está descompensado en relación con lo que les aporta el Estado central en forma de servicios e infraestructuras, un postulado que se rebate fácilmente observando los ratios de inversión pública por habitante que demuestran que, sin ir más lejos, Cataluña es la comunidad española que goza de una mayor inversión estatal tras las comunidades que siguen un régimen de concierto. La cuarta es la Comunidad de Madrid. Resulta evidente, por tanto, que de lo que se trata es de recabar más y más privilegios, sin que existan datos objetivos que puedan justificar unas políticas semejantes.
 
Pero lo más grave es que los conciertos económicos, publicitados por los partidos nacionalistas a la población como si de una ganga se tratasen, no garantizan la capacidad de proveer de unos mejores servicios a la ciudadanía por parte de las Administraciones. La creación de agencias tributarias regionalizadas –algo que ya se da en Cataluña– aproxima peligrosamente el poder político al económico, sabotea la labor de los inspectores de Hacienda y, finalmente, sirve en bandeja la posibilidad de fraude.

Por otro lado, e insistiendo en el mismo argumento, los partidos nacionalistas y secesionistas que disfrutan del concierto –o lo exigen para algunas comunidades que no lo tienen– hacen un uso sectario de los fondos públicos priorizando la denominada por ellos “construcción nacional”, una avalancha de gastos relacionados con la agresiva política lingüística mencionada en el anterior punto, con una enfermiza multiplicación de instituciones a imitación de las estatales –empresas y organismos públicos–, con la subvención de numerosas asociaciones y entidades nacionalistas, así como con la creación, en definitiva, de unas interminables redes clientelares que van corroyendo la democracia y la sociedad misma.
 
 
14.- ¿Cree que el capitalismo actual de mercado pletórico –de plétora de mercancías producidas y consumidas- es el final de la historia y el estadio final de felicidad de las naciones del mundo?
 
Los que contemplamos el conflicto dialéctico trasladado a la oposición entre clases sociales como motor del devenir de la raza humana pensamos que pronosticar el fin de la Historia con el capitalismo de mercado es una ensoñación. La explotación del hombre por el hombre no ha concluido y la lucha de clases sigue siendo un hecho a pesar del fracaso de los paradigmas socialistas que han podido pasar de la teoría a las realizaciones. La afirmación de que el capitalismo ha conllevado el momento histórico en el que se han producido los mayores avances de la Humanidad y la mayor prosperidad se contrapone al terrible drama de los excluidos por las políticas neoliberales puestas en práctica desde hace décadas por los máximos beneficiarios del sistema y sus voceros. Los que hablan de refundar el capitalismo no pueden esconder las intrínsecas contradicciones que lo convulsionan y son conscientes de que incuba en su seno el germen de la autodestrucción. Socialismo o barbarie, Rosa Luxemburg dixit.
 
 
15.- ¿Vería con buenos ojos la lucha por la unidad de los hombres y mujeres que hablan español y portugués en una sociedad política socialista? ¿Cree posible y necesaria la unidad de 400 millones de seres humanos, con un pasado y un presente común, en el socialismo, en un futuro aún más común?
 
Ningún proyecto político es inviable si está fundamentado en el análisis de los procesos históricos y en las condiciones objetivas del presente. Eso significa anteponer la honestidad intelectual, rechazar los utopismos y los mitos, hacer oídos sordos ante los cantos de sirena y aprender de los errores pasados.